Un 28 de enero salió muy temprano más o menos a las 6:45 de la mañana rumbo al lugar donde trabajaba.
La mañana era fría, el amanecer lento como de costumbre. Un negro cielo acompañaba cada paso que daba.
Su caminar era largo, estaba ansioso, por la cita que iba a tener en la tarde.
El trayecto de su casa a la fábrica era corto, no más de 30 min pasaron para que este hombre llegara a la fábrica en la cual laboraba.
Una larga jornada lo esperaba. En su oficina: una mesa, una silla azul de plástico, baldosa blanca y rodeada de centenares filas de resmas de papel, que esperaban para ser contadas y posteriormente cortadas.
Su ansiedad por cumplir la cita de por la tarde, era inmensa, pero el tiempo en su reloj digital pasaba volando como el correr constante del agua en un rio.
Al ritmo de un viejo radio, que producía sonidos de un par de merengues, otro poco de salsa y unos salados y amargos vallenatos sentado en aquella silla azul, contaba centenares de tiras de papel rosado.
El amargo y salado sentimiento llego. Una sensación extraña en su cuerpo, en su mente y en su corazón hicieron de las horas días, de los minutos horas y de los segundos minutos.
Todo le parecía más lento, su espalda mostraba signos de cansancio. Quería correr muy lejos y salir sin decir nada de aquel lugar.
Gotas saladas recorrían todo su cuerpo. Su mente revoloteaba como cual murciélago en una cueva. Un hit del binomio de oro que fuera de aquella oficina los operarios de las máquinas cantaban acelero su corazón. Estaba desesperado, no aguantaba más. Por fin se levantó, pues su tan anhelada cita al fin llego, pues en su maleta lo esperaba ella “ la hamburguesa” quien por fin sus ansías de comer al fin sacio.
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