Febrero 2011.
Conocer y tener que tratar con una persona enferma de avaricia y amargura, es un acontecimiento que sólo trae disgustos y sufrimientos.
La miserable codicia no puede esconderse y contamina la mirada, el aspecto, las palabras.
Debido a su amargura, le es imposible relacionarse en términos de amistad.
No dudo que la miserable codicia y la amargura sea una enfermedad emocional que termina pudriendo el alma, y por eso es más ponzoñoso que el cáncer o la diabetes, comienza erosionando los huesos y termina lesionando el espíritu.
Se les puede reconocer por esa mirada recelosa, y esa sonrisa que planta en su rostro una mueca dolorosa.
Cuando se supone que ríen, parece que una hiena lo hiciera, su enfermedad les avejenta, y las arrugas les caen sobre los ojos, como capas que sirven para ocultar sus miradas.
Si el corazón de un miserable codicioso amargado pudiera pensar, se detendría.
Un enfermo de avaricia y amargura, siempre pospone su felicidad para el momento en que habrá de robar unas cuantas migajas a los panes duros que almacena en su caja fuerte.
Por eso es que su satisfacción duele o hace que nos sintamos más desgraciados.
El goce del avaro es peor que el paso de un rio colmado de suciedad y basura.
A su paso, los semblantes se ensombrecen y se ocultan los rostros.
De entre todos los enfermos de miserable codicia y amargura, sobre sale ese que finge ser bondadoso, dando un poco de lo que ha robado, tan sólo para buscar aceptación de quienes lo desprecian.
La persona generosa, es más humana que el enfermo de codicia y amargura, y ha encontrado que compartir, es motivo de alegría, de satisfacción, acciones que el enfermo de miseria desconoce, y lo condenan a una soledad que no es amable, porque se concentra como una punzante aguja en el ombligo.
El enfermo se pasa el día contando las lamas muertas que aumentaran la riqueza de su ataúd.
Mientras tanto, quienes hemos nacido con la generosidad como segunda piel, compartimos con alegría nuestra existencia.
Desde BC, rincón existencial donde trato de ser honesta y mejor ser humano, lugar en que me refugio cuando puedo verle a la cara al miedo paralizante, no con reto sino con paciencia, tratando de encontrar algún mensaje interior que me permita recuperar mi madurez.
Lugar donde medito y estoy conmigo misma, sin ninguna expectativa más que sentir que estoy viva, donde me puedo perdonar un error, una ofensa a mí o a alguien y puedo hacerme responsable en vez de quedarme en la culpa, y percibo de mi sentido y de que cuento con mi espíritu para continuar caminando.
Andrea Guadalupe.
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