MIA
Todo sucedió tan rápido que no pudo reflexionar sobre lo ocurrido, sino hasta cuando luego de permanecer varias horas dormida, despertó sin saber donde estaba. Lo que su mente atesoraba, era que a punto de subir a su auto, dos hombres la habían tomado de ambos brazos y que entre forcejeos lograron cubrir su boca y nariz con un pañuelo embebido en algo que la desvaneció, para luego caer desmayada dentro de su propio auto. Estaba en apuros y era evidente que quienes la obligaron a inhalar formol, la habían secuestrado para finalmente abandonarla en la habitación donde ahora se encontraba. Miró a su alrededor y fijó su atención en el lujo que ostentaba el cuarto. Todo parecía salido de un sueño. Largas cortinas de tul blanco, lustrosa pinotea en los pisos, recicladas cómodas de estilo, un inmenso plasma y pegado a la cama una puerta que desembocaba a un antebaño y baño que jamás, de no haberlo visto, hubiera imaginado que existiera algo parecido. Nada faltaba. Desde grandes espejos, sales orientales, hidrobañera y todo un surtido de cremas y maquillajes importados, hasta toallas y toallones persas sin estrenar. La cama donde despertó lucía impecable. Pulcras sábanas bordadas, almohadas y almohadones de pluma finamente combinados y labrados cabezales de bronce lustrado que sostenían un colchón poco común y que únicamente en sueños, pensó, hubiera podido tener. Si bien todo la fascinaba, aun más llamó su atención que el placard estuviera repleto con un variado surtido de vestidos y salidas de cama, todas de su medida. Era como estar en el hotel más lujoso de la capital con todo lo que una mujer necesita para sentirse una reina sin serlo. Después de reponerse y controlar su temor, pudo llegar a la conclusión de que se hallaba en una pequeña isla del Tigre cuando al asomarse al balcón que daba a un inmenso parque prolijamente cuidado, vio el río y la espesa vegetación que a escasos cien metros, rodeaba toda la casa. Por un momento dudó si había sido secuestrada o aquello era una sorpresa de su marido, siempre tan extravagante a la hora de hacerle regalos, idea que por absurda descartó al instante. Cuando constató que nadie estaba vigilándola, extrañada se animó a cruzar el parque hasta llegar a la orilla del río. Pensó en arrojarse al agua, pero concluyó que nadando no podría ir muy lejos, además, estaba oscureciendo y el ruido de alimañas se iba multiplicando con cada minuto que pasaba. Tuvo miedo y no supo que hacer. Giró y desde donde estaba contempló en su total inmensidad la casa a la que la habían llevado. Era fastuosamente lujosa y por demás fascinante. Extrañada de que le permitieran moverse con libertad por la isla sin ser controlada, dedujo que sus raptores sabían de la imposibilidad que tendría para escaparse estando rodeada por agua y sin encontrar a simple vista tierra firme a donde llegar. Eso le permitió dar por sentado que la isla estaba lo suficientemente aislada de las demás como para que si lo hacía, tampoco pudieran escuchar sus gritos. Bordeando la orilla busco el muelle, pero una nueva sorpresa la decepcionó: no había embarcaciones ancladas, ni siquiera una. La habrían traído en helicóptero tal vez, pero no le pareció probable por la gran cantidad de árboles que no dejaban planicie libre para que pudiera posarse uno. Se convenció entonces de que no había forma de huir. Estaba en libertad pero cercada por agua dentro de un territorio muy pequeño y hostil. Resignada decidió regresar a la casa y enfrentar a quien encontrara. En vano buscó dentro y fuera del caserón. Abrió puerta tras puerta queriendo saber de alguien que estuviera en la isla con ella, pero a nadie pudo hallar. Cuando empezó a temer que la hubieran abandonado allí a su suerte, desembocó finalmente en un patio trasero y allí lo vio. Un hombre elegantemente vestido con blancos pantalones y guayabera floreada, la estaba esperando pacientemente, fumando, sentado a una mesa redonda espléndidamente presentada como para una cena íntima. Sereno, antes de pronunciar palabra, encendió una por una las velas de un candelabro de plata que sobre el mantel rojo se destacaba. Dos platos con sus respectivos cubiertos y un balde con una botella de champaña helada dentro, culminaban la presentación. Un ramo de rosas rojas dormía sobre la única silla vacía que frente a él, suponía le debería corresponder a ella. Asustada y poco menos que temblando se animó a preguntarle:
- ¿Qué es lo que pretende?
