La rutina de mi niñez no era rutina. Siempre era especial. Por más que siempre después de merendar la leche con Nesquik con el Chavo y Quico viendo Tom& Jerry saliera al Monumental que se encontraba en la plaza.
Por más que siempre el “Bocha” Bochini hiciera una pared con el Gabi Maza y tirara un centro para la chilena de Francescoli que el flaco Daniel no llegaba a sacar porque a pesar de que su kilométrico cuerpo se estirara fallaba el cálculo porque se rehusaba a usar los anteojos.
El Masseratti Bora blanco todo despintado no podía cerrar la puerta del motor trasero, por eso debía usar mi karting azul y correr carreras con Alain Prost y Niki Lauda. Mientras otra vez en la esquina de Tucumán y 6 de Agosto Miki Biasion atropella al Cristian por octava vez porque al cruzar se empecina en mirar hacia la dirección que se dirigen los autos, en lugar de mirar de frente a ver si vienen.
En las cacerías de ratas, éramos tan eficientes como SWAT a pesar que sólo teníamos gomeras de suero.
Pero esperar el primer sábado de cada mes para mirar tus enormes ojos como almendras, tu pelo voluminoso como espuma negra atado por ese listón blanco y usando tu vestido con flores verdes y azules… Eso era lo que hacía que todo fuera especial.