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Ojos de Zafiro: La historia detrás de la historia.

Recordaba ahora con premura imágenes infantiles, imágenes de granjas y molinos, de ríos, montañas y lagos. Trataba de recordarlas siempre, porque algunas veces creía que iban a perderse dentro de si, iba a olvidar quien era, de donde venia. La guerra tenía esa facultad, la facultad de hacer olvidar los mejores momentos, los más amables; para trasplantar imágenes de podredumbre, desolación, devastación y soledad. Pero no eran las imágenes del orfanato las que evocaba con ahínco. Si bien allí había vivido gran parte de su adolescencia, observando por las ventanas las torres de Edgbaston Waterworks y la de Perrott's Folly con admiración y temor; iba más hacia el pasado, tratando de buscar con fuerza la imagen del rostro de su madre, que algunas veces sentía desvanecerse completamente, pero que otras veces era tan vívido como una fotografía.

—¡Teniente, teniente!—. Un jovenzuelo de rostro bonachón se acercó llamándolo. John se desperezó y abrió la boca con gran magnificencia, tratando de no volver a caer en recuerdos de su infancia. —El comandante Haig (Conocido como el Mariscal de Campo Douglas haig, quien dirigió con cierta controversia la fuerza expedicionaria británica), me mandó a buscarlo. Es algo de suma importancia. Pide que se apresure.

John vio alejarse al joven soldado y no pudo dejar de pensar en que sería de ellos, si aquella maldita guerra no era satisfactoria. Tomó su propio rumbo saliendo de su pequeño bunker y atravesó muchas trincheras, buscando al comandante por las literas occidentales, que eran las que pertenecían a los de más alto rango jerárquico. Al oriente, se oían una y otra vez sonidos apagados de ráfagas de metralla y el gon de los cañones aliados.

Los franceses estaban bombardeando la zona próxima al río, donde la noche anterior había atracado una pequeña guarnición de soldados alemanes. Siempre que en medio de la noche oía el retumbar de la artillería, se agradecía a si mismo de haber estudiado y salir graduado con honores de la universidad del Oxford y de haber entrado con el rango de teniente segundo, asignado al ramo de las telecomunicaciones. No hubiera sabido que hacer, si hubiese sido de la primera avanzada, de aquellos que morían con tanta rapidez, que no dejaban un rastro de si mismos en aquella guerra. Siempre que pensaba en la muerte, no podía dejar de pensar en Edith, su esposa.

Sus paso lo condujeron a una pequeña edificación de apenas un piso, que estaba rodeada de grandes tumultos de arena y piedra. Un joven soldado estaba prestando guardia en la puerta, y al acercarse al lugar, pidió identificarse:

—Teniente segundo John Ronal Reuen Tolkien, del batallón 11 de los fusileros de Lancashire, estoy a cargo de las telecomunicaciones. El comandante Haig demanda mi presencia.

Sin una palabra, el joven golpeo la puerta de metal con la culata de su arma y al cabo de un momento un hombre ya mayor, sin ningún tipo de distintivo militar abrió. El joven soldado le comentó levemente quien era y lo dejó entrar sin ningún recelo.

—El comandante está ansioso de verlo, teniente. Según tiene entendido, usted se graduó de la universidad de Oxford con honores en lingüística inglesa.

Un poco abochornado, John asintió levemente con la cabeza.

—También me ha comentado, o mejor dicho—, el hombre esbozo una sonrisa. —Que usted es aficionado a la creación de dialectos.

John se detuvo en seco, y observó con curiosidad al hombre.

—Vamos, que aquí todo se sabe, usted llegó con ciertas recomendaciones, y el Comandante ha estado algo curioso desde que hizo un, ejem, desde que supo que había un lingüista en nuestras filas.

—Filólogo.

—¿Perdón?

—No soy lingüista, yo soy filólogo, así se llaman los que estudian las raíces de los idiomas.

—Si claro—. El hombre se vio algo molesto pero no volvió a hacer ningún comentario a lo largo del camino.

Una puerta de metal con una inscripción “Comandante Douglas Haig” fue el final de su camino. El hombre tocó con fuerza y gritó su nombre, —August Finn—, entonces la puerta se abrió de par en par. Allí un hombre robusto, blanco, con un bigote a juego con su cabello rubio lo recibió.

John se sentía incomodo, no acababa de entender el porque había sido llamado a aquel lugar. Además aquel hombre, ese August Finn, no acababa de agradarle del todo.

—Buenas tardes Teniente Tolkien.

John se irguió a responder el saludo según la orden castrense.

—¡Buenas tardes Comandante!—. Una mano estaba sobre su frontal, levemente sobre su ceja derecha.

—Siéntese por favor Teniente, tengo un asunto que discutir con usted.

John trató de comprender la razón exacta de su llamado. En un principio había creído que era para enviar alguna comunicación, aunque la verdad era extraño, podía habérsela enviado con aquel joven soldado, a menos que hubiera sido información muy confidencial. Pero después de la charla con August, de aquellas preguntas sobre su carrera, empezó a pensar que se trataba de algún trabajo de traducción.

El hombre llamado Finn tomó asiento a su derecha, y John abandonó todas aquellas cavilaciones.

—Según tengo entendido, teniente, usted es lingüista.

—Filólogo señor—. Le interrumpió Finn.

El comandante le dirigió una dura mirada.

—Bueno, si eso, filólogo—. Carraspeo levemente.— Pero eso significa que usted entiende idiomas antiguos, posiblemente de la edad media.

—Si señor, pero solamente aquellos de naturaleza anglosajona.