- Muy poco. Por favor Lucia siéntate, haré que nos sirvan la cena.
- No voy a cenar con usted. –respondió segura- ¿Cuánto dinero pidió por mi?
La media luz del jardín no le dejaba ver en plenitud la cara de su raptor, pero algo en su tonada al hablar le resultó familiar, por lo que, creyendo conocerlo se arriesgó a dar unos pasos con la intención de poderle ver el rostro.
- Ninguna. Como puedes ver, plata es lo que me sobra. ¿Tal vez quieras darte una ducha y regresar luego con ropa algo mas fresca? Ve nomás, te espero el tiempo que sea. Mientras le diré a Ireneo, mi valet, que mantenga la cena caliente hasta que regreses. Ponte cómoda tomate el tiempo que sea necesario. Aquí eso es lo que nos sobrará.
- Por favor ya no juegue mas conmigo. ¿Qué pretende?
Al ponerse de pie y caminar hacia ella, el hombre se mostró sin medias sombras quedando al descubierto.
- ¡Bruno¡ -dijo desconcertada al reconocerlo-
- Creí que después de tanto tiempo no me reconocerías.
- No entiendo. ¿Qué significa todo esto?
Caminando serenamente, el hombre regresó a la mesa y volviéndose a sentar donde estaba, la invitó a que ella lo hiciera también.
- Esas flores son para ti. Por favor siéntate.
- No, si no me dás una explicación.
- Fueron mas de veinte años sin vernos y a pesar de ello te acuerdas de mi. Me sorprendes. Será que no he cambiado mucho, supongo. Bueno tu tampoco, ó si, a decir verdad estas mucho mas hermosa que entonces. Siempre delicada, dulce, exquisitamente maravillosa. Sé muchas cosas de ti, por ejemplo que te casaste con Marcos y que tuviste tres niños con él. Era previsto. No te vi separarte un minuto de su lado hasta el día de la graduación. Debo reconocer que te ganó en buena ley. Yo nunca supe llamar tu atención. Busqué siempre hacerte reír para que te fijaras mas en mi, pero tu... nada. Bruno hola, Bruno chau. Fue lo único que logré de ti. Pero bueno... así es la vida. Como verás tuve algo de suerte en lo que me propuse. Pude vincularme y con negocios acumular una considerable fortuna. Esta isla es mi pertenencia favorita, digamos mi lugar. Aquí se puede vivir aislado de todo sin necesitar de nada que esté fuera de la isla. Lo habrás podido constatar. Aquí durante los años que no te pude ver, no dejé de soñarte una sola noche, hasta que la fantasía de compartir un mes conmigo a solas repentinamente me iluminó la mente. ¿Porqué no? me dije, y sabiendo que no había otra forma de traerte que así, me lancé a la aventura.
- No quiero pensar que enloqueciste. Como puedes creer que aun brindándome todos estos lujos puedo aceptar estar aquí por la fuerza.
- Yo no diría eso. Simplemente considera esto, un homenaje que quise brindarte por todo lo feliz que me hizo el conocerte. No temas, solo quiero compartir tus tiempos y los míos durante un mes, para sentirme que algo pude llegar a ser en tu vida mas que un conocido entre tantos de los que tienes.
Ignorante desde siempre de todo aquello, pero halagada por lo que no dudaba brotaba con sinceridad de las palabras de aquel hombre, habiendo vencido su miedo y ya relajada se animó a proponerle un cambio:
- Mira, no es de mi interés seguir con este juego Bruno. Me siento en deuda contigo por tanto afecto que no sabía que me tenías, pero por favor regrésame a casa y te prometo que concertaremos una cena con mi familia para intentar ser amigos.
