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El espíritu del lago.

Creencia mapuche.

Prólogo:
Los mapuche, que quiere decir “ gente de la tierra, por “ mapu “, tierra y “ che “, gente, ocupaban una gran zona del cono austral de América del Sur, que abarcaba la parte central de Chile y Argentina.
Tomás Guevara.

Todos los lagos y lagunas tienen su dueño – cuentan las antiguas leyendas -, un espíritu enamoradizo que persigue a las muchachitas araucanas. Cuando toma apariencia humana, sus cabellos crespos le forman una corona sobre la frente. Es de piel oscura, pequeño y ágil como una anguila.

Las aguas de los ríos tienen genios misteriosos que acechan a los hombres. Y dicen que las nutrias son las dueñas del mar y producen el ruido de las olas. A los que pretenden cazarlas, los persiguen, llevándoselos a las profundidades, desde donde jamás regresan.

Esto es lo que los antiguos cuentan, y puede creerse o no. Hay historias extrañas en cada lago del sur y una de éstas cuenta de cómo el espíritu de Millacol, que significa “ agua de oro “, se enamoró de Imahue, la hija del cacique Lemunao, que habitaba con su tribu cerca de un lago.

Y sucedió así:

Todas las semanas Lemunao salía de pesca, llevando de regalo un jarro de chicha al espíritu del lago para que le diera peces.

Sentado en su canoa, decía con voz fuerte: , señor del lago, junta y súbeme tus peces, que son mi plato favorito. Te invoco y derramo un jarro de mudái para que me deis tus finos animales, hombre del agua.

Derramaba la chicha por la orilla y al poco rato los peces brillaban junto a la canoa. Lemunao los ensartaba con su tridente de uno en uno, hasta llenar un gran canasto. Daba las gracias al dueño del lago lanzando una flor a la superficie.

El cacique había prohibido a las mujeres acercarse al lugar, porque sabía que los genios del agua suelen robar a las más jóvenes y bonitas, haciéndolas sus esclavas. Para que no huyeran, el espíritu las convertía en pequeños patos, que llaman “ hualas ”; éstas no pueden volar sino rozando el agua y nunca se alejan del lago. Al zambullirse pían tristemente, recordando su vida de mujeres.

Lemunao tenía una sola hija, Imahue, de una belleza suave y pensativa. Por las tardes entretenía a su padre con canciones que contaban las hazañas de sus antepasados, y de los dioses, del cielo, de la vida láctea, a la que los indios llamaban “ río del cuento “ o “ río del firmamento “. Allá, en ese lejano río, los espíritus de los antepasados encienden sus fogatas formando las constelaciones, y vigilando desde arriba a sus descendientes.

Imahue sabía tocar también complicadas flautas de caña, haciendo honor a su nombre que quiere decir “ cañaveral “.

Cada día inventaba nuevas melodías y en las noches invernales y en todas las grandes fiestas, Imahue relataba los hechos heroicos y tocaba en sus flautas melodías que consolaban de las enfermedades y sufrimientos.

Los pájaros llevaron en sus alas estas canciones hacia el lago y una tarde en que Millacol había salido a jugar en la superficie, inventando un palacio de nieblas, escuchó la dulce voz de Imahue que iba y venía por el aire.

- ¡ Quién canta ¿ – preguntó a sus esclavas.

- Es Imahue, la hija de Lemunao – contestaron las aves,
- escondiendo sus cabezas bajo las alas, sabiendo que Millacol querría tener de esclava a la dueña de la voz y de las melodías.

Desde esa tarde, el espíritu del lago no descansó, levantando
fuertes oleajes que impidieron salir a pescar al cacique y a su gente, tanta turbulencia no dejó de llamar la atención y la “ Machi “, sacerdotisa de la tribu, agitó ramas de canelo mojadas en mudái por las orillas del lago para conjurar al espíritu inquieto.

Lemunao echaba de menos su plato favorito y se embarcó en su canoa, a pesar de las advertencias de la Machi. Las aguas parecieron calmarse y una gran cantidad de peces plateados brincó en torno de la pequeña embarcación. Lemunao se puso a pescar, luego de echar al agua numerosos jarros de bebida para aplacar a Millacol.

Cuando se preparaba para regresar con sus canastos repletos, se abrieron las aguas frente a él y surgió Millacol, vestido de algas, con los pelos enroscados, como una corona sobre la frente y con los ojos amarillos como pepitas de oro. Al reir, mostraba dientes aguzados parecidos a los de las fieras.

Aunque Lemunao siempre respetó al espíritu del lago, nunca lo había visto y su aparición le causó espanto. Disimuló, sin embargo, para no disgustar a una criatura de apariencia feroz.

Una voz extraña, que parecía comunicarse directamente con su pensamiento, murmuró: - Dame a tu hija Imahue, la de la voz maravillosa y siempre tendrás peces de plata en tu cocina -.

El cacique se asustó aún más, pero dijo con calma: - Imahue no es digna de ti, señor del lago. Su voz es hermosa, pero poco firme y su cara tiene manchas como la luna. Además su carácter es caprichoso y hace lo que quiere.

