Aquella noche había una temperatura muy fría sobre la ciudad. Carlos Bossio, el héroe de nuestra historia, esperaba dentro de un auto que fuera cierta hora, comiendo un enorme trozo de Queso Gruyere, esos Quesos que tienen grandes y voluminosos agujeros. Carlos estaba vestido de negro con una campera de cuero y una gruesa polera, todo de ese color. Luego de terminar de masticar el Queso, Carlos sacó un par de grandes guantes negros y se enfundó las manos. A continuación revisó un maletín que contenía diversos cuchillos. Luego de observarlos bien, por fín eligió dos. Los dos eran muy filosos, pero uno era muy grande y el otro mediano, no pequeño. Carlos entonces sacó de otra maleta una enorme horma de Queso, del mismo Queso que había comido unos minutos antes. Carlos sacó entonces un pasamontañas, también de color negro, y se cubrió el rostro. Bajó del auto, poniendo los cuchillos en la cintura, y llevando el Queso en sus manos.
Se fijó que nadie lo viera por la calle, se dirigió a un edificio, sacó las llaves y entró. Carlos fue subiendo por la escalera hasta que llegó a uno de los departamentos del edificio. Con una llave distinta a la que usó para entrar al edificio, Carlos ingresó al departamento. Siempre con el Queso en sus manos. Si alguien lo hubiera observado de frente, hubiera visto un hombre muy alto y patón (Carlos mide 1,95 metros y calza cincuenta) llevando un Queso.
Una vez dentro del departamento, Carlos se dirigió a un dormitorio. Ahí estaba durmiendo una chica de nombre Débora. Era una chica muy hermosa, rubia, de una belleza sin par. Carlos entró al departamento y se colocó sobre la cama. Sin que la chica pudiera reaccionar, pues estaba durmiendo, Carlos sacó unas cuerdas que tenía y la ató de pies y manos a la cama. Con una mordaza, le tapó la boca. La chica se despertó sobresaltada pero ya nada pudo hacer, estaba totalmente a merced del asesino.
- Buenas noches, soy Carlos, el asesino – dijo entonces nuestro antihéroe.
Carlos tiró el Queso sobre el cuerpo de la chica. Y luego se sacó las medias y los zapatos. Enormes medias y gigantescos zapatos, pues el asesino calzaba cincuenta. Ya descalzo, Carlos puso los pies sobre la cara de la chica. Los pies de Carlos despedían un intenso, sofocante e insoportable olor a Queso. Al mismo tiempo que la amenazaba con el cuchillo grande que había llevado, Carlos obligaba a la chica a besarle, lamerle, olerle y chuparle los pies.
La tortura duro unos cuantos minutos, cuando Carlos se cansó tomó nuevamente el Queso y lo tiró sobre la chica nuevamente. Luego, decidió finalizar la tarea. Tomó el cuchillo y empezó a apuñarla salvajemente. Fueron más de cincuenta cuchillazos, en todo el cuerpo. Las heridas más profundas las asestó en el cuello y en el pecho. Concretado el crimen, Carlos tomó nuevamente el Queso y lo tiró sobre el cadáver de la chica. Dijo entonces en voz alta:
- Queso.
Con la satisfacción que solo sienten los grandes asesinos cuando creen haber cometido un gran asesinato, una obra maestra del crimen, Carlos se retiró de la habitación.
En eso, Carlos sintió un ruido. Una persona se estaba acercando al departamento. Carlos se acordó entonces que debería ser Laura, la chica que vivía con Débora. A Carlos le agradó la idea de cometer otro crimen y sacó entonces el cuchillo de tamaño mediano. No con el que había asesinado a Débora, sino el otro. Esperó detrás de la puerta.
Efectivamente era Laura. Carlos no se equivocó. Laura entró al departamento, pero ni bien ingresó al mismo, Carlos se tiró sobre ella de atrás, le colocó el cuchillo a la altura del cuello, y la degolló sin piedad alguna.
La chica cayó muerta al piso, con una profunda herida de cuchillo en su cuello. Carlos volvió entonces al dormitorio, y cortó un trozo del Queso que le había tirado a Débora. Volviendo al lugar donde estaba el cadáver de Laura, Carlos tiró el Queso sobre el mismo, y dijo en voz alta:
- Queso.
Entonces Carlos abandonó definitivamente el departamento. Al volver al auto, sacó una libreta y con una lapicera de color rojo, rojo como la sangre, tachó el nombre Debora. Carlos se imaginó cometiendo nuevos crímenes como este y estaba dispuesta a tirarle un Queso a cada una de las chicas que planeara asesinar. Débora y Laura fueron solo los dos primeros pasos en la carrera de un gran asesino, destinado a hacer historia escribiendo sangrientas y horrorosas páginas en los anales de las crónicas policiales. |