- Se enfría la cena. Ve a darte una ducha y regresa pronto, te espero.
Ante la intransigencia que opuso Bruno cambiando abruptamente el hilo de la conversación, ofuscada se giró y evidenciando su indignación, a paso vigoroso regresó a su cuarto sin que mediara una palabra mas entre ambos. Después de esperarla dos horas, el tal Bruno, llamó a su valet y le ordenó:
- Ireneo, ten a bien servirle la cena en su habitación.
- El señor cree que ella comerá.
- No lo sé. Pero tenemos tiempo para que lo haga. Una semana. ¿Te parece poco?
Durante el siguiente día, Lucía no salió de su encierro a pesar de la reiterada convocatoria que por intermedio del valet, Bruno le hacía para intentar un acercamiento. Desde el desayuno hasta la cena los aceptaba pero solo con la condición de que le fueran servidos en su cuarto. Durante todo ese tiempo fijo su atención en las noticias que desde el plasma recogía sobre las repercusiones de su secuestro. Escuchó de la propia policía, reconocer que carecían de pistas para ubicar su paradero y sobre el desconcierto que provocaba en los investigadores que no se pidiera rescate alguno por ella. Vivió con angustia que su esposo suplicara frente a una cámara de televisión, que la liberaran ó que se comunicaran con él si pretendían algo a cambio de su regreso sana y salva. Todo le parecía una pesadilla y nada podía hacer. Al segundo día a poco de amanecer, abrumada por el encierro salió de su cuarto creyéndose sola, y camino por toda la isla. Encontró una plantación de rosas blancas y rojas, las mismas que recién cortadas, Ireneo le llevaba a la habitación todos los días, y pegado al rosedal, un inmenso jaulón con mas de un centenar de pájaros exóticos de plumajes coloridos y extraños. Se había aproximado para admirarlos aun mas de cerca, cuando sorpresivamente a sus espaldas escuchó una voz:
- Ese es un jilguero español. Cabeza de fuego le dicen por el copete rojo de su cabeza.
En su voz reconoció a Bruno y al girarse lo halló fumando sonriente. Su reacción no se hizo esperar. Intentó regresar a la casa sin dirigirle una palabra, pero bloqueándole el paso, él la detuvo.
- Quiero proponerte algo. Escucha Lucía. Mi idea fue compartir contigo un mes aquí, ofreciéndote todo lo que de mi pudiera para que disfrutáramos, pero no quisiera que lo hagas encerrada en tu cuarto, por eso quiero hacerte una propuesta. Decidí renunciar a ese tiempo, pero dependerá de ti, que sea breve el que permanezcas. Estoy dispuesto a compensarte con un día menos de estar aquí por cada vez que compartas una mesa conmigo, es decir, que si hoy desayunas, almuerzas, tomas el té y cenas conmigo, serán veintiséis y no treinta los días que te retendré. Si sacas el cálculo, repitiendo la misma rutina durante los próximos cinco días, serán veinte con los que te deberé compensar, y sumado al de ayer que ya pasó solo te quedarán nueve para que te regrese. Es mas, te propondré ocurrencias que si las aceptas las iré restando uno a uno de los días que te sobren. En resumen tal vez, y eso depende de ti, permanezcas aquí solo cinco días. Que dices...
- Sin propuestas indecentes... –agregó ella-
- Por supuesto, va mi palabra. –agregó colocándose una mano sobre el corazón-
Quedándose callada unos segundos, sin esquivar su mirada, con gesto adusto pero convencido ultimó:
- Esta bien, acepto.
- Pero debes sonreír y ser amable conmigo. ¿Si?
