Termine mi botella recostado sobre un colchón de goma espuma maltrecho, estire el cuello por encima de la hondonada en el terraplén para descubrir que sobre el horizonte me acechaban unos nubarrones negros delimitando lo que fue de lo que en adelante sería. Los olores que ganaban en altura desde las cañerías, tanto como el silencio en el aire eran señales de que algo allá arriba se gestaba. Cuando en el cielo ya no quedó ni un solo resquicio de claridad y las bolsas blancas comenzaron a darme palmadas en la espalda reclamándome el lugar, me fume una colilla de tres pitadas, y espere a que el viento dejara de confundirse con otras presencias para levantarme y emprender el camino del regreso hacia ningún lado. Pronto las brisas y aquella tenue llovizna cobrarían otra fuerza para transformarse en lo que presagiaban, una gran tormenta. Una que lograra arrancarme la piel muerta, la mugre. Una que lograría confundir los caminos, hacerlos desaparecer.
Sin más, cargue mi cabeza sobre los hombros y remonte la hondonada, cruce las vías. Los durmientes comenzaban a tornarse oscuros y resbaladizos. Camine hacia el supermercado chino de donde habitualmente me robaba algún que otro licor, observe que uno de ellos traficaba fideos detrás de un mostrador, y sonriéndole, me hice socio intrínseco de aquella felonía. A lo largo de mi infancia aprendí el significado de los gestos observando detenidamente y por horas enteras una vieja serie de televisión llamada Bonanza. Estos hombres de pantalones con flecos sabían que él los observaba. Por esta misma razón ocultaban sus miradas debajo de un sombrero de ala ancha. Pero el secreto no estaba en sus ojos sino en sus labios y en la fuerza con la que mordían una espiga de mala hierba.
De igual modo observaba a mi padre los días domingo, en especial por las tardes, donde este, luego de apretarse repetidas veces las manos entre si apuraba sus pasos entre murmullos en dirección al armario.
-Desde que se inventó la pólvora…- decía.
Para descerrajarse luego un tiro en la sien. Unos segundos después todo volvía a la misma y tensa calma de los gestos en el televisor en blanco y negro, el gato seguía lamiéndose el lomo, el cartón de vino seguía con la boca rota sobre el parqué desdentado como su padre, con la camisa abierta hasta el ombligo y los ronquidos, los interminables ronquidos de cada domingo.
Con el tiempo supe que aquello con lo que el padre jugaba no era mas que una replica de balines de goma.
-Puto- Pensé mientras recordaba esto y esperaba a que el chino terminara de cerrar la bolsa de fideos. Necesitaba parte del botín, sino en efectivo en esencias. Así me habían enseñado. Así cobraban sus deudas en la casa. Y otra buena botella de vino al natural seria una buena manera de contrarrestar los escalofríos que de a ratos me envolvían por completo. Pensé en las bolsas de plástico. Recordé a mi madre, mi hermana.
Camine entre las góndolas, tome la botella mas barata y me dirigí sin mas hacia la caja. Reconocí a la cajera, alguna vez tuvimos una amiga en común, a la que, creo, había arrollado un tren. Me costaba recordar en detalle algunas cosas.
Oscilante y cabizbajo, disimulando el sin sentido de todo aquello le dije. - Hola –
Y ella que tartamudeaba de ansiedad o alegría o simple excitación, me respondió.
- ¡Lo vi! - Y comenzó un relato extraño que lograría desenfocar aun más al día.
- Era el - gritó - lo único diferente que note fue un lunar al costado de, cerca de su cara, acá – Dijo. Señalándose un punto en su inmenso rostro, que por cierto, rebozaba de lunares, y siguió así, extasiada, describiéndolo.
-Los ojos, la nariz, sigue así, todo flaquito, la boca, sus labios – Pronto lo que parecía interesante se convirtió en un murmullo lejano que se confundía con el tamborileo de las gotas de lluvia. La fila de clientes oía su voz metrallando a la paciencia, con aquellos ademanes ninguno podría imaginarse un identikit. Yo lo perfilaba deforme, bah.. quien no lo era para mi. - Sus bracitos, los ojos le brillaban, era él, y no me vio, pero yo si lo vi, se fumaba un cigarrillo detrás de otro.-
-¡Chica!- le grito uno de los chinos en pose detrás del mostrador. Esto la devolvió de su babia. Una anciana dejo caer una botella al piso. Y comenzó a pasar rápidamente los productos frente al lector de códigos de barra.
- Son 4.85, tiene 15 centavos?— Aun se la veía extasiada, como si la descripción que había hecho de su hombre fuese perfecta.
