Un hombre camina por el desierto, lleva un sombrero enorme sobre la cabeza y un gabán de color verde, ya descolorido por el paso del tiempo, su paso es lento pero constante. El viento lo golpea con brusquedad, más su cuerpo permanece inmóvil y su andar seguro. Sube a través de una duna y al llegar a la parte más alta de la misma observa a su enemigo que lo ha estado esperando, al ser del espacio.
Sin dudar un momento, desenfunda su revolver y lanza un disparo que se incrusta en el pecho de la criatura. El hombre sabe que ya no está solo. Acelera el paso, atraviesa las arenas quemantes, sin importar que sus botas de cuero se hundan. Se ve solo en medio del desierto, se detiene en seco y saca su revolver. Los hombres del espacio lo estaban esperando. Los seres de piel gris lo atacan disparando laser y arrojando bombas de plasma. El hombre desenfunda los dos revolver, y dispara una y otra vez, cada bala termina con la vida de los invasores. La arena estalla pero su vista es clara, veinte de ellos ya han caído. Tira las armas pues no hay tiempo de recargar, toma su rifle y apunta a los ojos de la criatura que los comanda, una bestia de tres metros de altura, con dientes y colmillos que destrozarían una res. Dispara.
Los invasores han caído, y las municiones se han terminado. Mete su mano entre el gabán y toma una medalla de plata con la imagen de la virgen de Guadalupe, hace la cruz sobre su frente con la medalla entre los dedos, y la vuelve a colocar entre sus ropas. Toma sus armas y besa la cruz de oro que se encuentra en las cachas de los revolvers. Necesita más balas y una montura, ira por ellas al pueblo de “Santa Esperanza” para después destruir su nave.
El hombre camina por entre cadáveres de extraterrestres y armas laser esparcidas por el desierto, frente a él, el cielo se tiñe de rojo al caer del sol, sonríe mientras se dice a si mismo “Esta pelea no ha terminado. No te rindas Mario”.
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