NO DESEARÁS A LA MUJER DE TU PRÓJIMO
(Sugonal)
Es uno de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios que le fueron entregados a Moisés cuando conducía a su pueblo desde Egipto a Canaán, la Tierra Prometida.
Lo que voy a narrar a continuación es verídico. He usado nombres ficticios por razones obvias.
Sucedió cuando llevaba algunos días de descanso en esta caleta de pescadores olvidada de Dios que es Carrizal Bajo ubicada unos 40 kilómetros al norte de Puerto Huasco, en la costa chilena de la Tercera Región de Atacama.
En el mundo actual, este Mandamiento podría tener dos connotaciones y, a lo mejor, su enunciado podría cambiarse por “No Cometerás AcosoSexual”. Pienso que sería más justo, pues esto de “No Deseará a la Mujer de tu Prójimo” es aplicable únicamente al hombre, especificando actitudes y comportamientos del sexo masculino hacia el sexo femenino para conseguir favores sexuales.
El acoso sexual se asocia con el trabajo en oficinas mixtas. En un alto porcentaje se trata de hombres que tratan de seducir a mujeres por lo general casadas o separadas. De tarde en tarde por lo menos en Chile, los medios informan sobre casos de acoso sexual y sus consecuencias legales.
Sin embargo, aunque es raro, las mujeres modernas también acosan sexualmente al hombre por la igualdad que han logrado con éste en el mundo cada vez más globalizado en que vivimos.
No sólo en la oficina se da este fenómeno. También ocurre con cierta frecuencia en otros niveles de la vida doméstica.
Puede durar meses, años o simplemente algunos días. Pero siempre tiene su final.
Comienza como un coqueteo que parece ser un rito inofensivo que hace a la mujer sentirse más femenina y al hombre más varonil. No pocas veces, para aquellos que no entienden que el coqueteo es el acto de expresar aprecio o deseo por el sexo opuesto en el tácito entendimiento que pasar de allí es completamente imposible, termina en duras lecciones de vida.
A qué viene todo este rodeo. Quizá explique mejor la situación que me tocó vivir y en la cual, lejos de ser un instigador fui objeto, creo yo, de un caso relámpago de acoso sexual.
A estas alturas del relato, es importante hacer algunas precisiones que ayudarán a comprender mejor lo que estoy contando.
Desde el punto de vista de la edad, yo caigo en la categoría de “ancianos” pues tengo más de 65 años. Pero hay ancianos y ancianos. Conozco hombres que tienen 50 años y parecen tener, por su manera de ser y actuar, 70 ó más. También tengo amigos de 75 que se ven vitales, llenos de energía y salud y aún con “mucho hilo en el carrete” como se dice comúnmente, y nadie les echaría más de 60.
No trato de autorecomendarme dando a entender que soy un viejo que no parece tan viejo y que, no tengo dudas, aun tiene bastante hilo en su carrete que puede usar.
Es como siente mi corazón y como tomo la vida en general. El aspecto físico que las personas transmiten es lo otro. En este punto la cosa deriva un poco más hacia la genética. Es como entrar a juzgar cosas como el cutis que tenía mi madre cuando cumplió 80 años, o las arrugar, las canas y las manchas de vejez que yo recuerdo que me llamaban la atención en mi padre cuando tenía 75.
El asunto es, para entrar de lleno en el relato que me ocupa, que ni parezco un viejo verde y me cuido mucho de actitudes que pudieran hacerme ver como tal, ni pretendo parecer un muchacho de 30 lo que considero absolutamente ridículo.
Parezco lo que soy, un hombre mayor de buena presencia por hábitos y disciplina de vida adquirida a temprana edad y nunca abandonados, dispuesto a disfrutar de lo que me queda de vida de la mejor manera ya que no tengo ataduras que me lo impidan o limitaciones que me afecten sin remedio.
La casa donde veraneo y que diseñamos y construimos con mi ex pareja hace ya algunos años (y que graciosamente me facilita por una o dos semanas cada año) está rodeada por otras casas típicas de familias de clase media que ocupan en la época de verano y ocasionalmente en invierno.
Mientras bebía una taza de té al terminar mi almuerzo alcancé a divisar por la ventana del comedor, que llegaba a la casa de mis vecinos Jorge y Marcia un automóvil deportivo rojo y se bajaba una mujer a sacar algo del compartimiento trasero.
