El Pacto
La vida del ser humano es desde siempre una incógnita permanente. Se nace, se vive y se muere según el designio divino. ¿O existen formas de cambiar el curso del destino?
Ciertos libros de Demonología expresan que la persona puede realizar un pacto con el demonio prometiendo a cambio sacrificios incluyendo niños (se acusó a muchas comadronas de hacer tal cosa debido a la gran cantidad de niños que morían durante el nacimiento en la Edad Media).
Esta es la historia de una familia que se decidió luego de muchos años de sufrimiento y meditación, en aceptar “El Pacto”
A la aldea llegaron una pareja de forasteros jóvenes a mediados del siglo XX; Manuel Morente y Berta su esposa. Zona de montaña donde las casas de piedras tenían solo la entrada. No tenían puerta ni ventana, solo una entrada. Manuel venía a trabajar en la mina del lugar, hizo del silencio un culto y a Berta solo se le veía cuando iba al almacén o a la carnicería. No hablaba con nadie.
Los días pasaban como el agua del manantial en la acequia hacia el valle. El trinar de los pájaros alteraba el doloroso silencio de la madrugada cuando nació Ramiro. Al rato la comadrona vestida toda de negro asomó su figura en la entrada, miró los curiosos y sin decir palabra se dirigió por el sendero a una casona en las afueras del pueblo.
La gente no sabía nada de los Morente, estos hablaban poco por no decir nada, y en esta ocasión no fue diferente. Manuel y Berta estaban envueltos en un halo de misterio y así perduró en el tiempo. Cuando entre el perro y las cabras del corral veían a Ramiro salir de la casa los ladridos y balidos quebraban la monotonía, pues esa vivienda con el tiempo se ganó un sentimiento encontrado de animadversión pero respeto a la vez. Lo primero por lo poco sociable de los Morente y lo segundo por el temor que ocasiona la curiosidad insatisfecha.
El Diario me mandó a realizar un reportaje con Emilio, fotógrafo, a un anciano minero, Don Anselmo Rivas, sobre un extraño caso que conmocionó a los habitantes de la zona. Cuenta que una noche se desató una tormenta infernal. Un relámpago dividió el negro cielo y anunció entre mil gotas de lluvia empujadas por furioso viento, el trueno que estremeció todo ser viviente haciendo temblar la montaña. Esa noche nació Bruno, el segundo hijo de los Morente. Cuenta el anciano que vio a la comadrona salir de la casa, mirar hacia arriba la tormenta, con la cara blanca castigada por la lluvia, el viento, los surcos fulgurantes de rayos envueltos en truenos, como si fueran a partir las piedras. Bajo esa tormenta terrible tomó el sendero y se perdió en la oscuridad. Cuenta Anselmo que esa noche los ojos de Rosa Alba, quedaron blancos para siempre. Jamás se repitió tormenta semejante.
Haciendo una mueca extraña, entrecerrando sus ojos, cuenta que poco tiempo luego de nacer, Bruno fue criado por Felipe, el dueño de la mina, ya que sus padres y su hermano murieron de una desconocida enfermedad. Finaliza Anselmo diciendo: A Bruno cuando murió Don Felipe, no se lo vio mas ni se supo nada de él. Algunos parientes de familias de la aldea que viajaron alguna vez por Europa, dicen que Bruno Morente es hoy una persona importante en Berlín, una gran ciudad.
¿Alguna cosa mas que recuerde Don Anselmo?
Voy a cumplir 100 años y hace 50 que entre los recuerdos de aquella noche, uno no lo pueda olvidar. Se inclinó tirando el cuerpo atrás en la reposera, y cerrando los ojos, las arrugas en la frente parecieron hincharse, y en voz baja siguió diciendo: lo que me molesta por las noches, y quiero, siempre quise olvidar fue la cara de terror, de Doña Rosa Alba, y aquellas sus últimas palabras que dijo la partera ciega antes de morir: ¡Que Dios nos perdone! Y lanzó un suspiro el viejo. Con ayuda se levantó y nos guió hasta la puerta. Una cosa mas Don Anselmo: ¿Que cree que pasó esa noche? Y dijo: Creo que esa tormenta trajo algo muy feo adentro, que vio Rosa Alba y al nacer Bruno sello un pacto con los padres.
http://youtu.be/8RCVpQc79Mc |