- Deacuerdo. –concluyó ensayando una mueca-
Al regresar a su cuarto reflexionó en lo intrascendente de sus pedidos. Que nada perdía cumpliendo sus demandas y podría ganar mucho si lograba disminuir el tiempo de ese modo. Evidentemente él mostraba ser inofensivo y no tener la menor intención de dañarla ó de forzarla en su condición de dominante de la situación a hacer nada que ella no quisiera. Por otro lado, sumado a que la isla era una mas entre decenas que había por la zona y que por ello no le sería fácil a la policía localizarla careciendo de pistas como lo había escuchado, se lanzó a urgir su regreso, confiada en que el tal Bruno sería fiel a su palabra. Durante los cinco días que siguieron ella cumplió con su parte de lo pactado y aun mas porque se presentaba a la mesa siempre con un vestido diferente de los tantos que en su guardarropa tenía a su disposición, logrando así irle restando días a los que aun tenía pendientes. En los últimos encuentros Bruno ya había alcanzado lo que en un principio se había propuesto: conversar relajadamente de cualquier tema con ella y llegar a conocerla mejor a partir de contarse intimidades. Su logró mayor fue que ante sus ocurrencias riera, y eso lo transformaba en el hombre mas feliz de la tierra. Ella por su parte llegó a conseguir, siempre con la segunda intención de restar días, que le permitiera cocinar en los almuerzos, y a que por iniciativa propia le dejara podar sus rosales. La cena del quinto día, ambos sabían daría por concluido el pacto. Esa noche Lucía apareció impecable con un vestido largo que Bruno a media tarde le envío por su mucamo. Comieron y sobre los postres, bebiendo champaña, ella se apartó del diálogo que mantenían para hacer hincapié específicamente en el pacto.
- Y bien... Creo que aquí termina todo. Si tu respetas tu palabra, pasado mañana debería estar en mi casa.
- Si. Es cierto pero que dirías si te dejo ir ya mismo.
Extrañada supuso lo peor, pero en su interior algo le decía que no sería capaz de romper con una propuesta indecente y desubicada todo lo galante que fue en esos cinco días.
- Que me vas a pedir a cambio de este último día.
- Nada extraño. Que bailemos.
La propuesta tomó por sorpresa a Lucía que no imaginó llegar a culminar su encierro bailando con su propio raptor. Tendría que tomarlo y dejarse tomar, apoyar la cabeza en su pecho y sentir como sus manos la toman por la cintura, mantenerse varios minutos en contacto con su cuerpo balanceándose con una melodía que suponía sería lenta. ¿Pero qué tenía de diferente él que no tuvieran los desconocidos con los que alguna vez había bailado? ¿Qué la ponía tensa de aquella última propuesta? Al cabo de unos segundos de silencio, y ansiosa por irse de la isla, no tuvo inconveniente en aceptar, pero antes para asegurarse que cumpliría con lo pactado le apuntó:
- ¿Y como me dejarías ir si acepto?
Levantando apenas una mano, Bruno llamó a su valet. Al aproximarse Ireneo, dejó un celular sobre la mesa.
- Después de bailar, ese teléfono será tuyo. Podrás llamar y dar la ubicación de la isla para que vengan por ti.
- ¿Y tu que harás?
- No debe interesarte eso, pero si por curiosidad quieres saberlo, me entregaré.
- No te creo. Estas loco...
- Tal vez. ¿Y que contestas sobre bailar?
- Acepto.
Tras sonreír con satisfacción extendió su mano por sobre la mesa solicitándole la suya. Al tomarla, ambos se pusieron de pie yendo a un costado de la mesa.
- Ireneo por favor, pon música.
- Que tema prefiere el señor.
- ¿Europa...? –dijo mirando a Lucia y buscando su aprobación-. ¿Esta bien? –le preguntó-
- Si. ¿Por qué no? –le respondió con firmeza ella-
Con los primeros acordes Bruno se aproximó a centímetros de su rostro y tomándola suavemente de la cintura la acercó a él. Ella puso ambas manos en su pecho y girando apenas la cabeza, la apoyó sobre lo opuesto a sus palmas. Comenzaron a balancearse muy levemente llevados por la melodía. Giraban lenta y armoniosamente cuando él posando suavemente su mentón en la nuca de ella dijo:
- Jamás te tuve tan cerca, ni alcancé a tocarte como ahora. Ya nada me debes, puedes irte cuando quieras.