A pesar de lo fugaz del episodio, vi que usaba pantalones negros muy ajustados y una blusa roja que hacía juego con el color del auto. Ordené la cocina y me fui a mi dormitorio a leer un poco y dormir una siesta corta antes de ponerme a escribir.
Alrededor de las siete, el sol todavía alto sobre el horizonte, sentí que el vehículo salía. Supuse que irían a ver la puesta de sol. Cerca de la nueve ya estaba oscuro y salí a la terraza. El cielo estaba totalmente despejado, la atmósfera diáfana y una infinidad de estrellas se perfilaban nítidamente sobre mi cabeza. El auto rojo volvía en ese momento.
Me entré y encendí cuatro de las siete velas que mantengo en un candelabro obsequio de un amigo israelí. Sabía que me durarían hasta la medianoche, y me puse a escribir.
Serían las diez de la noche cuando golpearon mi puerta. Era Jorge que venía a invitarme a compartir unos ostiones que le habían traído de Caldera.
Allí la conocí.
Estaba preparando la mesa para comer. Alta, desusadamente alta pensé, tenía puestos zapatos con tacos que realzaban su estatura. Piernas largas ceñidas por un pantalón negro que se ajustaba a un trasero bien formado y atractivo. Había cambiado la blusa roja por un suéter de manga larga color lila que realzaba su busto. De pelo claro, tenía una profusión de visos rubios muy bien logrados probablemente, pensé, en largas sesiones en un salón de belleza.
Delgada, cutis claro, ojos verdes, nariz fina y boca de labios más bien gruesos que al reír mostraban dientes sanos y parejos. En el anular de su mano izquierda una gruesa alianza de oro.
Jorge me la presentó como Mónica, su nuera.
Casada con su hijo mayor, ambos eran ingenieros en una empresa minera en la Segunda Región. Ella especialista en Recursos Humanos; él, Prevensionista de Riesgos. Mónica estaría visitándolos por algunos días y su esposo llegaría en una semana más por razones de trabajo en la mina.
Un detalle quedó impreso en mis pituitarias: usaba un perfume exquisito, fino, suave y probablemente carísimo.
Fue una cena agradable, distendida, los ostiones y el vino blanco perfectos. Al despedirme pasada la medianoche noté que Mónica estaba muy alegre y ruiseña. Deduje que el vino blanco había hecho su trabajo.
Nos despedimos con un beso, como si fuéramos viejos conocidos. Me llevé su penetrante perfume a la almohada de mi cama. Me quedó dando vueltas en mi cabeza su espléndida estampa, distinción, desenvoltura y simpatía y su físico espectacular..
La mañana siguiente amaneció con algunas nubecillas dispersas que pronto desaparecieron. Sentí parar su vehículo frente a la terraza de mi casa. Me gritaba, entre risas, que la llevara a conocer Carrizal Bajo, que saliéramos. La hice pasar y le rogué que me esperara mientras terminaba de vestirme.
Cuando estuve listo la encontré mirando la colección de barcos en miniatura hechos por mí años atrás y hojeando algunos libros que traje para leer en mis vacaciones.
Estaba esplendorosa. Pantalones blancos que resaltaban la curvatura de sus muslos y su magnífico “derriere”. Una blusa del mismo color provocativamente abierta, la fisura separadora de sus senos muy marcada, sus pechos queriendo liberarse de un “brassiere” negro que presumí era la parte superior de su traje de baño.
¿Dónde, aparte de la antigua Iglesia de Carrizal Bajo podría llevarla para que conociera algo del pueblo como me lo pedía? Dimos una serie de vueltas por sus calles polvorientas, paramos en el muelle nuevo y aprovechamos que la marea estaba baja para cruzar al pequeño islote donde funciona el faro automático. Regresamos al muelle con la esperanza de ver llegar algún bote con pescados y mariscos. Pero nada.
Dimos vueltas por el Camping atrás de la playa y me dijo que quería meterse al agua. Estacionó el vehículo, se sacó la ropa y pude ver su bien conformado cuerpo vestido con un minúsculo “bikini” negro…imposible no mirarla mientras disfrutaba como niña chica en las tranquilas olas en la playa prácticamente desierta a esa hora.
Salió del agua, sacó una toalla de un bolso de playa y me pidió que le secara la espalda.
