Enfrente
-Mirá, mirá, es un relojito el viejo, no te digo yo. Vení, Gabriela, no te lo pierdas, el espectáculo está por empezar.
-Otra vez Diego, ya te dije que no me gusta eso de burlarte de la gente, encima un hombre de edad, vamos a ver qué vas a hacer vos, si llegás a jubilarte. Además yo estoy lavando los platos y calentando el café. Andrea y Pablo están por llegar de la heladería, la verdad es que no me parece de buen gusto que nuestros invitados se enteren de lo que hacés de sobremesa todos los mediodías: espiar por la ventana al vecino del edificio de enfrente.
-Ahí están, vieja. Si los vieras, tan jóvenes y sueltos de cuerpo. Me hacen acordar a Laureano y Milena.
-Viejo dejate de embromar que te va a dar algo. Ya te dijo el doctor Bracamonte, es hora de mirar para adelante.
-Se va al carajo Bracamonte. Es fácil hablar del dolor ajeno.
-Está bien. Pero también hay otros que sufren. En una de esas si salís un poco más a la calle te das cuenta.
-Dale, Negrita, no te pongas así, qué te pasa. Si con esto no le hacemos mal a nadie. Además, decime si no es gracioso. Parece un personaje escapado de una película. Todos los días a la misma hora. Primero se queda un rato largo mirando desde adentro, apoyado en la mampara de vidrio, como un chico al que no dejan salir a jugar, más o menos. Se ve que la mujer lo apura para que salga, ya debe estar harta de semejante mamotreto. Ella nunca se asoma. Al rato se decide y camina dos metros hasta la silla, se sienta, más que sentarse se echa, y queda estacionado hasta quién sabe qué hora. Muy estresado no está.
-¿Y vos qué sabés lo que le pasa a ese tipo ? ¿No te parece que te podés confundir y que se trata de un enfermo, alguien que apenas puede moverse y que no tiene otra alternativa que pasar la tarde en esa posición ? ¿Vos sabés que existe gente deprimida en el mundo, Diego ?
-Uy, cagamos, se despertó la psicóloga. Pero si vos sos contadora, mi vida, y de las buenas, de dónde te viene ahora ese espíritu analítico de la ancianidad en los tiempos posmodernos. Dale, vení de una vez con esos pocillos, dejá los platos para más tarde y sentate conmigo que los chicos están por llegar con el postre. Además, querés que te diga, a mí me da toda la sensación de que ese pelado es un haragán que desde que dejó de trabajar, esos típicos empleados a los que terminan jubilando entre bostezos, plantó bandera. Se levanta a las diez, ni siquiera se prepara el desayuno ni baja a buscar el diario, y después se acomoda a esperar que baje el sol. No sirve ni para regar las plantas. De un día para el otro la pobre mujer las sacó a todas, se cansó de pelear sola.
-Vieja, ¿te acordás cómo le gustaban los días de sol y fresco a Milena? Se asomaba al balcón y hacía pasitos de baile cuando era chica. Laureano la miraba comiendo mandarina, sentado en esta silla.
-No hay por qué dar lástima, vení adentro. Tomá la pastilla, que te vas a olvidar.
-Ya estás como el matasanos, que parece un farmacéutico. Como si hubiera alguna droga que me devuelva lo que perdí. Mirar al matrimonio de enfrente me hace bien.
-Un consuelo bárbaro, si. Ya estás llorando. Te puede dar un paro cardíaco, viejo. Vení adentro.
-Diego, ese hombre sufre de alguna enfermedad, no está así porque quiere. Sos incapaz de observar otra cosa que las caras de los clientes de la concesionaria para ver cuánta guita les podés sacar. Le cuesta mucho moverse, por eso está quieto todo el tiempo. Tiene los hombros caídos. No es lógico que alguien con buena salud, haga esa vida. Tengo que convencerme que el egoísmo no solamente te impide ver cómo estoy yo, tú mujer, después de tantos años.. También te anuló la mínima sensibilidad frente a los que te rodean.
-Ah bueno…pero esto si que no me lo esperaba, ahora resulta que hay dos actores, uno en el balcón de enfrente, y la otra en la cocina, que llora porque el marido se ríe de una pavada, después de todo ese tipo mirando a la nada desde un cuarto piso no le importa ni a él. Maravilloso.
-No te rías, Diego, por favor no te rías…
-Entonces vos no llores como una boluda. ¿Querés arruinar el fin de semana por semejante pavada ? Si es así, no lo vas a lograr, porque yo me voy a seguir cagando de risa de lo que pasa afuera, sea verdad o no. Que cada uno se arregle como pueda, lo único que falta.
-Viejo, ¿estás ahí? Parece que la parejita está discutiendo. Si supieran. Laureano y Milena también peleaban por pavadas cuando estudiaban
-No es lo mismo. Esos discuten porque son pareja, la sangre joven. Como nosotros alguna vez, ¿no? Ella es igual a vos, un portazo y sale llorando. Si hasta puedo oír el silencio después de la pelea. Perdoná que llore, pero los recuerdos son así.
-Viejo, viejo, entrá ¿querés? Sentado en esa silla parecés una paloma golpeada. Fijate, llegó la otra pareja, deben ser amigos , cómo se ríen, deben traer helados.
-Por el color del paquete, si. Hablan si escucharse, igual que cuando llegaban los amigos de Laureano y Milena. Ellos discutían hasta tarde entre manteles arrugados, copas vacías, puchos por todos lados. Vos traías el helado y a veces te peleabas por las ideas.
-Menta granizada y dulce de leche. La noche que se los llevaron quedaron las cucharitas de colores desparramadas sobre la mesa. Tardamos una semana en salir al balcón.
-Lo único que nos queda es pedir justicia. Hijos de puta.
-Qué justo llegaron con el heladito. Mirá, mirá, decime, ¿no es gracioso el viejo sentado ahí toda la tarde, moviendo los labios, hablándole a su reflejo en el vidrio de la mampara? Cada tanto se lleva las manos a la cara, como si le diera vergüenza, y vuelve a empezar. Parece un muñeco roto.
-Tenés razón, uno de esos monigotes de peluche. No hay caso, la vejez es una masacre. ¿Te conté que a mi abuelo se le ocurrió mudarse a la isla? Si, en serio, te digo, no te rías turro, te juro.
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