Jesús percibió el aroma del cacao recién tostado, de inmediato sus narices se abrieron para poder dejar entrar el dulce aroma que invadía la vieja colonia donde había vivido su corta vida, se levanto del piso donde se encontraba jugando canicas, e incluso dejo caer la más preciada de sus joyas, el ojo del águila. La fábrica de chocolate era un palacio majestuoso para él, soñaba con nadar en ríos de cocoa y atrapar peces de chocolate amargo, mientras que navegaba en una balsa de chocolate blanco.
¡Vas Chucho!- le grito su amigo Juan mientras limpiaba su nariz con el antebrazo, ya enverdecido y encostrado por haber repetido la misma operación durante toda la partida- ya deja de babear por los chocolates y ponte a jugar, que segurito esta vez si te quito esa canica.
Jesús levanto a su preciado ojo de águila, y volvió a llenarse las narices con aquel aroma, observo las canicas a sus pies y tomó la decisión más importante de su vida, tenía que ver el interior de aquella fábrica, ya tenía siete años y cualquiera de estos días se podría morirse, así que no habría marcha atrás, entraría en ese edificio donde se creaban tales delicias.
Guardo la canica en su bolsillo, y camino de frente a el sol, dejando atrás los juegos de niños, mientras sus pequeños pies andaban por la mitad de la calle, su mente infantil pensaba en como entrar a ese lugar. Mientras andaba por la calle, un grito feroz rompió su concentración, “¡Diario de la tarde, llévelo!”, Jesús se enojo por un momento, aquel gritón lo había hecho olvidar su plan maestro que apenas iniciaba en lo más recóndito de su cabeza, “¡Aparecen ocho muertos bajo el puente, llévelo, llévelo!” volvió a gritar el vendedor. Giro la cabeza para ver al responsable de tal interrupción, más lo primero que vio no fue al joven vendedor de periódicos, si no la foto de primera plana. Ocho hombres muertos, casi sin musculo sobre sus huesos, abiertos de las panzas y sin entrañas, nada de sangre sobre sus cuerpos, solo una manera brutal de morir.
Una mujer gorda y hedionda toco su hombro, de inmediato el pequeño salto por la impresión causada por la imagen y el roce sorpresivo. Aquella mujer ya vieja y bogotana comenzó a regañarlo- ¿Qué haces aquí escuincle? Váyase con su madre que lo ha de estar esperando. Jesús comenzó a correr, “esta vieja que se mete” pensó, más ya había escuchado de los asesinatos en la colonia, y no era para menos estar asustado. Mientras seguía corriendo topó con un hombre que regresaba de su trabajó, el hombre de traje y portafolio portaba una barra de chocolate la cual embarró sobre su blanca camisa.
- ¡Oye niño, fíjate!- Gritó con voz potente.
Continuó corriendo después del incidente, y vio a más de una persona comiendo barras de chocolate, de la gloriosa fábrica OLMECA. Se detuvo de golpe y vio a cuatro hombres uniformados con overoles de color café claro repartiendo chocolate. “¡Chocolate gratis! ¡Lleve su muestra gratis! De inmediato se dirigió hacia donde los hombres se encontraban, asombrado por estar tan cerca de aquellos trabajadores de la gran empresa “OLMECA, S.A de C.V. CIA y Asociados, Marca registrada”, no sabía lo que significaba, pero de seguro eran personas importantes.
Cuando cruzó la calle el ultimó de los chocolates había sido regalado. Jesús observo el interior de la caja vacía, ya no había ni uno para él. “No llores muchacho, toca la puerta de la fábrica por la noche y yo te regalare una caja para ti solo”.
Jesús esperó toda la tarde hasta el anochecer, su madre no lo dejaría salir una vez que el sol se ocultara, así que esperó hasta que ella se fuera de la casa, pues siempre salía a ver a su novio en turno. Después de las diez de la noche su madre se fue, tal y como lo había planeado, Jesús se levanto de la cama y tomo su canica de la suerte, la hecho a su bolsillo junto con las llaves de su casa y antes de partir beso en la frente a su hermano pequeño que ya resoplaba entre sueños.
Camino por entre calles oscuras anhelando llegar a la puerta de la fábrica, vio pasar una patrulla a toda velocidad, y unos jóvenes cantando y bailando al son de una botella de tequila. Llego a una esquina que se encontraba cerca de la fábrica, espero un momento al ver otro niño que se encontraba recorriendo la misma calle, aguardo entre las sombras y espero. El niño toco el portón, mientras temblaba por el frío y la expectación. Por un momento no pasó nada, hasta que el metal oxidado comenzó a rechinar, las enormes hojas del portón se entre abrieron un poco, y aquel niño entró al edificio. El portón volvió a cerrarse lentamente dejando solo un triste rechinar de metal, y el silencio volvió a reinar.