Había una naturalidad en su incipiente relación conmigo que me confundía. Me hacía sentir como si nos conociéramos de mucho tiempo y me hablaba con una intimidad que me asustaba. Regresamos cerca del mediodía y me pidió que le prestara mi baño para ducharse y sacarse la sal de la piel. Mientras lo hacía, me percaté que no había cerrado la puerta del cuarto de baño y al ir a cerrarla me encontré que salía de la ducha completamente desnuda habiendo terminado de enjuagarse…
Un temblor me sacudió todo el cuerpo y le pedí disculpas…pero permaneció donde estaba y me pidió le alcanzara la toalla para secarse…mis manos temblaban cuando le alargué la toalla. No pude evitar mirar su abdomen perfecto, sin indicios de gordura alguno, su pubis coronado con un breve triángulo de vellos rubios…no que me asustara este despliegue de confianza de su parte, no soy tan mojigato, con los años uno vive muchas situaciones…pero esto iba demasiado a prisa…
Mientras terminaba de vestirse aproveché para preparar dos ron “sour”…sentía mis manos torpes, me daba cuenta que estaba tremendamente exitado.
Pensando en retribuir las atenciones recibidas la noche anterior en casa de Jorge, una vez que Mónica se fue salí al muelle a buscar algo para preparar en la noche. Había visto en la pescadería congrios, jureles y sierras. Recordé en años anteriores pescando en las playas de Tongoy o en Bahía Inglesa, que cocinaba a las brasas la corvina y me quedaba muy buena. Decidí cocinar esta vez una sierra “a la caja” que no es otra cosa que la sierra sin cabeza, abierta por mitades, muy bien limpia, adobada con toda clase se especias, rodajas de tomate, pimentón, aros de cebolla buen vinagre y aceite, colocada sobre papel de aluminio sobre la parrilla y cocinándose con las brasas del carbón, no el carbón vivo, para luego taparla con una caja de cartón a la cual se le han tapado todos los hoyos que pudiese tener para que no escape el calor, esperar cerca de una hora… y listo.
Compré suficiente carbón, tres botellas del mejor vino blanco que encontré en una de las dos botillerías del pueblo, una caja de cerveza en latas y bebidas para combinar con el ron que normalmente consumo. Puse a helar el vino y la cerveza, preparé el postre de helados de vainilla con frutillas y crema y me fui a invitar a mis vecinos para las diez la noche.
Fue una buena velada. La sierra según mis invitados, una delicia, el vino bueno y el licor mejor. Se retiraron cerca de la una. Dejé el aseo de los platos y demás para la mañana del día siguiente, estaba algo cansado y quería dormir.
Llevaba durmiendo una hora cuando sentí golpes suaves en la ventana de mi dormitorio que me despertaron. Me levanté y pregunté quién era. Estaba muy oscuro, no había luna. Sentí la voz de Mónica pidiendo que le abriera.
No hablamos mucho. Me dijo que venía a pasar el resto de la noche conmigo…
La llevé a mi cama, aún sin darme cuenta de cómo había sucedido todo…y me despedí del resto de las horas de sueño para dedicarlas a ella…Me contó que había dejado a sus suegros durmiendo y la puerta de su casa entornada para dormir conmigo..
¿Dormir dije? Fue lo menos que hicimos en las tres horas que siguieron. No sólo era una mujer hermosa, sino que además apasionada y muy ardiente..al comienzo la traté con delicadeza, pero a poco andar y cuando vi su total entrega, su rostro congestionado por el placer, sus gemidos y gritos cada vez que alcanzaba cada uno de sus orgasmos..y hubo varios…era incansable en el sexo, sus carnes suaves pero apretadas ,la dureza de sus senos, sus pezones erectos, su pasión fuera de control…
Serían cerca de las seis de la madrugada cuando la desperté. Comenzaba a notarse una leve claridad hacia el este, estaba por amanecer. Salió de mi casa y la ví entrar en la suya, sigilosamente, en punta de pies para no hacer ruido…
Debo ser sincero al relatar este episodio y no puedo ocultar lo que pasó conmigo.
Cada vez que ella insinuaba que iba a tener un nuevo orgasmo, me preparaba para tener el mío junto con ella…pero éste nunca llegó en las horas que estuvimos juntos. Algo extraño me pasaba, era como un freno mental que se interponía entre el querer y el poder que no lograba explicármelo.