Pagó el ultimo comprador de la fila pago. En su canasto tenia dos botellas de vino, dos panes y cien gramos de jamón. El hombre saboreaba cada feta, cada gota, cada miga.
Yo tome la botella del cuello y huí de aquel pasaje kafkiano amarrando una soga al horizonte. Surcando aquella le di vida a la descripción. La geografía grotesca en los dedos de aquel hombre que rompía la imaginación de mi amiga, se dibujaban deformes, artrosicas. Reales. Sus venas apretadas a punto de estallar, verdes, como de princesas anoréxicas, todo el cuerpo de aquella aparecía en una extensión gris, humeante y mórbida. Sonrío al completar el bosquejo en su mente.
Ella hablaba de un hombre, un hombre con un cigarrillo alumbrando un rostro pálido y seco, parado en quien sabe que esquina. El amor asusta de maneras incomprensibles e inesperadas. Amor u obsesión. Pensé.
Sonreía y caminaba hacia el interior de la noche con aquel rostro observándome respetuosamente en silencio. En mi camino algún que otro charco me recordaba que aun tenia los pies sobre la tierra, sonreía, mis pies flotaban entre el hedor normal de varios días de procesión y los ríos improvisados que iba desbordando.
De salto en salto esquivaba enormes flotas de bolsas kamikazes que atragantaban finas bocas de tormenta, navíos botados por esta una vez gran civilización, que desafiantes y pacientes navegaban en círculos alrededor de aquellas oscuras fortalezas. Fui testigo de muchas batallas.
Tome asiento frente a un edificio en ruinas. Subí dos o tres escalones, mirando desconfiado hacia arriba, temeroso, los primeros escalones estaban húmedos, los de más arriba, los que tendría que pisar para volver al pavimento, secos y astillados.
Mi u cuerpo completamente seco, es aun mas pesado
Subí algunos escalones, y cada escalón dejaba escapar un suspiro de dolor y resignación, Aquellos troncos ya no tenían la vitalidad de otrora jóvenes maderos, igualmente, no podrían evitar sentir su peso. Lentamente, llego hasta el primer descanso, levante la vista esperando chocarla contra el techo, ahí , la luz que entraba desde la calle no hacia milagros, de eso, me di cuenta después.
El edificio también agonizaba. Subí otros siete escalones, arrastre mis manos contra la pared, buscando en ella una guía segura, la oscuridad jugaba con las luces que se escapaban de los marcos mal escuadrados, oí voces de infantes que partían del interior de aquellas luces, voces que golpeaban sus crayones contra la pared por adentro, podía sentir los rayones en las paredes, me lastimaban. De nuevo vi aquellos dedos artrosicos y la pitada compacta y gris del cigarro, las luces peleaban inútiles contra la oscuridad. Subí otros siete escalones. Esta vez, sentí al piso acomodarse. Pude oír los gritos de cada escalón que mal heridos puteaban a mis pasos, la sed se hizo eco en mi lengua me imagine un trago que me cargaba de inconciencia y coraje.
A pesar del silencio y el miedo, me seducía la idea de encontrar una puerta abierta, me llamaba la avaricia, camuflada de curiosidad. Me reconocí sin dinero y sin vino.
Subí los últimos seis escalones, algunas de las luces exhaustas se rendían y otras emprendían presurosas la retirada, llegue a la cima de aquella oscuridad con mis dedos totalmente astillados. Luego de veintisiete largos escalones, frente a mi, flotaba en el aire el rastro de aquella pitada, a la misma altura de aquellos dedos que se extendieron hacia mi un par de escalones atrás.
Ellos aparecían caprichosos, al final y al principio de cada paso, similares a los de aquel hombre deforme antes creado por mí. La luz que entraba desde la calle no hacia milagros.
Enjugue mis ojos, olvidándome por un segundo del dolor que emanaban mis dedos, el mareo se convirtió en duda, la mano reventada me llamaba, y ésta, dejó caer un reflejo al vacío ciego que se extendía delante de mí. Apenas pise el ultimo escalón, apenas vi el reflejo, me arroje violentamente hacia el, luego de veintisiete dolorosos escalones.
Mi cuerpo completamente seco, es más pesado aun con este dolor y su aparente inmortalidad reinando en mi cabeza.
Desperté con la sangre seca entre mis dedos, bajo los escalones de un edificio en ruinas, el sol por fin se digno a salir y es apenas un reflejo en el envase roto que surca la piel de mis manos.
El dinero, como siempre, quebrando ilusiones, luego de veintisiete dolorosos escalones, otro despertar incomprensible. Al menos para mí.
|