Minutos habían pasado de estar bailando y poco faltaba para que terminara el tema, cuando Bruno la apartó y tras besarla en la frente, se marchó caminando hacia su habitación. Lucía quedó perpleja, mirándolo irse, sin llegar a entender que estaba pasando por la mente de aquel hombre. Luego giró buscando la aprobación del valet para usar el celular que se mantenía sobre la mesa.
- Puede tomarlo señora. Diga que estamos a la salida del delta, brazo derecho a tres millas náuticas al sudeste de “La encarnación”. Ellos entenderán.
Tras levantarlo de la mesa y mantenerse pensativa unos minutos, lo guardó en uno de los bolsillos de su vestido. Había algo que por absurdo no comprendía de todo aquello. Fue cuando estando ya segura de que regresaría se propuso averiguarlo tomándose un tiempo más.
- Es muy tarde para irme ahora. Llamaré por la mañana.
- Como usted lo prefiera.
- Ireneo...
- Si señora.
- Cuanto hace que trabaja para él.
- Quince años señora.
- ¿Y que le dijo para que usted, sabiendo que violaba la ley, lo apañara en este disparate?
- Sus motivos eran nobles y no podía dejar solo al señor.
- ¿Nobles? ¿A que llama usted motivos nobles? A tomar a una mujer por la fuerza, a privarla de su derecho a la libertad, a con presiones obligarla a proceder a su antojo solo porque en un pasado no lo correspondió sentimentalmente. La plata no le otorga el privilegio de infligir.
- Tal vez algún día la señora lo entienda.
- ¿Qué debo entender?
Sonriendo el valet meditó unos segundos y continuó:
- Que haría usted si, invitada a una fiesta descubre sobre una mesa poblada de manjares, un bocado que sabe exquisito pero que nunca pudo probar, y que reconoce jamás se le presentará otra ocasión para disfrutarlo. Supongo que por educación, vigilando que nadie se le adelante, reprimiría el impulso de tomarlo hasta que el banquete comience, pero digamé con sinceridad, que haría si repentinamente se anuncia que la fiesta se pospone. ¿Se iría resignadamente sin probarlo? ó asumiendo las críticas por su desubicación, lo toma y con elegancia a pesar de todo se lo come, convencida que a nadie mas que a usted perjudica el haber procedido de ese modo.
- No entiendo.
- Ya lo entenderá señora. Permiso. –concluyó y se fue-
Esa noche en su habitación meditando sobre lo que el valet le había planteado se durmió sin llegar a una razonable conclusión. Ya sobre la madrugada cuando despertó, aun la duda la perseguía, pero ansiosa por llamar cuanto antes para que vinieran a recogerla, tomó el celular y mirando por su ventana a los jardines marcó el número de su casa. Mientras escuchaba la campañilla del teléfono llamando, descubrió caminando rumbo a los rosedales a Bruno. Iba fumando como ya se había acostumbrado a verlo siempre. Detrás suyo cual si fuera su sombra, Ireneo portaba una gran canasta. Al llegar a la gran pajarera, insólitamente abrió de par en par las distintas entradas que tenía dejando escapar a todas las aves que revolucionadas salieron en bandadas en todas direcciones. La jaula quedó vacía por completo. Bruno sonreía. Luego fue hasta el rosedal y cortó todas las rosas que había, desde los capullos hasta las recién abiertas colocándolas dentro de la canasta que sostenía Ireneo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Realmente estaba loco ó qué? –pensó Lucia- Se había desprendido de todo lo que atesoró durante años. Realmente sería capaz de entregarse a la policía pudiendo escapar. Nada le cerraba como lógico en su proceder pero algo le decía que todo tenía un sentido. Recordó una vez más lo del bocado irresistible y se preguntó. ¿Lo hubiera tomado a pesar de las críticas?. Cuando su marido atendió a su llamada, después de calmarlo por su euforia al saberla viva le dictó la ubicación de la isla y le rogó que no viniera con la policía a lo que halló como respuesta: “Están escuchándonos por la otra línea, no podré evitarlo” –dijo-. “Que no halla violencia, es un ser extremadamente tranquilo y no tiene armas.” –le rogó Lucía y cortó- Siguió desde la ventana viendo el proceder de los hombres y confirmó que al llegar al sendero que llevaba al muelle, lo tomaron para detenerse, primero Ireneo unos metros antes, y Bruno después de pisar las maderas bajo las cuales el agua corría. Allí había ubicado su silla predilecta, luego sentándose en ella, encendió con la colilla del que tenía otro cigarrillo y parsimoniosamente se quedó mirando el horizonte a la espera de las lanchas. Desconcertada pero insólitamente angustiada Lucia bajó al muelle. Al llegar hasta Ireneo, este la detuvo.