- No me interesa su aspecto ni me importa su carácter. La quiero por su voz y sus melodiosas canciones.

- ¡ Acaso tus pequeñas esclavas transformadas en hualas no cantan para ti y te dan compañía ¿ – argumentó el cacique, no hallando qué inventar para proteger a Imahue.

Los gemidos lastimeros no son cantos, ni me dan compañía unas aves entristecidas. En cambio tu hija haría resonar las aguas en torno a mi palacio y nunca me sentiría solitario como esos animales que aúllan en la montaña.
El cacique alzó su bastón de plata en señal de adiós diciendo: - Dame tres días para pensar, porque Imahue es mi única hija.

Y se alejó hacia la orilla con tranquila dignidad, mientras el señor del lago desaparecía riendo en las profundidades. Su espíritu salvaje era incapaz de comprender el amor humano en ninguna de sus formas, por eso no conocía los sentimientos tiernos, ni la piedad, ni la misericordia.
Lemunao se reunió con la Machi y toda la tribu para consultar lo que se podía hacer.

Imahue, al saber que el espíritu del agua quería llevárselas a sus palacios sumergidos, lloró y se entristeció, porque la voluntad de los seres de la naturaleza es invencible en su indiferencia.

La Machi invocó a los espíritus protectores de la tribu de Lemunao: los árboles, el canelo y el coihue. Y también a los parientes muertos, que en forma de aves y pillanes los cuidaban de los peligros y embrujos.

Al segundo día, la Machi vio un águila blanca cruzar sobre las rucas y dirigirse hacia las montañas. Era una clara señal de que tendrían que emigrar a un lugar alto para salvar a Imahue, un lugar lo más elevado posible para que no los alcanzara el enojo de Millacol, al comprender que Imahue no sería suya.

Abandonaron sus siembras, los árboles amados, sus rucas y tomaron lo más necesario para huir cuanto antes.

Iban trepando los primeros cerros cuando los bordes del lago se rompieron y una lengua de agua corrió tras ellos como un rayo y tocó los pies de Imahue, convirtiéndola en cañaveral.
Lemunao y su gente se transformaron en plantas y arbustos, gracias a sus espíritus protectores. Los niños muy pequeños se convirtieron en pececillos que huyeron rápidos hacia el centro del lago.

Emergió entonces Millacol y con sus manos de niebla removió las cañas mágicas, que entonaron extrañas canciones de un palacio de oro y de la melancólica belleza de las profundidades.

Las hualas prisioneras, al ver alzarse las cañas y oír sus musicales historias, volaron a ras del agua a refugiarse en ellas. El roce de los tallos contra las plumas de las aves produjo sonidos únicos que hablaban de consuelo y amistad, de sentimientos puros y generosos que el espíritu del lago no podía comprender. Se sintió ajeno a ese amor de las cañas y las aves, y cubriéndose de brumas, huyó a su palacio sumergido.

Pronto el rumor de las canciones se extendió hacia los árboles vecinos, a las almas de Lemunao y su gente, convertidos en selva. Y por todo aquel lugar emergieron flores semejantes a miradas amorosas, a ojos humanos que se mojaban de rocío, y las ramas de los coihues y canelos, cubrieron de sombras protectoras las orillas.

Cuentan las antiguas consejas que el sitio se convirtió en una especie de paraíso donde todo el que atravesaba las quilas y tupidas enredaderas que lo rodeaban, sentíase lleno de una paz profunda, como si los hilos y antenas invisibles que tienen todos los seres, se unieran por fin en una clara armonía.




Cuentos Araucanos, la gente de la tierra.
Texto: Alicia Morel.
Transcripción: Ignacia.

Texto agregado el 13-07-2004, y leído por 6172 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
15-07-2004 Todas las leyendas de los habitantes autóctonos de nuestras tierras, tiene un sabor tan especial, que te elevan y hacen que al leerla, se sublimicen las creencias hasta dudar de la realidad o fatasía. esta no se sale de ese camino. Gracias por contarla, Ignacia. rodrigo
14-07-2004 Esta leyenda es magnífica amiga. Siempre sentí curiosidad por los mapuches, por sus costumbres...tan ricos y sabios como nosotros prepotentes, ay! qué lástima...leyendo estas maravillas se le queda a uno el alma envejecida por lo que comenta el amigo sendero, pero también por tantas otras, por nuestra ignorancia, por lo que nos estamos perdiendo...Muchas gracias amiga, gracias por rescatar y regalarnos esta hermosa leyenda!!! LoboAzul
13-07-2004 sólo leyendas han quedado de los indios a los que exterminaron ferozmente, seguirán en el espíritu de lagos, montañas y llanuras mis estrellas india
13-07-2004 El espríritu del lago, ¡bellísima leyenda! Una de las tantas historias y creencias de nuestros queridos hermanos mapuches. El arraigo, las costumbres, sus credos, y la lucha por la libertad ha sido una constante en la vida de este pueblo. Un beso shou
13-07-2004 Es hermosísima esta leyenda, dan ganas de ir a conocer ese lugar y emparse de su música. Me han encantado! maravillas
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