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Capítulo III:
DE SEGURO Y DE FLECHA


Nadie podría afirmar con exactitud, si un animal tan noble puede caer en la envidia o en la soberbia. Pero el caso de Flecha y Seguro, era aislado.

Como si se tratase de una antigua tragedia shakesperiana, ambos eran hijos del mismo padre. Sargento, un corralero. Hijo de los equinos sobrevivientes de fines del siglo XIX. Años en los que comenzó la utilización de maquinaria en el sector rural.

Sin embargo, aún compartiendo la sangre, el carácter de cada uno difería.

Con su agresividad, Flecha se burlaba constantemente del torpe trote de Seguro. Muchas veces al recorrer el fundo, el semental volvía de su carrera para poner más nervioso a su hermano, levantando una nube de polvo a su alrededor y relinchando una risa equina.

Flecha era el orgullo del rancho. Desde su nacimiento. Su destino ya estaba marcado como ilustre servidor de militares de alto rango. Se llevó todas las atenciones de la casa Segura.

No así ocurrió con un torpe potrillo que tardó más que sus hermanos en nacer y posteriormente en sostenerse sobre sus patas.

“Mal presagio, mal presagio” gruñía el padre de Juan, el cuál optó por deshacerse del animal, cómo quien se saca una espina de un dedo o la piedra en un zapato.

-Puede significar el desprestigio de este rancho –decía convencido a su señora, la cuál nunca le contradijo ni una sola palabra.

Fue Juan el que finalmente convenció a su padre de no venderlo o matarlo. Persuadido por los ojos de víctima e incomprensión que mostraba el recién nacido. Y fue tal la cercanía con el potrillo, que con los años se convirtió en su segundo mejor amigo. Después de Jevo.


En el caso de Flecha, este permitía ganar un dinero extra al utilizarlo clandestinamente para las carreras. Su fama y condiciones atléticas eran reconocidas por todo San Carlos. Inclusive habría participado en ferias más allá de la localidad, recibiendo los más altos galardones.

Su dueño se llenaba de orgullo, al mencionarlo incluso antes que a su mismo hijo. Sentimiento que se le transmitió con altanería al animal. No se dejaba montar por cualquiera.

Mientras uno lograba notoriedad por su clase y gen competidor y ya estaba pronto a iniciar su servicio a la patria en las filas del Ejército, el otro crecía en felicidad junto a su pequeño amo.

Este detalle, gatilló un grado de envidia en Flecha, puesto que no soportaba ver que su hermano recibiera el mismo o incluso más cariño que él.

Desafiante, dejó de comer un tiempo. En su mirada se veía el deseo de ser el mejor de su clase y, a su vez, el deseo de relinchar de felicidad cómo Seguro. Nunca lo reveló por cosas del ego.

La comida no se perdió, todo lo que rechazó Flecha, Seguro lo consumió. Al poco tiempo la mala alimentación, que como cualquier inexperto daría a su mascota, influyó en el carácter retraído de Seguro. Se volvió más gordo, torpe y lento.

Daba la impresión que su sobrepeso, se debía a que los Segura comercializarían con su carne, más que con su velocidad.

Ya conseguido el objetivo de ridiculizar aún más y definitivamente a su hermano, Flecha no tuvo motivos para seguir ayunando.

El padre de Juan odio al gordo equino, quejándose todos los días con un “Debí echarlo a su suerte en la intemperie o pegarle un tiro, cuando tuve la ocasión”.


Por supuesto, no hablaba en serio, porque si de alguien heredó Juan su amor por los animales, fue sin duda de su padre.

Ya al tanto de esta parte de la historia, deberíamos agradecer al pequeño Juan Segura, no sólo por permitir la estadía de Seguro en su rancho, o exclusivamente por las atenciones que le dio –que darían vergüenza a cualquier criador de caballos-. Hay quienes afirman que existen fuerzas más allá de nuestra voluntad, que son capaces de mantener el equilibrio de toda la vida. Juan, como buen soñador, siempre guardó la esperanza de que Seguro sería útil algún día.

Y si no estuviera la bestia presente, Jevaristo no podría haber participado en la carrera, consiguiendo la burla más grande realizada. Además, no podríamos seguir con la historia.

Texto agregado el 27-01-2011, y leído por 94 visitantes. (1 voto)


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