- El señor quiere que se lleve de recuerdo estas rosas. –le dijo entregándole la cesta donde las tenía-
Ella la tomó pero dejándola en el piso sin dejar de mirar a Bruno casi como con un ruego le pidió:
- Por favor, explíqueme lo que me quiso decir anoche con esa situación que me presentó del bocado prohibido.
- No puedo señora, pero ya lo entenderá, créame ya falta poco.
Empezaron a escucharse entonces las primeras lanchas de la prefectura a la distancia llegando. Bruno se puso de pié entonces y girando sin dejar de sonreír miró a Lucía.
- ¿Puedo pedirte un último favor? -dijo-
- ¿Qué? -le respondió ella-
- Ireneo solo quiso serme fiel. Nada tuvo que ver. Podrías eximirlo declarando que estaba bajo mi presión.
- Claro...
- Gracias. –culminó y volvió a girarse manteniéndose de pie esperando la inminente llegada de la policía.
Fueron dos lanchas las que finalmente se detuvieron frente al muelle. Bruno al descender el primer oficial, extendió sus muñecas hacia delante, ofreciéndolas para demostrar que sin resistirse aceptaba ser esposado. Mientras se cumplía con lo acostumbrado, lo obligaron a subir a una de las lanchas. Después de partir rumbo al puerto, Lucía e Ireneo desde la isla, a punto de subir a la que los conduciría también a tierra firme, contemplaron pensativos la estela que dejaba la que llevaba a Bruno.
- No me agrada que vaya preso, pero debe pagar por lo que hizo. –pensó en voz alta Lucía-
- No se preocupe –le respondió Ireneo- No permanecerá mas de una semana en el sitio a donde lo lleven.
- Que tan seguro estás...
- Yo no...
- ¿Entonces quien? -girando para verle la cara interrogó-
- Su médico...
El rostro de Lucía se iluminó de asombro y desconcierto. Empezó a entender todo y asoció de inmediato la confesión que le estaba haciendo, a la incógnita que el día anterior le había presentado el valet.
- Entonces desde un principio él supo que no estaríamos en esta isla más de una semana.
- Nunca pretendió retenerla más. Quiso darse ese último tiempo que comienza hoy para disfrutar lo logrado.
- Y porque no me lo dijo antes de hacer este disparate.
- Lo que se logra por lástima, señora... no vale.
- ¡Farsante¡ -indignada enfatizó Lucía- Me hizo creer con ese juego de intercambiar sus demandas por días, que generoso anticiparía mi regreso sabiendo desde un principio que, aunque quisiera, no podría retenerme mas de una semana. Jugó con mi desesperación para obligarme a ser como él buscaba que fuera. ¡Canalla¡
- Simplemente escogió pagar las consecuencias pero no perderse esta última oportunidad de probar el bocado mas deseado de su vida.
Mientras la lancha lentamente se alejaba de la isla, Lucia desde la borda miraba hacerse cada vez mas pequeña la casa y reflexionaba: “Es verdad. De no haberlo hecho así, no hubiera aceptado jamás, ni por piedad, hacer lo que obligada por las circunstancias hice”, y sincerándose en silencio, sonriendo se dijo:
“Yo también hubiera tomado el bocado a pesar de todos”
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