Jesús se dijo así mismo que era el momento, tomo valor mientras sentía su canica en el interior de su bolsillo y corrió hasta la portón, tocó con fuerza para que todos los de adentro lo escucharan, pues esta vez no se quedaría sin chocolate. Las viejas hojas de metal resonaron un par de veces, nadie abrió, esperó un momento y al levantar su pequeño puño para volver a golpear, se percato que la entrada estaba abierta. La empujo tímidamente y entro el interior de aquel lugar.
Un pasillo viejo y sucio lo recibía, las lámparas zumbaban rompiendo con el silencio, mientras que alguna que otra cucaracha corría por la orilla de las paredes. No había ríos de cacao caliente, ni balsas de chocolate blanco, al menos no en la entrada. Continuó con su incursión a través de la fábrica, pasó la recepción, y llegó a la puerta al final del pasillo, avanzó por otro corredor alumbrado por focos de luz amarilla, y al ir caminando por este nuevo pasillo percibió un aroma peculiar, pero dulce como ningún otro. Se acerco hasta una puerta de donde pensaba provenía el aroma, la abrió sigilosamente y observó lo que había en su interior. De inmediato quedo fascinado al ver enormes contenedores calentando el chocolate que pronto llegaría a las tiendas y posiblemente a su estómago. Entro sin miedo a ser descubierto, después de todo era un invitado, recorrió el pasillo metálico bajo sus pies mientras observaba a los hombres de uniforme vaciando mezclas en contenedores para llevar a cabo la receta final, la famosa receta del único chocolate carmesí en el mundo, el chocolate OLMECA. Jesús pensó en el secreto que tan celosamente había guardado la empresa, o al menos era lo que los grandes decían. Líquidos rojos y cafés mezclándose para dar vida al chocolate más dulce del mundo, y al ver con más detenimiento aquella mezcla roja se percató del secreto de aquel chocolate, pues aquello parecía más sangre que dulce de piloncillo, y en el nadaban entrañas de personas.
El miedo lo invadió, ahora entendía la desaparición de todas esas personas, “¿a cuantas me he comido?”, se pregunto de inmediato sin querer la respuesta de aquella pregunta. Camino de espaldas esperando no ser descubierto por alguno de los trabajadores, salió de aquella habitación y regreso al lúgubre pasillo por el que antes había caminado, fue entonces que se percató de las muchas puertas que había en ese lugar. Corrió unos cuantos metros y abrió una puerta esperando que fuera la correcta. Frente a él se encontraba un lugar lleno de jaulas que contenían a hombres y niños que eran alimentados con barras de chocolate y hierbas aromáticas. Jesús tapó su boca para no gritar, caminó lentamente hacia atrás intentando huir y antes de que pudiera girar, su espalda golpeo con alguien.
- Bienvenido a la fábrica de chocolate OLMECA, estamos para servir.
Jesús soltó un puñetazo al estómago de aquel hombre y corrió hasta la salida, esta vez sin equivocarse de puerta, regresó a la recepción y antes de salir se dio cuenta que alguien había dejado unos chocolates en la mesilla del recibidor. Se detuvo y los tomó para después abandonar el lugar.
Regreso hasta su casa antes de que su madre llegara, vació sus bolsillos y acomodo las barras sobre la mesa del comedor. Sus envolturas rojizas brillaban bajo la luz, y el aroma del dulce chocolate lo hacia salivar hasta su boca se escurría. Así estuvo durante un largo tiempo hasta que su madre regresó poco antes del amanecer. Escondió los chocolates entre sus ropas, y se durmió pensando en lo que aquella noche había visto.
A la mañana siguiente, despertó aun con miedo y desconcertado, su madre y hermanos ya habían salido, pues el medio día ya había transcurrido. Buscó entre sus ropas y encontró los chocolates que ayer había robado, y por supuesto, su canica de la suerte. •”Nadie lo sabrá”, se repetía una y otra vez, mientras caminaba por la calle.
- Chucho, ya no vas a jugar canicas.- Juan lo había encontrado en su andanza meditabunda- Todavía quiero ganarte esa canica.
- Claro Juan.
Ambos niños comenzaron a jugar, de nuevo, al aroma del cacao tostado entro por las narices de Jesús. Se levanto para dejar el juego, y en ese momento se percató de cuatro hombres frente a él que regalaban barras de chocolate. Los hombres murmuraban entre ellos, mientras observaban a Jesús.
- ¡Están regalando chocolates Chucho, vamos!
Las personas se amontonaban para probar el mejor chocolate de toda la ciudad, los hombres veían fijamente a Jesús, quien sacaba una de las barras que había escondido, con las miradas fijas, Jesús abrió la envoltura y dio un enorme mordisco al chocolate entre sus manos. Los hombres sonrieron y Jesús regreso el gesto.
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