Enero 2011. Sueños que solo la madrugada ha visto…
Hoy le permití al sol levantarse antes que yo, y decidi vagar el ocio entregada a la lectura.
Saber leer, sobre todo, es para mi, además de un placer, una puerta al saber.
Por eso digo: para aprender, leer; para discutir, saber.
Inexplicable, aunque cierto: la historia de la lectura en el país es la crónica de un arte que, a pesar de los pesares, se niega rotundamente a morir...
Que los lectores sean pocos, que lean mal, que confundan propaganda con literatura importa menos que el arte de leer continúe, la más de las veces, a ayuda a ser un poco más felices y un poco menos idiotas.
La vida, al fin y al cabo, obliga a la mayoría a usar las manos y enseña a usarlas, sólo que el uso de los libros únicamente la escuela puede darlo.
Ideas… que nos enriquezcan, para que no seamos sólo mano de obra barata?
¡Diablos, que alguien escuche,!
Bueno, dejo de clamar en el desierto.
La lectura cabe en la educación, siempre y cuando, como quería Platón, demuestre que no sólo proporciona placer sino también sabiduría.
El silencio es un clásico del tiempo; el silencio fértil, el que inaugura la palabra para su lectura.
Leo al hombre de letras, al intelectual comprometido, a quien no niega su memoria emocional y, claro está: al humanista diástole y sístole de luz y más luz.
¿Qué ha sido de la realidad forjada por el progreso de los sueños?
No soy Sócrates, pariendo sabiduría.
No soy Aristóteles, enseñando al joven Alejandro a conquistarse a sí mismo.
No soy Hipatia, resguardando en el pecho las matemáticas y la astronomía.
No soy Voltaire, desechando la servidumbre teológica para purificar el pensamiento.
No soy Rousseau, señalando en la familia el origen de la desigualdad.
No soy Descartes, existiendo por método.
No soy Makarenko, desentrañando las claves para dejar de ser una sociedad esclavista
No soy Alain, geómetra moral de los hombres y las estrellas.
No soy Krishnamurti, renunciando a la mística para construir la libertad en las escuelas.
No soy Jean Piaget, paseando de la mano de la psicologia.
No soy Bertrand Russell, defendiendo el espíritu del niño en los tribunales.
No soy Paulo Freire, abanderando la pedagogía con la esperanza.
No soy Iván Illich, poniendo a temblar al Sistema a fuerza de convicciones.
No soy madame Freinet, con la mirada inteligente y ofreciendo la palabra a los alumnos.
No soy Edgar Morin, ordenando la mente en el aprendizaje.
No soy Daniel Pennac, leyendo la realidad como una novela.
No soy una funcionaria publica haciendo que las mentiras suenen como verdades.
No soy un ser humano disfrazada de intelectual.
Soy sólo una ciudadana, como tú o como aquella, sorteando la supervivencia más como la vida me dio a entender y los asaltos de la existencia, observando con tristeza la agonía en los ojos de la cultura.
Sólo soy alguien que piensa que leer es la magia de entender lo que antes, desde la escasa conformidad de la visión, sólo tenía la capacidad de contemplar.
¿Cómo se llama eso?
¿Es la mar o el mar?
¿Acaricia con impaciente ardor la llama anaranjada?
¿Hacia dónde avanzan los pasos largos de los días lentos?
Entiendo, por ejemplo, que el mundo está escrito con la caligrafía de la realidad y que bien puedo leer ésta con el lujurioso delito de la imaginación.
En el vasto libro de la vida, la educación, figura, enseña, rotula.
Y todas las impresiones naturales o letras que forman los paisajes y las palabras son ilustraciones que guardan tesoros para la comprensión.
Cuando un día de sus cien años de soledad, una peste «que causaba amnesia atacó a los habitantes de Macondo, éstos se dieron cuenta de que el conocimiento del mundo empezaba a escapárseles, y podían olvidar qué era una vaca, qué era un árbol, qué era una casa.
El antídoto, descubrieron, radicaba en las palabras.
A fin de recordar que significaba para ellos su mundo, escribieron letreros y los colgaron de las bestias y los objetos: “Esto es un árbol”, “Esto es una casa”, “Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche”.»
Y cada vez que lo traigo a la memoria me recuerdo lo siguiente: Si soy una lectora insaciable, ¿cómo hacerle para conseguir mi necesaria ración de lecturas?
No cualquier texto, sino lo que deseo leer...
Bueno, creo según mis principios, es una manera fiel de devolverle a la existencia su enseñanza.
El naufragar me es dulce en este mar de palabras…me despojó de los zapatos y corro sobre la arena caliente hacia la espuma que teje en la orilla el gran oceano azul.
Me paró, jadeante, con los ojos como plato, frente a la inmensidad viva, por más que lo intento, no puedo contener las ganas de hundirme en la frescura que anuncia el movimiento de las palabras escritas.
Y, así como la punta del dedo disolviendo la arena, luego el pie entero, más adelante la cintura, me dejó llevar…
Cuando me rescatan las obligaciones, salgo estilando entre las algas, platicando emocionada de las sirenas que acarician el cuerpo, en plenitud de ánimos, entre sonrisas, burbujas y palabras que no entendía.
Jamás olvido esas horas de gracia, en aquella playa, mi lugar de lectura, reflexión y descanso.
Y me pregunto, volteando los ojos hacia el techo, recordando la luz de las olas sobre mi cabeza, si todavía quedaría alguna lágrima de aquellas aguas.
Transito las tardes parada frente a la inmensidad del azul mar, el repetitivo vaivén de los brillos no parece tener fin y del cansancio, aún nada.
El día se despide en la lejanía, la tarea por hoy se suspende, la tarde me cobija, envuelve con tibieza el sueño en íntima armonía con el recuento de cada hora vivida.
Las horas en penumbra son más lentas, las ideas apresuradas llueven sobre el recuerdo de lo que puede ser.
Allá sobre el tapiz desnudo las líneas toman formas y surge poco a poco el pensamiento exacto convertido en figuras de luces y sombras.
En repeticiones cambiantes la vida se transforma y queda sometida al ideal nacido en los momentos de lucidez .
Acá junto a mi ma, las palabras se guardan en la página nueva para ser convocadas de nuevo en la mañana.
Las ideas no logran el descanso, la luna deja ver su cara entera sobre el último versículo.
En el afán de ser más precisa, el concepto se cambia, se le busca acomodo para después regresar al mismo sitio.
El nuevo día no parece llegar.
Desde el alero se deslizan como gotas de lluvia imágenes y nombres.
En la misma vigilia, en su fracción de tiempo, una mujer en su ración de historia inventa mundos.
Hablo, hablo y hablo de sueños que solo la madrugada ha visto…
Desde BC, bajo el mismo insomnio en mi rincon existencial, Andrea Guadalupe.
|