Te he visto ya tres veces.
Por mi barrio, acomodado.
Te descubrí pasando:
Pobre, interesante,
esbelta, independiente.
Frágil y sola.
Con ropas elegidas al azar,
con zapatillas de paño negras tierra,
como tus pies y tobillos.
Preciosa. Con la mirada fija en el infinito.
Caminando despacio y decidida,
hacia ese punto onírico al que miras
despacio
entre el bullicio de la gente,
sin verles y sin verte.
Te vi pasar como la viva imagen
de un grito callado
y me giré,
viendo tu delgada figura dibujarse
en una nube de problema.
Hubo un silencio.
Y si alguien conocía heridas bajos tus cabellos,
Y si te buscaban, ¿te encontrarían?.
Tal y como yo te estaba viendo,
en una nube traslúcida en el bullicio distante,
chillando así escondida.
Hubo un silencio.
Te miré.
La segunda vez te encontré sentada, doblada,
con otra ropa, con los pies negros,
Dibujando un gran dolor de tripa.
Me pregunté si llevabas días sin comida, perdida.
Por mi barrio, de gente rica, como yo.
Entre el bullicio que no te mira
al que no miras.
Lo pensé, y no me acerqué, vecina.
Lo pensé, y te miré.
La tercera vez ibas decidida,
bajo tus tobillos ennegrecidos, zapatos,
andabas erguida, pisando fuerte,
con otra ropa, más limpia,
más caliente,
como quien se busca, encontrándose sola, dentro de su vida.
Hubo un silencio
y te admiré:
Cogiendo la niebla helada de tu vacío
con puños y pies ardientes
dibujando con tus manos el futuro del día,
sola, independiente,
en medio de este sueño mío y de la gente.
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