¿Cuántos años puedo tener
si en todo momento rompen mis pictogramas su llama cromofágica
para desplomarse en airelento como mis pensamientos?
¿Si arrojo cero resultados a los mares de baba
donde me detengo siempre
gota fría
a meditar la pregunta?

Tengo N años. Estoy enchufado a un satélite.
Imbécil. Como yo. Flotando.
Ruedo en un invento previo a la electricidad humana,
dispongo diálogos monosilábicos a guisa paleolítica
sobre los mismos temas:
mujeres, empleo:
caza, recolección:
"Veo rosas tras el paso de la chica que me gusta,
lascas verdes en el cielo que no mira y llena."
ó
"32 horas: máquina masoquista y aferrada a una idea que no logra sujetar."

Debo ser nada.
No aspiro a revolver el orden,
al contrario, cualquier objeto me parece orgánico, salido de mí.
El mundo es venas, pulmones, ojos, cerebros, pieles,
vísceras semivirtuales sobre monitores,
testamentos soldados al hardware.

Debo ser inalámbrico
como un insecto idiota por ignorar el vuelo verdadero.
Hablo seguro de mí mismo -mosca idiota-
como un satélite flotando en una cueva.
Arranco a mis sensores las texturas negras de lo que no veo,
fantasmas que quiero lamer.
No obstante permanezco necio a la misma vocación:
volver el instante jade animal.
Perros pieldeiris ladrándome. Aullando conmigo.
Fuerzas amantes y contrarias sangrando todo el tiempo auroras.
Mi vocación es verte, oh roca, porque eres más sabia que las moscas que amo.
Mi ciudad envuelta en una sóla semisufrida conciencia
hundidos todos en los pasmos de un buey sideral y santo.