La siguiente , es una secuela libre del cuento "Molinetes", del libro "Cuentos sin rumbo" de Marcelo Rubio - Marfunebrero. Editorial Letras Nuevas. 2010. ISBN 978-987-25292-3-9
Para darle forma, tomé dos personajes del cuento original, agregué otros de mi cosecha, respeté la inmensa Buenos Aires como escenario e imaginé uno de los tantos desenlaces posibles.
Se lo dedico a Marfunebrero, porque me regaló su libro y "Molinetes" me impresionó muchísimo.
Abulorio
Siempre llegaba a la estación Tribunales a la misma hora y dejaba pasar dos trenes, sentado en los bancos cercanos a la entrada al andén. Miraba a la gente como buscando a alguien en especial pero su actitud era paciente y tranquila. Cuando hice conciencia de su rigor en el horario, presté atención en el recorrido y en la estación en que se bajaba: Palermo.
Un día, no pude con mi curiosidad y lo seguí por la salida a Avenida Santa Fe. Esperé rezagado mientras se detenía instantes en el estruendo de la ciudad, antes de tomar por Godoy Cruz y perderse caminando, barrio adentro.
No dejó un solo día de hacer este itinerario. Lo sé porque lo seguía hasta estación Juramento y el muchacho se bajaba siempre en Palermo.
Dejé pasar unos días, ansioso por las sospechas y finalmente me atreví a abordarlo. Me senté junto a él en el banco y lo distraje de su pasiva observación de la entrada a la estación. Hablé del tiempo, del calor o del trabajo; mientras buscaba acercarme a ese hombre, creyendo poder relacionarlo con cierto caso sobre desaparición de personas, que no pude resolver y que nunca pude sacar de mi cabeza.
En la charla, me referí a los viajes en subte y a los riesgos de ciertas horas del servicio. Me contestó que no era el transporte más adecuado para viajar a su trabajo diario, porque lo obligaba a caminar diez cuadras extras.
Le pregunté entonces, por qué lo usaba. Guardó silencio un instante mirando hacia la entrada con los molinetes que filtraban gente como ganado. Me contestó que le gustaba caminar.
Le insistí sobre la conveniencia de otros transportes pero me sonrió con indiferencia y sin responder.
Nos quedamos en silencio, dejamos pasar el primer tren y seguimos sentados uno junto al otro sin movernos. Decidido, apreté mi portafolio entre mis manos y le pregunté:
__ Disculpe, cómo es su nombre?
__ Ramiro, Inspector Bernardi. Ramiro Antonietti
__ Cómo es que me conoce?
__Porque usted quedó tan desconcertado como yo con las desapariciones del subte, pero no perdió a nadie.
No hice comentarios sobre el detective Chávez y continué indagando.
__A quién perdió, Ramiro?
__ Se llama Natalia, viajaba siempre hasta Palermo y trabajaba en ese edificio horrible debajo del Puente Pacífico. Desapareció hace dos años en este trayecto entre Tribunales y Palermo.
Imaginé a una muchacha como tantas tomando el subterráneo y me retrotraje a los años en que viví persiguiendo fantasmas por los andenes.
__ Por qué repite el viaje todos los días?__ Le pregunté.
__ He pensado que reiterar exactamente los últimos movimientos que ella hizo, me llevará al lugar donde está. Es como comprar el mismo billete de lotería hasta que salga, vio?
__Sabe que la posibilidad de encontrarla es remota?
__ Sí, lo sé.__ Su vista volvió a los molinetes
Me quedé mirándolo en silencio. Entendí su expresión triste y perdida. Permanecimos un rato más, callados, hasta que llegó el tren.
No he vuelto a hablar con él, lo veo a veces cuando sube en Tribunales y nos saludamos con afecto si nuestras miradas se cruzan.
Lo he seguido algunas veces cuando se baja en Palermo, lo hago discretamente para no invadir la eterna ceremonia de encontrar el desenlace de esta historia. Se queda parado a un costado de la boca del subte mientras mira hacia el Puente Pacífico. Vacila unos instantes, como esperando. Después, siempre con esa expresión triste y perdida, se resigna, mete las manos en los bolsillos y camina por Godoy Cruz.
Algún día dejará de viajar de Tribunales a Palermo. Espero que no sea porque olvidó a Natalia.
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