La verdad no está ahí fuera
El Gran Sacerdote sentía remordimientos por lo que acababa de hacer y quiso compartir sus preocupaciones con otro de su misma organización, pero de rango superior en la jerarquía.
- No sé… Tal vez deberían saber la verdad. ¿Quiénes somos nosotros para decidir? No me hice Gran Sacerdote para esto.
- Entiendo sus dudas. Yo mismo las he tenido en alguna ocasión… hasta que comprendí que de esta manera es mejor para todos.
- ¿Mejor para todos? ¿Qué quiere decir?
- El pueblo no necesita verdades para vivir. De hecho, la verdad puede convertirse en su peor enemigo. ¡Y en el nuestro!
- ¿A qué se refiere?
- Verá, se aproximan tiempos difíciles en los que la ignorancia va a ser el único camino para mantener el orden. Si lo piensa usted detenidamente, comprenderá que en realidad esta pequeña mentira ha sido diseñada para proteger a la humanidad. Nosotros somos los encargados de mantener el orden, ¿no es cierto? Ahora bien, ¿se imagina lo que tendríamos que hacer para llevar a cabo esta misión si se supiera la verdad? Sería una masacre…
- Es usted tan frío… -dice el Gran Sacerdote en voz alta casi sin darse cuenta. Un pensamiento desagradable invade su mente-.
- No me haga reír.
- ¿Cómo dice?
- Que no me haga reír. Recuerde que tengo la capacidad de leer sus pensamientos –dice, y tras dedicarle una mirada mezcla de desprecio y de lástima, el hombre de rango superior en la jerarquía sale de la habitación cerrando la puerta tras de sí–.
El Gran Sacerdote se queda solo y siente un escalofrío, consciente de que ha perdido la última parcela de libertad que le quedaba… o que creía tener.