Cuando Josue baja la empedrada avenida que conduce al restaurant donde su padre lo espera hace 10 minutos. Intenta, con mucho esfuerzo, mentalizarse en otra cosa que no sea un justificativo original a su retraso. Como un golpe seco y sopresivo asalta su mente la idea de intersectar el camino de Lucia a la salida de clases. La escena se reproduce en su imaginación una vez más.
Cuando, a las 18.30, el timbre de salida estalle, correrá hacia la plaza principal del barrio, que está situada a cuatro cuadras cuesta arriba de la escuela. Irá lo suficientemente sigiloso para que nadie adivine su afán. Dará una teatral vuelta, siempre con cara de saber lo que hace. Bajará en la misma dirección por la que subió; pero esta vez, por la calle paralela, por la cual siempre sube Lucía, preferentemente sola, porque una cuadra antes se despide de sus amigas. El descenso será suave y la expresión cambiará a la de una ligera confusión. Cuando, por fin, en su camino encuentre a Lucía, será imposible no entablar conversación; comenzará todo con la justificación sobre que hacía él ahi. La visita a un familiar un tanto lejano, que de ninguna manera debe ser un tío, será el argumento. Preguntará por algun bus que le lleve a la calle a la que "casualmente" se llega a través de la calle donde ella vive. Ella, en definitiva, se soprenderá y comentará que vive cerca del mencionado lugar; entonces, con un gesto de caballerosidad se ofrecerá a acompañarle hasta su casa aprovechando el obligado trayecto, en un pedido muy lejano a la coquetería. Lo inevitable devendrá: caminaran juntos por algo más de 3 cuadras ascendentes y aunque no sabe muy bien de que hablarán, tratará de sonar gracioso y travieso además de seguro y varonil. Cuando llegue a la interesección de la Avenida y la calle en donde ella vive, girarán a la derecha y por medio de unos cuarenta pasos, dará fin a la excursión; mas no a la conversación que, para ese entonces, deberá ser lo suficientemente divertida como para alargarse en pie, quizá apoyados en el poste de luz más cercano a la casa de Lucía. Cuando llegue la hora de la despedida, movido por esa confianza que llenará su ser - y que en este momento, fuera del escenario imaginario, adormece sus sentidos- se atreverá a despedirse con un abrazo, como lo hacen los buenos amigos. Besará su mejilla, tratando de acercarse lo más que pueda a la boca, pero sin que ésta se vea amenazada. Simultaneamente a ello, bajará la mano hasta la cintura, dejando reposar su mano muy suavemente en ésta; donde, con suerte, podrá palpar el nacimiento de una curva que hace buenos meses le viene hirviendo la sangre. El acto en conjunto servirá para dejar algo similar a una sospecha de su interés por ella. Cuando él se haya ido y si la vida es realmente bella, a través de evocaciones, Lucía buscará la evidencia que afirme el interés de él hacia ella. Podría suceder que ya en ese trajín la mente de ella se vaya poblando de su rostro, de su nombre, de sus gestos. Todo esto convergería en una noche justa, como debería ser, donde Lucía piense en él tanto como él piensa en ella. |