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XII

En la Tierra había varios caminos al Infierno, morada de los demonios, pero en lugar de viajar hacia uno de esos sitios por los medios normales, usarían el atajo más rápido y más atrevido, por la frontera del primer cielo. Aunque Axel seguía porfiado en su negativa, Azrael lo convenció de buscar refugio en Seol mientras él buscaba una solución con Ridhwan, y él aceptó porque creía que podía forzar su paso hacia los cielos superiores, con un poco de suerte.
Isabel no sabía a qué camino se referían, en medio de la brumosa llanura, hasta que vio venir una escalera descendiendo hacia ellos. Axel la tomó de la mano y la guió hacia arriba corriendo. Una vez, ella volvió la cabeza, vio que pisaban sobre el aire, y la figura de Azrael minúscula como una hormiga. La altura desmesurada le dio un mareo y se apuró, temerosa de caer.
Mientras Azrael los veía desaparecer trabajosamente en su ascenso, Malik se venía acercando sin prisa por entre la niebla, y sin alzar siquiera la vista del listado que traía en su mano, le informó a su superior que Uriel lo estaba reclamando. Azrael notó que detrás de su eterna impasibilidad, el guardián estaba molesto. No le gustaba que lo distrajeran de su tarea, porque perdía la cuenta.
–Quiere decir que ya le han llegado noticias… ¿Estaba enojado?
Preguntarle a Malik era inútil porque nunca se fijaba en el humor de los demás, ni siquiera del propio Uriel de quien dependía su existencia. Suspiró. Tenía que explicarle todo de inmediato a Uriel, antes que otros lo indispusieran en contra de Axel. Entonces, percibió una anomalía en el páramo: había cesado el eterno rumor a viento, y escuchó el eco de una explosión lejana… Habrían llegado al primer cielo, y ya habían encontrado resistencia en la frontera.
–¿Estás seguro que hay que ir por acá? –gritaba Isabel a todo pulmón. Mientras corrían, las estrellas pasaban como borrones por su lado, perseguidos por niños ángeles de armadura brillante después de que Axel atacara el muro kilométrico que les impedía entrar al Cielo.
Estaba cansada luego de correr por un par de horas, aunque le dijeran que la forma en que se hallaba consistía en pura energía, iba perdiendo terreno. Sus perseguidores los alcanzaban. Ya no resistió más y resbaló de costado contra el gran muro.
–Esto no puede ser el paraíso que tanto dicen… –murmuró, ante la inmensidad de polvo y cráteres envueltos en oscuridad, el espacio vacío y muerto, que se ofrecía a su vista.
–Así quedó Shamayin, el primer círculo, después de la guerra con los Rebeldes hace unas eras –contó Axel, ayudándola a levantarse. Observando una línea en la distancia que parecía el amanecer de un día esplendoroso, agregó preocupado–. Oh, oh. Pusieron en armas a toda la guardia angélica de Gabriel.
Él mismo se daba cuenta de que era excesivo para un ángel solo y un alma humana. Sólo pretendían disuadirlo, supuso. Incluso el propio Gabriel se hallaba a la cabeza de aquel magnífico ejército; pero no avanzaban.
Isabel tembló al entender que no se trataba del sol naciente sino que el resplandor en el horizonte consistía de ángeles formados en línea de ataque, con armaduras y lanzas doradas.
–No nos persiguen –comentó Axel, sosteniéndola firme del codo, para que no les mostrara el miedo que hacía temblequear sus piernas–. Quieren que nos retiremos.
Alarmada, Isabel vio que en lugar de huir pacíficamente, Axel había sacado su espada y la alzaba en dirección a los guardias, que seguían con atención sus movimientos.

