Dicen que cuando la ficción supera a la realidad, ésta, irritada, pega un brinco y se monta a horcajadas sobre la ficción. Se afirma sobre sus muslos duritos con las piernas entreabiertas, la contempla con mal disimulada furia, las crenchas sobre la cara, luego larga una sonora carcajada mientras toma entre sus manos crispadas esa cabeza de locas ideas y elucubraciones, se inclina sobre ese rostro , que ya no desea otra más que eso, y con la boca muy abierta, muerde, muerde en los labios, muerde en las mejillas, muerde orejas, muerde párpados, muerde la nariz de fino olfato, muerde nuevamente esa boca idílica y sutil, y se prende de ella hasta hacerle sangrar, y entonces bebe, bebe a tragos necesitados y vehementes esa savia espesa, dulce y salada, que brota y fluye con dilatados borbotones y tiñe hasta el cuello con su carmín pegajoso. Sorbe esa viscosa fragancia hasta la saciedad, y poco a poco, la engulle, la devora hasta su completa asimilación.
Cuando la ficción vuelve en sí, descubre con asombro que ya es parte de esa realidad, aunque presiente, muy adentro suyo, que otra realidad ya se apronta para saltar sobre ellas y montarlas a horcajadas...
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