Es plena noche, calculo las dos de la mañana y Morfeo no visita mi alcoba ni en sueños. Las velas ya están apagadas como mis energías, sin embargo mis parpados no quieren juntarse. El sudor frío corre por mi frente, y mi cerebro arde por la fiebre hambrienta.
Los libros yacen inmóviles sobre mi escritorio, las cortinas obstruyen el paso de luz que viene de los faroles en las calles que aún no duermen en totalidad. Un grillo canta su tediosa melodía con insistencia, y afuera no hay más que un gato merodeando la basura, y el silbido frágil y suave del viento.
Que cosas más graciosas las de la vida. Es una noche triste, en donde Morfeo no desea visitarme ni darme descanso. Así que en medio de las tinieblas exploro lo que el ojo humano nunca desea ver. Miles de colores rodean ahora mi lecho, y se pasean danzando con alegría, con violencia de abalanzan en un instante sobre mí, asuntándome y alterándome hasta el punto de exaltar mi corazón.
Ya aburrido de las alucinaciones me levanto de la cama con dificultad debido a las piernas adormecidas. Tambaleante, busco a tientas entre la oscuridad las velas y las enciendo. Un rincón de mi alcoba se ve iluminado. Mi escritorio se ve bañado por la llama dorada, dejando ver los mil libros ordenados y unos cuantos abiertos sobre el mesón. Un poco de filosofía cartesiana, teología sistemática, apuntes socráticos, historia universal, anatomía de Da Vinci, La Biblia, escritos de Cervantes, poemas de Rubén Darío, teorías de Galilei, un poco de Maquiavelo, y un poco de Marx.
Me sostengo frente al escritorio, con la luz en la cara… y pienso. ‘’ ¿Qué es esto?’’
Miles de ideas dan vueltas en mi cabeza mareada. Hojeo unos apuntes escritos por mi mano, filosofías tan disparatadas como las de un escritor dopado. Letras ilegibles para cualquiera menos para mí. ‘’ ¿Cuándo escribí esta porquería?’’
La fiebre quebranta mis energías y mis piernas siguen sin recuperar las fuerzas. Todo a mí alrededor se tambalea. Las letras frente a mí parecen saltar y escupirme en la cara. La llama de la vela ahora se burla de mí.
Ya imposible de continuar de pie, me aproximo hasta la cama sin apagar a vela, pues el fuego es amenazador. Caigo sobre las ropas del catre, y observo el techo descascarado. Iluminado levemente por la vela en el escritorio. ‘’Que Dios me ampare’’
La noche vigila mis intentos de conciliar el sueño bajo el recuerdo de todo lo que debería olvidar. Y un sonido en particular comienza a crecer en mi oído sensible ante cualquier mínimo movimiento. Un áspero alarido se va multiplicando en las calles y crece poco a poco. ‘’Podría ser… ¡pero que tonterías pienso!’’, razono. Supersticiones caen de súbito en mi mente enferma.
Con los minutos el molesto ruido crece. Pareciera ser ahora que toda la ciudad participa del festival. Ladridos… un ejército de perros ladra en esta noche triste. El sueño parece que no podrá ser concebido, ya menos en estas circunstancias. ‘’Malditos perros’’, ahuyentan al tímido Morfeo de traerme lo que tanto necesito. Pareciera ahora que privaran a mis vecinos de su sueño placentero. Que triste noche pacifica, ahora privada del descanso por los animales.
Los perros ladran, ladran y ladran de forma incontenible, como si algo les molestara. A su infernal canto se une Von Stuttgart, el gran danés de la casa de alado, con su ronco griterío. Cada ladrido se multiplica por mil decibeles por la maldita fiebre. Cada ladrido crea frente a mis ojos lobos negros que devoran mi cara poco a poco. Cada ladrido me priva del sueño que anhelo con tanto dolor, pero los perros no cesan, los perros me atormentan.
Ladridos, ladridos, ladridos que hacen bailar a la diminuta llama dorada en mi escritorio. Que provocan anarquía en las letras que con dificultad percibo ahora ya de pie frente a mi escritorio. Los perros están chillando. ‘’ ¿Qué les asusta ahora?’’, exclamo.
‘’ ¡Oh, si fuera la muerte!’’, como decía mi madre que en paz descansa. Pero que cuentos de vieja. Como si una alimaña fuera capaz de percibir al ángel con la hoz negra. Cómo si miraran a través de las sombrías puertas espirituales. ‘’ ¡Cuentos de vieja!, leyendas irracionales, mitos de los ignorantes’’
Los perros ladran y pareciera acaso que la muerte avanza por las calles en busca de mi lecho tenebroso. Un dálmata ruge, un pastor inglés aúlla, un fox terrier desesperado corre en círculos como un demente. Los perros callejeros ladran y huyen despavoridos ante la magnifica muerte andante. La ciudad ladra y aúlla y chilla y se desespera. Y mis oídos se estremecen.
Recostado sobre mí lecho, con la vela deshecha derretida, con la llama cansada de su baile lujurioso, con las letras sometidas por el orden de los libros y la tinta. Mi corazón aún acelerado por el miedo y el sudor aún chorreante en mi frente. Mis oídos, mis ojos alucinados, y la muerte aún abucheada por los alaridos caninos entrando a mi alcoba. Mi respiración se corta poco a poco, y la fiebre está llegando a su fin.
‘’ ¿Muerte?’’, le digo, ‘’ ¿eres tu?’’, sorprendido. Me mira altiva y lejana. ‘’Te imaginaba de otra forma. Te veía más natural, un poco más pequeña y demoníaca. Quizás como un Cuervo, según Poe’’. Está frente a mi, parada al lado de mi cama, fría y distante. ‘’ ¿Vienes por mí?’’, sonrío. ‘’Claro que si, que estúpida pregunta’’. Intento inclinarme, pero me es imposible. Los ladridos no cesan, los aullidos aumentan, y las luces de las calles se han apagado. La vela aún lucha por sobrevivir, la llama descansa sobre el regazo de la mecha carbonizada, casi muerta. Las letras están petrificadas en sus libros, sus hojas iluminadas por el dorado de una llama agonizante.
‘’Perdona mis modales, pero no tengo nada que ofrecerte… no hay whisky, ni ron, ni siquiera café o té…’’. Impasible, la muerte toma mi alma… con su mano indescriptible en mi pecho. Me arranca la vida, la arrastra unos centímetros por la oscura habitación, abre sus alas, y vuela.
Las luces de afuera se encienden, mi vela se apaga, los perros se callan, y mis ojos se cierran… para siempre. |