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Le temo a la oscuridad de mi propio desconcierto, de no saber elegir correctamente qué camino tomar para empezar a convertir mi supervivencia en una vida. Le temo al día, que alumbra un crisol de oportunidades para avanzar... y retroceder también, sin que nadie se haga mucho cargo de mi descargo, a excepción de quienes me prodigan sincero amor y entendimiento… mis familiares y amigos. Le temo, al principio, a lo nuevo, porque implica cambiar mi rutina, que aunque me genera más disgusto que placer, me pertenece. Le temo al silencio que me grita que nadie puede cambiar si decide quedarse en el razonamiento de cómo lograrlo y no da ningún paso, firme o no, acertado o no, en la búsqueda de un destino mejor. Le temo al pasado que me acorrala con recuerdos de una mujer distinta, decidida, aguerrida, impulsiva, atareada entre tantos sueños pero jamás agobiada, enamorada del amor… aún del imposible, debidamente equilibrada entre el dar y el recibir… distinta, lejana… seguramente alcanzable… aunque el miedo persista.
No les temo, sí les escapo, a aquellos que andan sueltos y dicen llamarse humanos, aunque tengan la violencia en la punta de sus dedos y de sus lenguas, tan afiladas como desprejuiciadas, y aún así sonríen mientras regalan su soberbia oculta en el mejor de sus disfraces…
Le temo a tanto y no te temo a ti, que encarnas mitológicamente el mal de todos los males. Será porque me animo a aceptar que la violencia que tu naturaleza encarna encubre tus miedos... Los dos tenemos miedos, que serán distintos según lo que hayamos construido o destruido… vivido... pero no dejan de ser miedos, motivos de empatía, de cercanía, de confianza, de la serenidad que sólo genera encontrar a alguien que algo comparte con una. Camino las madrugadas con el paso firme que debería tener de día porque sé que estás, no agazapado porque sabes que no podría lastimarte, lo presientes porque tienes el sexto sentido que a los humanos nos abandona cuando llegamos a la madurez si no supimos cuidarlo y desarrollarlo. Las lunas llenas son la representación de lo que no está inconcluso, de lo que ya logró desafiar quién sabe cuántas adversidades para cerrar un círculo de esperanzas, ilusiones, sentimientos, diálogos concretados o imaginados, enojos y perdones, caricias y rasguños en el alma… compartidos por los dos… lo bueno y lo malo que nos une… porque mi condición de humana, mi Lobo, no me excusa de llevar dentro de mi caperuza roja el negro y el blanco del ying y el yang. No te temo y lo sabes más que yo misma. La luna llena de nuestros encantos alumbra nuestro camino… mi camino… el que no sabía qué rumbo tomar cuando el sol convertía en hoguera el suelo donde debía dar mis pasos… La paciencia de tu sutil espera sólo puede ser digna de las grandes almas, de los corazones que jamás deberían andar sueltos, sino atesorados en una canasta de flores que puedan ser luego deshojadas de cada miedo vencido por el coraje de vivir a contracorriente de quienes no puedan valorar que no te escondes detrás de ninguna careta, sino de simples árboles que cobijan la sinceridad de la violencia de tu naturaleza y del cariño que le entregas a esta caperucita que viste de rojo para que nunca la pierdas de vista.

Texto agregado el 30-01-2011, y leído por 91 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
30-01-2011 Jimena, tu instrospección me parece, no solamente bien escrita, diría, excelentemente bien escrita, sino muy acertada en lo psicológico. La lucha diaria y permanente por llenar el vacío existencial, por erradicar los temores y sustituirlos por realidades, la contradicción en amar aquello que no nos conviene... eso es la vida, y tú lo expresas muy bien. Felicitaciones. ZEPOL
30-01-2011 Una reflexión muy buena... me gustó. susana-del-rosal
 
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