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Los pintores callejeros se disputaban la clientela, pero eran los dibujantes quienes concitaban la mayor atención. En efecto, con trazo pulcro y elegante, iban delineando el rostro y la figura del o la modelo de turno, escuchándose voces de admiración ante tamaña destreza.

En rigor, son pocos los seres humanos que saben plasmar en la tela o en el papel, una idea preconcebida, y son muchos más, los que garrapatean algo parecido a cualquier cosa, menos al modelo que tienen delante. Eso sucedía con el extraño hombre, de capa decimonónica, que sonreía enigmáticamente, mientras mal esbozaba algo discrepante con la hermosa mujer que posaba sonriente.

Cuando hubo terminado, el hombre le presentó el trabajo a la damisela y ésta lanzó un grito de horror. El espantajo que tenía delante de sus ojos no la representaba en lo más mínimo y así se lo hizo notar al dibujante.

Éste, arrebozándose aún más en su capa, sólo atinó a carraspear y luego, con voz bien templada, dijo:
-Señorita, usted pudo optar por todos esos dibujantes tendenciosos, que la hubiesen engañado con sus trazos presuntamente elegantes. Ellos son preciosistas sin alma, que sólo copian un contorno y las facciones de ocasión, pero no interiorizan su indagación y no exploran las vicisitudes de su espíritu.

La mujer, abrió tamaños ojos y contempló con más detenimiento a lo que parecía el dibujo realizado por un infante. ¡En efecto, allí subyacían sus tribulaciones, sus eternos dilemas, el rechazo hacia su actual pareja, sus ansias de embarazarse, no en aras del amor hacia el hombre, sino para culminar un deseo que la sublimaba! Satisfecha, y con su mirada exultante, le canceló el trabajo al curioso dibujante y aún más, le recompensó con una jugosa propina.

La gente, que se percató de este suceso, comenzó a arracimarse sobre el hombre, quien, aún más arrebozado en su capa, sonreía y trazaba líneas, interpretando a cada una de las personas que hacía fila para ser retratadas. Cada una de ellas, se retiraba feliz, con sus problemas resueltos y el alma apaciguada.

Esa noche, Cristóbal, el enigmático pintor hizo un arqueo de lo recolectado en su incursión pictórica. Trescientos mil pesos para una tarde era una cifra suculenta. Quizás demasiada para un tipo que, en su vida escolar, nunca sacó una buena nota en el ramo de Dibujo y sí una enormidad de sietes en el ramo de Oratoria…







Texto agregado el 29-01-2011, y leído por 233 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-01-2011 Me encantó tu relato, la forma de plasmar con lapiz y papel una obra de arte. Felicidades*** senoraosa
29-01-2011 Muy bueno Guy, realmente no esperaba ese final.Gracias pase un grato momento****** shosha
29-01-2011 Tiene mucha gracia el mensaje final. Bien narrado. juanfran
29-01-2011 Excelente escrito. Me gusta tu habilidad para narrar. Y la anécdota que nos narras, suprema. Es un efectivo ejercicio de fondo y forma, en la mejor jerga de los expertos en leyes. Espero poder leer más de ti. Un abrazo...:I iio
 
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