Sé que estás ahí,
en el rellano.
El trecho ha sido largo
pero tus pasos acortan las distancias.
Aguardo aquí, tras la mirilla dorada,
y sé -a ciencia cierta-, que
golpearás la madera blanca:
los nudillos tranquilos rozarán
con dulzura el otro lado.
Me impacienta tu llamada.
Pero sé también
que si salgo a tu encuentro,
por tus brazos ávida,
no hallaré ni tu sombra, ni tu rastro:
de ese modo se espantan.
Seré franca: bien sé
que es prudente
esperar cómoda junto a esta llama,
serena, sin más calma,
que la calma de aguardarte,
sabiendo que te acercas;
que si hay Dios
ha escrito el sino en nuestra cama.
Quizá, no sé, tú me esperes
bajo un sol de madrugada,
de ésos que a mí me gustan:
los de música y página ajada.
O quizá prefieras
aguardarme entre las mantas,
pobladas de fantasmas y almohadas,
de brochas y pinceladas.
Lo que sí sé, -seré franca-,
es que te escondes entre desvelos
y cometas
de ilusiones fugaces, y esperas,
a que el tiempo te levante
y camines hasta mi entrada.
Sólo tú eres mi yo:
mi medio limón
de dulzura amarga.
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