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Vivía en un segundo piso con mi hermano y mi madre. Mi padre había desaparecido poco antes de nacer mi hermano, así que me tocó a mí hacerme cargo de la familia. Comencé a trabajar como dependiente en una pequeña tienda de ultramarinos que había cerca de casa y ganaba lo suficiente como para dar de comer a mi hermano y a mi madre, aunque no podíamos permitirnos ningún tipo de lujo. Mi madre no pudo volver a andar después del parto y mi hermano tiene una enfermedad mental que le hace comportarse como un chiquillo joven e inmaduro.
Trabajaba todos los días de ocho de la mañana a ocho de la tarde con lo que tampoco tenía tiempo libre para mí, y el poco que tenía a la hora de comer y al salir de trabajar lo gastaba en preparar la comida y en recoger y ordenar la casa, en bañar a mi hermano y pasar un rato con mi madre.
Pasaban los días y nada cambiaba en mi rutina. Me levantaba, me vestía, desayunaba un par de tostadas con pan sobrante de la cena y me iba a trabajar. Volvía a la una y media, preparaba la comida, comíamos los tres y recogía la cocina para, a las tres, volver al trabajo.
Poco a poco la falta de libertad comenzó a llenarme la cabeza de pensamientos oscuros y paulatinamente, mi carácter se fue agriando. Día a día, pensaba en la de tiempo que perdía teniendo que hacerles todas las tareas a esos dos parias de la sociedad con los que vivía. Cierto día lluvioso del mes de octubre subí de nuevo a casa de mal humor, como había comenzado a ser usual en mí. Preparé la cena y la dejé en la cocina. Cogí a mi hermano y lo llevé a la bañera para, lo que comenzó siendo un baño agradable acabara en una macabra escena con un cuerpo blanquecino y desnudo flotando cabeza abajo sobre el agua jabonosa.
Ni siquiera se como me atreví a hacer lo que hice y algo que podría haber terminado en aquel momento continuó y terminó cuando mi madre finalmente se desangró tras recibir el golpe del cuchillo en el cuello.
Me encontraba como flotando. Acababa de cometer dos asesinatos a sangre fría y aún no tenía conciencia de lo que había hecho. Cené y me fui a dormir. Al día siguiente no fui a trabajar y tampoco salí de casa. El cadáver de mi hermano comenzó a hincharse y adquirir una apariencia horrible mientras que los restos de mi madre parecían dormir como siempre echado hacia delante para poder ver cómoda la televisión.
Aquel mismo día llamé a la policía para denunciarme a mí mismo por los actos tan atroces que había cometido. No sentía remordimiento alguno pero si tenía una extraña sensación que no sabría explicar. Bajé a la tienda después de dos días y compré un par de metros de cuerda y volví a subir a casa mientras el encargado gritaba algo relativo a un despido. No le presté atención y me dirigí de nuevo a casa.
Estaba loco. No sabría decir si nací así o simplemente la falta de libertad me transformó en este ser monstruoso…
Cuando la policía llegó al apartamento encontró tres cuerpos sin vida. Uno en la bañera, otro en el salón y el último colgando de una cuerda atada al cuello.
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Texto agregado el 24-02-2011, y leído por 94
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