Como de costumbre estábamos sentados alrededor de una mesa, cada quien con una cerveza en la mano, aunque nunca falta el descortés que la tiene en la boca e incluso en el estomago.
Pues así estábamos, cuando, sin previo aviso, como de costumbre, Paco soltó una de sus tantas y tan escuetas sabidurías; es pertinente mencionar que no son menos numerosas ni escuetas que las mías o las de Mauricio, pero hoy le toco a el.
-Aquí les va una de mis sabidurías- Dijo el muy fanfarrón con el dedo en alto –Hay una olla en una mesa, la cual queremos trasladar a la parrilla de una estufa ¿Cuál es el procedimiento que debemos seguir?
Como de costumbre interrumpí el ejercicio con preguntas irrelevantes que no poseían mayor propósito que el de la misma interrupción ¿Cuál es el material de la olla? ¿La olla esta caliente? ¿Qué hay dentro de la olla? ¿Se pretende calentar la olla o solo depositarla en la hornilla? ¿Es nueva esa fantástica playera? ¿La compraste color mostaza o la teñiste tu mismo? ¿Quién compra ropa color mostaza?... Y así. Claro, que después de veinte o treinta preguntas, Paco, tan perspicaz como siempre, dejo de responder y aclaró - Estas dos, la parrilla en la estufa y la mesa, se encuentran en una cocina sin obstáculos ni impedimentos, las dos son de metal, la olla esta vacía, solo se pretende transportar la olla, no calentarla u algún otro propósito; sí, es nueva y me la compro mi mamá.
Muy fácil, pensé y –Muy fácil- Dije. – Tomas la olla y la pones en la parrilla ¿Cuál es el pinche problema?
Mauricio contesto algo similar, pero, como su estado de ingeniero le obliga, mas acertado –Tomas la olla, la levantas, la mueves hasta la parrilla, la depositas y la dejas.
-Muy bien- Nos dijo con la condescendencia adecuada para un perrito cuando se le felicita por al fin cagar en el lugar correspondiente –Ahora, el mismo problema, solo que esta vez la olla esta en el piso.
En principio me enfade pues me pareció exagerado llamar “problema” a una olla en el piso que hay que levantar, digo, no soy ningún genio, pero seguro se levantar cosas; pero al fin contesté. Mauricio también contestó, solo que esta vez igual a mí, con un paso más o uno menos, pero al fin la historia fue igual; tomar la olla, levantarla, llevarla a la parrilla, depositarla y dejarla.
-No amigos, su respuesta no solo es insatisfactoria, sino estúpida y molesta- No dijo esto, pero fue algo con el mismo fin, quizás menos rimbombante. A continuación nos corrigió –Levantas la olla y la pones en la mesa, después aplicas los pasos del primer problema que ya tenías resuelto.
Hazme el chingado favor, que necedad de hacerle tanto a la mamada, pensé, y dije -Hazme el chingado favor, que necedad de hacerle tanto a la mamada. ¡Eso es impráctico, tardado, absurdo y, por demás, pendejo!
-Bueno, esta es la mentalidad de un buen ingeniero- Dijo, pero esta vez con el culo levantado.
Estaba a punto de sentirme un ignorante, de mente corta, con no mas futuro que el de transportar cosas con procesos retrogradas; cuando pensé por un momento y dije –No me chingues, eres un baboso, aun siendo ingeniero, eso es impráctico, tardado, absurdo y, por demás, pendejo.
Parecía no estar de acuerdo con mi conclusión, hasta que le dije –Vale, pues yo no soy ingeniero, yo soy poeta, así que he de aclararte que tu método esta mal. El proceso adecuado según la mentalidad de un buen poeta es esta. Tomo la olla, me fundo junto con su metálica personalidad sudando su aroma e interpretando su necesidad de movimiento con el resto de mi aliento; llamo a nubes, que se convierten en nubarrones, y acuden a mi auxilio; con huracanes esfuerzos levantan mi pesada rigidez del suelo, me alientan, me evaporan; me hacen cielo, nube, agua, gotas de metal; me condensan junto con su historia y sus tristeza; húmedo y renovado caigo con ligereza sobre la parrilla que me recibe; ambos metales fundidos en súbita danza se fusionan a un nivel que no se donde comienzo yo, y donde terminan ellos.
Claro que mis esfuerzos fueron vanos, pues mi argumento no los convenció. Al final Mauricio dijo –De la forman que lo vean, eso es un proceso químico.
Quedamos en las mismas y seguimos compartiendo sabidurías hasta que se agotaron las cervezas.
Jaime Carcaño Hernández. |