–No me extrañaría que este ángel sea el propio Diablo disfrazado –decía el arcángel Baraquiel con una expresión de suspicacia, cuando Ridhwan ingresó a la oficina de Raguel, y se detuvo en seco al escuchar–. ¡Es una ofensa inimaginable para un ser celestial atacar el muro de Gabriel, sin mencionar el asesinato a sangre fría de mi discípulo Nasaedhre! ¡Hasta Ridhwan, que trató de arreglar el problema con los humanos, puede dar testimonio de que interfirió y secuestró a una mujer vaya a saber con qué intenciones!
–Pero… –Ridhwan iba a objetar hasta que notó la expresión salvaje en los ojos del supervisor, Raguel, quien caminaba lentamente por la sala con aire distraído.
–¿Quién es este ángel? –interpuso otro, asombrado como todos por la lucha abierta que le plantaba a Raguel y aún al gran arcángel Gabriel.
–Es un traidor, sin duda –contestó Baraquiel, convencido de que ahora podía hundirlo totalmente y que toda la atención se apartaría de él y sus subordinados–. Diles Ridhwan, por favor, si no viste lo mismo que yo, en su espalda, cuando se rasgó su ropa al luchar contra Zefón e Ituriel.
No podía decirlo en voz alta, pero dibujó en el aire una cruz y antes que completara el símbolo, todos resoplaron, estupefactos. Raguel paró de golpe su ir y venir, y Ridhwan no pudo evitar su mirada, confirmando por su turbación lo que Baraquiel había insinuado.

–…que sea un malentendido esta información: ayudaste a un fugitivo a huir a la Tierra y escapar del justo castigo. No puede haber excusa para alterar la paz y el orden establecidos, aunque el acusado sea de los nuestros –le estaba amonestando con rostro grave Uriel. Azrael bajó la cabeza y el otro agregó, dirigiéndole una cálida mirada que le recordó lo que había sido antes, o al menos su advertencia incluía un dejo de preocupación–. No puedes dejarte llevar por estas simpatías innecesarias, Azrael.
Parecía decirle que su comportamiento estaba por debajo de su dignidad, y por un momento se arrepintió de haber ayudado a Axel. Por suerte no había confesado que utilizó magia prohibida. Uriel ya no lo llamaba amigo, pero quería conservar su respeto, y no empeorar las cosas. Luego de recontar la historia para su ilustración, haciendo hincapié en la muerte justa que Axel le había dado a un ángel infame, y que no lo habían dejado justificarse en el juicio, lo dejó con algo en qué pensar.
Los jardines del palacio de Uriel, señor de los muertos y ángel del trueno, eran cuidados con esmero por manos invisibles. Azrael se detuvo un momento y sonrió al ver las almas que se mantenían a distancia. Siempre había un grupo más o menos numeroso de muertos esperando obtener un vistazo del arcángel, por su afamada hermosura que era un atisbo de la gracia celestial que los humanos esperaban encontrar en la eternidad. En otro tiempo, había sido conocido como el rostro de dios, más brillante que el sol, y su poder llegaba al trono divino, pero eso fue antes de ser degradado.
Cuando estaba por dejar el predio, vio que un mensajero descendía a toda velocidad y lo interceptó para saber qué noticias traía, presintiendo alguna desgracia. Los de la frontera ya habían avisado que el prófugo y un cómplice no reconocido se le habían escapado de entre los dedos a Gabriel, y se los buscaba en todo el universo por intento de asalto al cielo. Ese tonto sigue acumulando problemas.

