Rey Midas
El viento norte soplaba con toda su intensidad. Le agradaba galopar sobre la polvareda, su corcel preferido. Llevaba a quien deseaba dejarse llevar. Un día levanto a un borracho. Éste semidormido, ni cuenta se dio. Al despertar se encontraba en otro lugar. Sin mucha prisa comenzó a recorrer la región, quizá pensó que era su país. Pero no, todo era distinto. Donde antes había pueblos hoy veía un interminable desierto, un lejano horizonte, y nada más. Aun así no se sorprendió mucho, solo pensó que esto ya lo vivió. Sequía caminando y a lo lejos divisó montañas altas, tan altas que cubrían todo. Al acercarse, se dio cuente, que eran cúmulos de nubes negras…
Una procesión de gente pasó por su lado. Cantaban algo pero él no los oía. De pronto comenzó a llover, pero a él no lo mojaba. Al oscurecer se acostó sobre algo blando, era su propio cuerpo inerte, se veía a sí mismo. Pensó, que también esto ya lo vivió…
Un fuerte viento lo despertó. Lo cargó de nuevo y lo llevó de regreso. Excitado comenzó a mover sus brazos y piernas; inútilmente, estaba atado. Al despabilarse un poco, levanto la cabeza y de nuevo vio un lugar desconocido. Personas vestidas de blanco le dieron la bienvenida, esta vez las oía. Permaneció atado y alguien le inyectó algo. Cayó en un sopor interminable, pero aún oía las voces…
Al recobrar parcialmente el conocimiento, alguien le hablaba:
“¡Bienvenido nuestro amado rey Midas, llega justo para dar su veredicto del concurso musical entre Marcías y Apolo!”
Sin embargo, el pobre borracho, llegó hasta aquí. La cuarta fase alcohólica, el “Delirium tremens” acabó con su vida. Ésta vez no había un regreso posible. Al sepultarlo, ni cuenta se dieron, que tenía largas orejas de burro y su cara dorada.
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