Río abajo
La vi en un amanecer, desbordado de sol, allá abajo en el río. Estaba reclinada sobre una piedra, lavando su largo y renegrido cabello en el caudal de las aguas. Me sentí perturbado ante tanta belleza.
Su cuerpo elástico, armonioso, de tez oscura tornándose, en cada reflejo del sol y del agua, en colores diferentes. Parecía ser una ilusión, un ensueño de la apenas insinuante madrugada. Su pelo largo, era un digno manto de una Virgen morena.
Me quedé un rato observándola, arrepentido de no haber traído una máquina fotográfica.
De pronto un pájaro negro tomo participación de este bello suceso. Se posó en la misma piedra y la muchacha al darse vuelta estiró sus manos y lo acarició. Éste abrió sus alas, cubrió su rostro, abrazándola, mimándola y basándola. Sus arrumacos durarían un largo rato. El cabello y las alas negras de ambos se entrelazaron formando un manto. Noté que de pronto unas gotas cristalinas caían al cauce del río. ¿Tal vez eran lágrimas derramadas por ambos?
Alrededor reinaba un silencio absoluto. Hasta el río se volvió manso. Después de un rato, apareció una bandada de pájaros negros, que con inusual brutalidad, picoteando y batiendo sus alas, separaron a los dos y se llevaron al pájaro negro…
La larga cabellera envolvió el cuerpo de la niña y apenas audibles acordes de una música triste acompañaron su desaparición.
El río, la piedra, y yo, quedamos solos.
De noche no pude dormir. Ansioso esperaba el alba. Esta vez salí del hotel, silenciosamente, cual un ladrón. Llevaba conmigo mi cámara de fotos. Al llegar al río, esperé un rato. Luego la visión de ayer apareció tal cual.
De nuevo la niña morena, lavando su larga cabellera en la espuma del río. Esperé unos instantes y antes que llegara su compañero, tomé una foto. Entonces sucedió algo increíble. El río comenzó a bramar, las olas se salieron de su cauce, la espuma cubrió todo y con ella arrasó a la bella indiecita. En el cielo cubierto ahora de oscuros nubarrones, el pobre amante pájaro aleteaba y graznaba su desdicha y soledad. Asustado emprendí el camino de regreso.
“¿Qué misterio ocultaban estos sucesos?” pensé.
Al revelar la foto tomada, vi a una joven indiecita, escapando de sus verdugos, foto que enseguida se veló.
Volví al otro día, todo parecía normal. Estaban el río, la piedra, la niña y su largo cabello negro, y el pájaro abrazándola…
Pero antes de poder apretar el obturador, me vi rodeado por cabras negras, y su pastor. Parecía que querían impedirme tomar la foto. Lo logré y el infierno se desató. La extraña historia sucedida tiempos atrás, se volvió a repetir, y pude, no sé por qué razón presenciarla…
Me vi envuelto en una contienda entre dos tribus de indios. El pastor de cabras su líder, las cabras sus quereros. Queriendo escapar y cruzar el río, una bella indiecita y su amado, un cacique de otra tribu. El largo cabello de la niña estaba extendido como un puente sobre las aguas.
Pero no tuvieron suerte. Los guerreros los acorralaron y mataron a ambos. Sin embargo la muerte del espíritu no existía para los indios. Así, la visión de la niña regresaba cada mañana al río y extendió su cabellera esperando a su amado. Éste, convertido en un pájaro negro, regresaba en cada amanecer para abrazarla y besarla.
Al volver al pueblo indagué sobre lo sucedido, pero poco pude averiguar. No había datos, nada escrito, y los mayores que hubieran podido informarme, habían fallecido.
Entonces quedó como una de tantas leyendas tristes de las guerras entre los indios.
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