Hasta finales de los 70´s mi visita para acicalarme las greñas fue inevitablemente a una peluquería. Haciendo memoria puedo decir que las del pueblo, las de Salto de agua por ejemplo, jamás tuvieron nombre, eran simple y llanamente “la peluquería”. A veces la referencia era el barrio. San francisco, el centro, la estación. En las ciudades, el asunto cambiaba un poco y no eran raros los nombres como Le fígaro, o le parisién, por decir solamente un par de ellos. En mi caso la espera era grata. Pasquines de memín pinguín, tarzán, kalimán o el tawa, la hacían placentera. En la misma época las mujeres iban a “salones de belleza”. Ignoro si había como en los casos nuestros ese tipo de revistas. Era lo de menos. Estoy seguro que los chismes del pueblo llenaban con creces los tiempos invertidos en el embellecimiento. Ingratamente el peluquero de varones, con su cabello y su bigotito siempre bien recortados fue muriendo, al igual que los sillones giratorios y recostables, que siempre, tenían en el costado derecho, -asido a la bracera- el cuero para asentar las navajas. Lo mismo que la brocha de pelos con la que te untaban la espuma de jabón para la rasurada, y sobre todo el alcohol con el que te acariciaban la nuca y detrás de las orejas. Y de pronto nos vimos en salones mixtos, atendidos casi siempre por mujeres o por algún jovencito de extrañas maneras, y que dejaron de ser peluquerías o salones de belleza -según fuera el caso-, y se convirtieron unisex-mente, en estéticas. En cualquier caso, los pasquines cedieron también su lugar al Vogue, TV y novelas, Hola.
Allí me encontraba precisamente esta mañana. Allí fue donde la memoria comenzó a llevarme por estas añoranzas. Acompañado por el único recuerdo vivo de aquella época. En la radio, o mejor aún en el ipad, la voz de Pepe Jara. Si negaras mi presencia en tu vivir bastaría con abrazarte y conversar tanta vida yo te di que por fuerza llevas ya, sabor a mí.
Cómo te llamas?, dije para abrir el encuentro. Lupe, respondió ella ( mi peluquera, o debería decir mejor, mi estetiquista?) Guadalupe, afirme yo, en el afán de dar mayor respeto a su respuesta. Después la conversación fue más o menos esta:
-¿Corto? Dijo ella.
-No, apenas las puntitas-, respondí enseguida.
-¿Patillas?, volvió a decir ella
-muy cortas, respondí yo.
-Entonces sin patillas, dijo Lupe.
-Si, dije yo.
-¿Raya?, preguntó ella.
-Sin raya, dije yo, y agregué, -todo echado para atrás.
Después de esta conversación me distraje divagando en los recuerdos iniciales, y sobre todo observando a los otros que como yo, estábamos en el proceso del arreglo.
Pasarán más de mil años muchos más yo no sé si tenga amor la eternidad pero allá tal como aquí en la boca llevarás sabor a mí.
Para regocijo nuestro, y en una especie de dueto con Pepe Jara, una señora regordeta y entrada en años, con unos separadores entre los dedos del pie derecho, a la que le hacían la pedicura del pie izquierdo, se animaba en la cantada.
Frente a mi, una mujer cuarentona de no malos bigotes a la que aplicaban cera alrededor del labio superior para removérselos. (Para removerle el bigote se entiende, no los labios). Otra jovencita a la que no le hacia falta absolutamente nada y que sin embargo se empeñaba en que su cabello en lugar de ser castaño virgen, se convirtiera en rubio desmadrado. Y dos caballeros más que como yo, manteníamos una seriedad observando discretamente el espejo. En mi caso y sin el más mínimo afán de ofender, Guadalupe hacia su mejor esfuerzo. Entonces y sin saber exactamente por qué, asomó por mi mente entre los recuerdos y la música de Álvaro Carrillo la pregunta trivial e inocente.
-Oye Lupita, le dije con el tono mas sincero posible.
-Cuál ha sido tu respuesta cuando algún cliente con el que te has esmerado, te dice, en tono de reclamó que no le gustó como lo dejaste?
-Qué haces? Remarqué.
…mientras desesperadas las chicas aplican una toalla húmeda y caliente para mitigar la hemorragia del tajo de la navaja sobre mi oreja, alcanzo a escuchar gritos y reclamos al fondo de la estética.
-¿Que paso Lupe?, dice la administradora.
-Fue un accidente, fue un accidente. Responde ella.
Enseguida la interrogante de alguna de sus compañeras y escucho claramente la respuesta de la Lupe.
-No se vale manita, ahora resulta que cualquier pendejo viene a cuestionar nuestro trabajo.
Oscar Martínez Molina
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