Hace mucho tiempo, un amigo me hiso una pregunta interesante:
¿A quien en el mundo le donarías un riñón?- dijo.
A mi hijo, solo a mi hijo- le respondí, sin pensarlo.
Nunca olvidé esa extraña pregunta, y quiso el destino que, años después, debiera poner a prueba mi palabra:
Habiendo cumplido recién los dieciséis, mi hijo único enfermó gravemente… el diagnostico fue lapidario:
Para salvar su vida, se necesita un trasplante de riñón urgente- dijo el docto, desabrochando su bata blanca.
Yo corrí a hacerme las pruebas y si, éramos compatibles… feliz le hubiera dado la vida al chiquillo, por aquellos días…
Una noche, tiempo después de la operación, discutí acaloradamente con mi mujer, ya ni se por que motivo… recuerdo, eso si, que mi hijo, al escuchar los gritos y los golpes, llegó corriendo a ver que pasaba.
- “Tú no te metas y vuelve a tu pieza”- le bramé al muchacho.
- “No le hables así al niño”- gritó mi esposa, mientras una irrefrenable hemorragia nasal le empapa la cara.
- “Es mi hijo, le hablo como quiero”- le advertí a la mujer, haciendo ademan de volver a golpearla.
- “En eso estas equivocado, viejo querido”- dijo el muchacho, mientras sostenía mi mano para evitar que asestase el siguiente golpe, a la perra esa.- “soy hijo de tu hermano, el tío Ricardo… pregúntale a cualquiera, todos lo saben menos tú”.
Por unos instantes no supe que hacer… debo haber tenido la mirada perdida, parecía que el corazón me iba a estallar por dentro. Luego reaccioné… simulé calmarme, me senté en la cama, los miré detenidamente a los dos, metí la mano al cajón y le pregunté a mi mujer:
“¿Es cierto lo que dice este?”
“Es verdad mi amor, lo ciento tanto” - respondió la puta esa.
“No mujer… ya no soy más tu amor”- Atiné a murmurarle, y no le he vuelto a hablar nunca más.
Entonces, clavé la mirada en el costado del que, hasta ese entonces, yo creía que era mi hijo; saqué una navaja del velador y le grité con todas mis fuerzas:
“¡Entonces, hijo de mi hermano, quiero de vuelta mi riñón!… ¡quiero mi riñón, ahora mismo!”
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