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Capítulo V:
DE LA SUERTE DEL COJO


Algunos jinetes ya murmuraban su derrota al no poseer un potro como Flecha, que, sin duda, en el diccionario rural de San Carlos era sinónimo de victoria y humillación.

Fue tal la presencia de esos dos –Luis Cerda y Flecha- que la mitad de los participantes desistió incluso antes de comenzar la competencia. La lista se redujo a doce y un décimo tercer concursante que se asomaba aún sin intimidarse. Lugar que recaía en Jevo y Seguro.


Comenzó la competencia y las condiciones fangosas de la hacienda, le jugaron mal a siete de los competidores que no pudieron avanzar ni cinco metros desde la partida. Esto debido a que el primero en salir, calló de cabeza en el lodo y la reacción brusca de los caballos que le seguían, llevaron a sus jinetes a la misma suerte de abrazar el barro.

Como era de esperarse Flecha tomo la delantera sin problemas. Pero sorpresa fue cuando, el caballo con sobrepeso, se abrió paso firme entre los corredores. No sólo se trataba de una competencia entre los jinetes, no cabía dudas que ambos animales tenían también asuntos pendientes.


Reconozco que la pareja de Cerda y Flecha, funcionaba a la perfección. Mientras el caballo se preocupaba de recorrer sin problemas cada uno de los terrenos, el jinete aprovechaba de dar puntapiés a quien intentara repasarlo.

Pero al ver su suerte contra la de Jevaristo no importaba cuanto intentara desestabilizar al caballo contrario. La ventaja de cuerpo de Seguro le valió una mayor resistencia al momento de disputar cabeza a cabeza y entremedio de empujones, el puesto de honor contra su hermano.

La agitación creció, cuando el joven de apellido porcino recurría a dar latigazos a su oponente. Tanto el caballo como el jinete eran aporreados sin discriminación. Jito soportaba los castigos y lanzaba escupitajos a Luis, al mismo tiempo que le gritaba “cerdo”, “marrano”, “porcino”, “chancho”, “paté”, consiguiendo únicamente que aumentara los golpes.

El pobre Seguro, al no estar acostumbrado a este tipo de tratos, se asustó y en un intento por alejarse de los azotes, se enterró en el fango. Luchando por escapar de la trampa, sin resultados a su favor.

Mientras Jito bebía nuevamente de la frustración, Juan Segura desprestigiaba el apellido y la fama conseguida por su tatarabuelo, de similar nombre, que dicen algunos vivió muchos años. Tal había sido el apuro de ambos jóvenes en conseguir el animal, que olvidaron herrarlo.


En unos cuantos segundos, la espalda de Luis Cerda era un mero recuerdo, al igual que su risa aguda y el trotar compasado de Flecha. Ecos que llevaron al par desesperado, a su enajenación.

Tanto Jito como Seguro, se sentían humillados al estar tan cerca de conseguir su objetivo. En un pestañeo todo se derrumbó. Los gritos de apoyo se hicieron a un lado para dejar a las risotadas en primera fila.

Alejado de la multitud a Jevo no le importó llorar, culpando a todo lo que veía, por conspirar en su contra y tras perder el equilibrio calló del caballo enterrándose en el fango.

Las risas fueron más destructoras de ilusiones. Nunca antes un gesto que debería demostrar alegría habría sido prostituido para obrar contra los sueños de un simple niño de dieciséis años.


Bastó un segundo para que las burlas silenciaran y dieran paso al horror.

El pie derecho de Jevo aún enganchado en la silla desestabilizó al caballo quien se precipitó secamente contra su cuerpo. Al mismo tiempo que Luis Cerda cruzaba la línea de meta.

Nadie dio reparo a quien habría sido el ganador. Las miradas corrieron en auxilio de Juan Evaristo Atenógenes Moscoso de la Vega, quien se encontraba inconsciente y hundiéndose más en el espeso fango.


Al despertar, reconoció la casa de los Segura y la habitación de Juan. Repasó alrededor en busca de pistas que le ayudaran a descubrir que habría ocurrido con la carrera y con Margarita. Su mirada se petrificó al notar los vendajes en ambas piernas.

Luego se sintieron los pasos de la madre de Juan en el pasillo. Acercándose. Se detuvieron en la entrada de la habitación y, al notar que Jito la observaba lleno de preguntas, la mujer no dio respuestas y sólo se limitó a correr a la calle avisando que “Ya despertó. ¡Gracias Virgencita!”.


En una silla continua a la cama, se encontraba durmiendo Margarita. Jevo supo luego, por boca de Juan que “no se despegó en ningún momento de tu lado”. Su sola presencia fue el mejor calmante a todo intento de abandonar la habitación, una vez recobrada la conciencia en su totalidad.

Si incluso Seguro recibió atención de primera calidad y gracias a su capacidad de sobrellevar tormentos, se ganó el respeto de todo San Carlos, incluso de Flecha que ahora lo veía como un digno miembro de su familia. Vivió muchas carreras, llenándose de muchas historias que contaría a sus potrillos, en ese idioma equino de timbre risueño.


Lo único que lamentó Jito, ya recompuesto y con la historia aclarada de cómo terminó la carrera, fue perderse la cara de Luis Cerda, al notar que su victoria era sabor vinagre.


Y así, Juan Evaristo Atenógenes Tercero, se ganó el corazón de quien amaba, superando las tempestades que se cruzaron en su camino. Aún cuando la tarea concluyó en la invalidez de nuestro protagonista, el dolor tomó un gusto dulce y embriagador, puesto que el primer milagro de cualquiera consiste en buscar y encontrar, algo que de motivos a nuestro corazón para seguir latiendo.

Texto agregado el 29-01-2011, y leído por 115 visitantes. (0 votos)


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