Allí estaba, muda, seca, sin edad. Asfixiada entre dos hojas del diccionario olvidado.
Una rosa de las tuyas, muerta flor embebida de gramática y enterrada entre infinitas ies.
Dejé que mi recuerdo volara libre mientras la letra ordenada me contaba de vos.
Te vi imprudente invitándome a un idilio. Me encandiló tu ilusionista innato, tus maneras ilegibles, tu pasión impetuosa, tu sabiduría incalculable, tu propuesta inesperada e indiscreta de vivir una porción de amor ilícito, insensato, irresponsable, impulsivo. Y bien, mi inconstancia algo impúdica e indócil dijo sí.
Intenso trecho entre el cielo y el infierno.
Adicción irremediable, irresistible, indecentemente ideática; incontrolable manejo de manos y de bocas, insolente e ígnea cópula insaciable de carencias.
Y y y... (Pero sin punto en la cabeza), la bajada de telón ignominiosa que correspondía.
Te idealicé, me enamoré y olvidé la esencia primaria de nuestra historia. Vos no.
Vos nunca olvidaste el personaje que te tocaba representar. Impostor, indigno, infame, irónico, ingrato. Y te fuiste sin más.
Yo, ilusa, infantil, ¡imbecil...!
Allí estaba; muda, seca, sin edad; asfixiada entre dos hojas del viejo diccionario atesorándote.
Imborrable, inolvidable amor mío.
Entre las ies. |