Al fin el niño nació. El doctor le dio una fuerte nalgada pero no lloró. Le dio otra. Los labios del recién nacido se abrieron pero en lugar de soltar el llanto soltó un liquido negro.
–¡No! –Con el grito despertó empapada de sudor y envuelta en llanto.
Su fuerte alarido no logró perturbar el sueño de su esposo que yacía a su lado.
–Despierta, despierta, tuve una horrible pesadilla –le decía al placido esposo sacudiéndolo fuertemente.
–¿Qué te pasa mujer? Déjame dormir, fue sólo un sueño. Ya duérmete.
Ella quedó callada; trató de calmarse y se recostó nuevamente.
Empezaba a conciliar el sueño cuando se escuchó el llanto profundo de un bebé.
Abrió los ojos y se reincorporó nuevamente.
–¿Escuchas ese llanto? Creo que es el hijo que perdí en el parto.
–¿Cuál llanto mujer? Son los gatos de la azotea.
Quedó callada, miró hacia la ventana abierta y se acostó tapándose hasta el rostro.
Se escuchó otro llanto aún más fuerte y más grave; a éste le siguió uno agudo y largo.
Se sentó en la cama, su esposo no se inmutaba.
–“Sí, deben ser los gatos” –pensaba mirando hacia la ventana.
Decidida a averiguar y despejar sus dudas, bajó los pies de la cama, se puso las pantuflas y caminó lentamente hacia la ventana. El esposo roncaba y otro llanto se dejó escuchar afuera.
Con forme se iba acercando a la ventana, el llanto se hacia cada vez más continuo y cada vez dudaba más que fuera producto de unos gatos en celo.
Llegó a unos metros de la ventana, en un movimiento rápido –como atraída por la fuerza de un imán–, pegó su espalda contra la pared, a un lado de la ventana.
El llanto seguía escuchándose convenciéndola de que era de un niño.
Comenzó a asomarse lentamente por la ventana. Primero vio la cola de un gato. Siguió asomándose más. Vio el cuerpo del gato y el de otro más. Su respiración se normalizaba. Se asomó más y se derrumbo. Sus ojos vieron a unos gatos devorando el cuerpo de un bebé.