Comprenderán mi frustración. No se trataba de una disfunción sexual de mi parte. Siempre tuve y mantuve una buena erección, la prueba está en el número de veces que ella alcanzó el climax .
Era algo más, un bloqueo probablemente originado en mi mente que no tenía antes y que se me presentó por primera vez aquí en la casa de mi ex pareja…
La noche siguiente se repitió el episodio. Mónica se dio cuenta que algo me pasaba y se esmeró por complacerme…pero nada…era mi preocupación, mi problema. Me daba vueltas y más vueltas en mi cabeza no poder tener mi orgasmo mientras ella gozaba en plenitud.
La tercera noche juntos tuve un atisbo de lo que podría ser el origen de mi bloqueo. Estábamos teniendo un sexo espectacular, y la vela que yo dejaba en el velador para mirarla en sus momentos máximos, por alguna razón que desconozco se apagó…
No podía ver su cuerpo ni su cara y, en algún momento en la oscuridad se me imaginó vívidamente que quién estaba encima mío no era Mónica, sino mi ex a quién llamaré Patricia, y recordé que ella cuando viene a la playa lo hace en compañía de su nueva pareja por quien me había remplazado después de casi veinte años de convivencia y un hijo…y ellos dormían en el dormitorio matrimonial, frente a la pieza que estaba ocupando con Mónica…
Bastó en esta oportunidad ese pensamiento, para no solo no tener el esquivo orgasmo, sino que la erección que tenía, por más esfuerzo que hice, se me fue…Mónica se dio cuenta de inmediato. Sin una sola palabra se levantó, se vistió y se fue.
Era eso. Cuando mi ex pareja me dejó y luego me remplazó por un hombre más joven, el golpe que ello significó me afectó más profundamente que lo que yo creía, y bastó que estuviera haciendo el amor con otra mujer, en este caso Mónica, en una pieza contigua a la pieza matrimonial, que tantas veces usé con mi ex pareja, que el sentimiento de haber sido engañado y la herida que me provocó saberlo, pusiera en funcionamiento el bloqueo del cual hablo.
Quizá sea mucho más complicado de lo que pienso, pero la mente, la poderosa mente capaz de controlar tantas cosas, muchas veces nosotros sin saberlo, sin siquiera sospecharlo, hace su parte en forma inexorable…
Falta un día para que llegue Hernán, esposo de Mónica y le he pedido que pasemos una última noche juntos. Nos juntamos como de costumbre a la una de la madrugada. Pero esta vez la esperé en la cama matrimonial…
Las cuatro horas que siguieron fueron apoteósicas…mi bloqueo había desaparecido, alcanzamos juntos un primer orgasmo que nos sacó gritos de placer, y luego otro una hora más tarde antes de quedar exhaustos pero felices…
Me sentía liberado por partida doble. Sentía que en cierta forma igualaba la traición de mi ex pareja, siéndole infiel, infiel entre comillas, en la misma cama en que ella lo hizo con mi sustituto…cosas de la mente, de la poderosa mente…
A mediodía llegó Hernán en una camioneta de la empresa. Me lo presentaron y fui invitado a otra ronda de ostiones y mariscos. La velada transcurrió con normalidad con el secreto latente compartido con Mónica que esta noche otro sería su acompañante y sólo ella sabría la suerte que le esperaba…no está demás decir que le relación que pude observar entre Mónica y Hernán me pareció algo fría, distante por decir lo menos..quizá estaría cansado con el viaje.
Mónica me acompañó a la puerta mientras Hernán se retiraba al dormitorio. Me dijo que iría a Santiago a un Congreso en Marzo, sola, que allí continuaríamos nuestra relación y que ella se esmeraría para que cada día fuese mejor…había optimismo, seguridad y determinación en su voz.
Iba a entrar a mi casa cuando la vi asomarse de nuevo y llamarme. Tenía en sus manos una fina cajita de madera que puso en el bolsillo de mi camisa al mismo tiempo que me decía textualmente “Recuerda querido que eres tan mío como yo soy tuya. No me remplaces jamás…”
Entré en mi casa, abrí la cajita y en ella había un pañuelo, aun húmedo con el embriagador perfume que usa…
Sus últimas palabras me hicieron sentirme algo así como su esclavo…
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