A Ridhwan le espantaba un poco andar por el Tercer Cielo, no sólo porque se suponía que no podía estar allí, y se había colado por una escala que nadie usaba, sino porque aquel paisaje monótono lo hacía sentir insignificante. Por todos lados lo rodeaban espesas nubes opacas como las que pisaba en ese instante, y a pesar de su consistencia algodonosa, sus pasos repercutían como si estuviera encerrado en una cúpula de vidrio, y sobre su cabeza, su imagen se reflejaba al infinito en cada gota del rocío que cubría el domo.
Los seres que habitaban en esa niebla grisácea no estaban vivos para su gusto, acostumbrado al movimiento y el colorido, el ruido y el olor de la Tierra. Esperó por un rato y entonces, proyectada sobre una nube a su altura, apareció la cabeza del dominio que había dado su puesto a Raguel.
–¿Tú necesitas preguntarme algo, Ridhwan, ángel de la Tierra? –tronó la voz, su vibración esparciéndose por el paisaje hasta el infinito y estremeciendo todas las fibras de su ser.
–Sí, vine a preguntar por qué se dio un puesto de tanta importancia a Raguel –contestó Ridhwan apenas logró retomar su aliento, y con la mayor humildad que pudo explicó su preocupación por la tiranía del supervisor, que debían haber notado en su sabiduría y previsión.
–Puede ser –respondió la voz, y Ridhwan se quedó pasmado por la respuesta, además la imagen no se había alterado y por un momento se preguntó si no estaba viendo una foto estática de algo que ya se había ido, cuando el dominio giró hacia él y continuó, con una nota de aburrimiento en su tono–, todo está siendo registrado a medida que acontece. Mientras tanto los ángeles necesitan alguien capaz de refrenarlos, pues en su sensibilidad se contagian fácilmente de los humanos.
–Justamente…
–Hacen lo que pueden controlando a esas bestias –siguió la criatura con mayor energía, ignorando sus peros– que de una vez podrían derribar las barreras entre la tierra y el infierno para mezclarse con los demonios, tal es su estupidez… Disculpa el exabrupto, pero los humanos… –se cortó el dominio–. Querías saber de Raguel. Cuando seas más sabio te darás cuenta de que es la persona idónea para este trabajo, y lo demostró muy joven, cuando eligió a Dios por encima de su hermano. Perfecta fidelidad es lo que pedimos de un ángel, obediencia a las leyes divinas por encima de sus pasiones.
Los seres superiores debían estar enloqueciendo por existir aislados, contemplando el universo, se dijo Ridhwan, mientras buscaba la escala para volver. Aquel dominio parecía distante, impasible ante sus preguntas, al momento se enardecía contra los humanos y demonios, y luego volvía a ignorarlo por completo con un tono glacial. ¡Un hermano! Era poco común que hubiera ángeles emparentados. La mayoría crecían sin saber de dónde provenían, por ello tener un hermano era un regalo. ¿Qué le habría pasado al hermano de Raguel, y por qué le habían dicho que eligió a Dios por encima de él? ¿Qué se había atrevido a hacer?
Preocupado porque no encontraba la salida dónde había creído que estaba, se detuvo con el ceño fruncido y las manos en las caderas, contemplando el suelo compuesto de gases volátiles.
–¡Hola, querido Ridhwan! –lo sorprendió una voz, y al instante vio venir como un bólido una nube de luz que se detuvo a su lado–. No te reconocí con túnica formal –se había puesto el uniforme de ángel para no destacar si alguien lo veía por allí– en lugar de tus estrafalarias modas humanas. Estás engordando y envejeciendo mucho. ¿Cuándo evolucionarás para venir a hacernos compañía?
Era Kutrim, el dominio que lo había ordenado en su puesto hacía una era, y se conocían desde pequeños, cuando luchaban bajo las órdenes de Miguel contra los primeros rebeldes. Sonriendo, Ridhwan repuso que no esperaba evolucionar nunca, si de él dependía, porque se aburriría terriblemente.
–La verdad escuché tu conversación con mi colega –Kutrim movió la cabeza, y Ridhwan cedió ante su mirada acusadora–. Continúas preocupándote por estos seres inferiores, cuando ya no hay solución. ¿Sabes que tu joven amigo ha sido borrado del libro? –Ridhwan volvió a fruncir el ceño. Lo que más le molestaba era que todos sabían lo que pasaba, lo veían, y no hacían nada con su infinito poder–. No me mires así. Hay reglas, y no hay retorno en estos casos. Los tronos se ocupan de esto y están sobre nosotros.
Ridhwan soltó su mano, que Kutrim había aferrado para mostrarle que no olvidaba su amistad, y se apartó, cansado, afligido. La escalera que buscaba había reaparecido justo a su lado, y se dispuso a marcharse. Antes de desaparecer, Kutrim lo volvió a llamar y saludándolo con una mano, comentó:
–No busques a Sariel, su hermano. Pierdes el tiempo. No lo encontrarás porque es un condenado, uno de los líderes malignos del infierno.

Texto agregado el 18-02-2011, y leído por 111 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-10-2011 complicado tu comentario eh? grisangel2
18-02-2011 para que tomar y rodar si puedes fumar y volar, eh? marxtuein
 
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