LA CASA ROJA
Eran horas singularmente nefastas en la Casa Roja. Se soltaban apagones repentinos y los niños lloraban, al parecer, sin causa alguna. Sus llantos se convertían en plegarias, así les enseñaban sus maestros. Los adultos presentían un cambio desde lo profundo de sus células, sabían que el universo los envolvería de inquietantes razones y de destino, ese que tanto anhelaban y que representaba verdad.
La esencia de la casa, sus antigüedades, los recovecos vestidos de alquimia, todo, siempre estuvo equilibrado, pero la llegada de un viento de octubre cambió la monótona tranquilidad de la casa de estudios. Por así decirlo, en ese entonces, se despertaron libros que no debieron ser abiertos, se elucubraron causas y consecuencias, nacieron artes nunca vistas y las auras se reflejaron en realidades. La inteligencia de los eruditos lectores percudió los cimientos y muros de la casa, su sapiencia se filtró tras ellos como una inyección de cognitivismo eterno y perpetuo. Entonces, ahora, las paredes hablan. Dicen simbolismos arcanos que roen la mente de los sabios estudiosos, los poseen de magia en cantos sagrados de dimensiones ya extintas.
En algunos días los libros ruedan por las paredes y se mantienen abiertos de par en par en hojas cifradas que forman, junto con libros vecinos, códigos de lectura. Así leen los muros parlantes. Sus moradores pasaron de tener una brillante inteligencia a una locura trascendente. Pero ya ninguno de sus habitantes sale de la casa, no se los ha visto desde octubre. Ellas dicen que no están muertos, que fueron más allá de la sabiduría y sus luces ahora conforman el cosmos inmaterial.
Al visitar las cercanías de la Casa Roja se puede escuchar cómo el viento murmura sobre nuestros oídos..., las paredes hablan, dicen que el cuento de la vida es la ilusión más bellamente creada y su espejismo somos nosotros... |