—Pero si dichos escritos—, interrumpió el comandante— son de otras… ¿Ramas del lenguaje?

—Familias lingüísticas—. Propuso John.

—Familias lingüísticas, eso es, usted esta en condiciones de reconocerlas, ¿cierto?

—Si señor. Serán un poco más complicada su descripción, pero el reconocimiento creo que será sencillo.

El comandante Haig sonrió levemente y con un movimiento de cabeza indicó a Finn que trajera algo.

—Verá, —prosiguió después de tener en sus manos un par de hojas, —durante el levantamiento de un par de trincheras río Somme abajo, los soldados empezaron a encontrar diversos tipo de fragmentos, diversos objetos, algunas espadas de cobre, algunos escudos y muchos cachivaches, entre otras cosas; pero lo mas interesante fue unas tiras de papel, o papiro, o corteza, o algo así, que encontraron enterrados. Por supuesto, inmediatamente supe lo que había sucedido, suspendí las obras en ese sitio, y monte un cerco de seguridad y una guarnición cercana para tal efecto. Pero lo que no ha dejado de ser lo mas desconcertante son los símbolos, que sabemos que son de un lenguaje, aún no sabemos cual, y esa de ahora en adelante será tu labor. A partir de ahora te relevo de tus labores como oficial de telecomunicaciones, y te vas a hacer cargo de este proyecto que puede resultar benéfico para nuestro país.

Luego sin una palabra más le pasó el par de papeles, y los signos que vio lo dejaron desconcertado. El primero de ellos, era de escritura fina y lisa, bastante agradable a la vista, pero John no pudo reconocer ninguno de sus signos. Había algo de referencia, o influencia hacia el latín, pero era difícil de definir con exactitud cual era. Pasó unos minutos observado la caligrafía, era una muy buena copia ( La letra de esta primera copia John Tolkien después la denominaría como Letra Quenya):

http://www.flickr.com/photos/47198040@N03/5390305791/

Luego cambió la hoja por su compañera, y se detuvo a examinarla con más exactitud. En realidad se correspondían, la caligrafía era muy familiar, el triangulo de puntos era una referencia concreta de que los dos aparentemente lenguajes, eran parte de una misma familia lingüística. Pero no logró comprender nada y de hecho, no tenía la más mínima idea de lo que significaban aquellos extraños símbolos ( Este Segundo tipo de letra, John Tolkien después lo definiría como derivación del Quenya y acuño el término de Sindarin para ella).

http://www.flickr.com/photos/47198040@N03/5390909342/


—¿Y bien?—. El comandante preguntó atropelladamente a causa de la emoción

—Bueno—, John no sabia muy bien que decir, —Creo que parece un lenguaje porque parecen obedecer a ciertas reglas aparentemente gramaticales y fonéticas, le señaló fugazmente los tres puntos que sobresalían. —Esos puntos parecen vocales, pero la verdad no puedo saberlo con exactitud.

Durante un segundo o dos, reflexionó acerca de porque había dicho aquello de los puntos, entonces sacudió levemente su cabeza como queriendo sacar aquellas ideas de allí.

—Es extraño, nunca había visto algo similar—. Volvió a dudar de si, —Creo que tiene algunas influencias del latín, pero no puedo descifrar en que grado.

El comandante entonces se levantó muy satisfecho de si mismo y se acercó a August. Le susurró algo al oído y después volvió a asentir con una gran sonrisa a John.

—Claro, yo sabía, alguien egresado de la universidad de Oxford…— Duró unos segundos meditando con los ojos fijos en John. —Si, como iba diciendo, un egresado de Oxford y además con honores, ¡Que mas podría yo desear!

John sintió una punzada de desconfianza, parecía que aquel hombre estaba ávido de cualquier tipo de reconocimiento, y parecía que solo estuviera buscando una oportunidad como esta.

—Vamos teniente…— August se había acercado arrebatándole las hojas

—Claro, John, lo había olvidado—. Puso una mano en su cabeza, —¡Que memoria la mía! Este caballero, August Finn, te va a acompañar en todo el proceso, él, es un… historiador del arte o algo así—. Dirigió una mirada a August.

—Prefiero el término de arqueólogo independiente—. Una sonrisa muy artificial afloró por su rostro y John comprendió entonces el término “independiente”.


*****



Querida Edith:

Son bienaventurados los momentos que me esperan a tu lado, y así mismo son esos momentos venideros son los que me hacen ser fuerte en la dificultad, fuerte en la adversidad y el desconsuelo, fuerte cuando todo lo que veo a mi alrededor es muerte y desolación.

Espero con ansias el día en que tu rostro una vez más ilumine mi camino y me enseñe que la vida es mucho mas que guerra, que la vida siempre es esperanza y paz.

Oh Edith amada, cuanto anhelo estar en tu presencia, sentir tu aroma de flor de campo, y pungir tus alas de ángel.

No hay un solo día en que no te piense, pues eres el sendero de mis pasos, Oh Edith querida, te amo con cada palmo de mi corazón.

Con ferviente cariño John R. R. Tolkien


John revisó la carta una y otra vez, buscando frases inconexas o errores gramaticales, luego buscó pistas diferentes, trató de ver si había un mensaje detrás de las líneas, un mensaje que podría delatarlo, pero no lo encontró.

Caminó con prisa a lo largo de la trinchera que hasta aquel momento se había convertido en su hogar, en un muy sucio hogar, serian las palabras correctas pensó; y logró sonreír tristemente.

Un camión militar lo esperaba a la vera del camino, alejado a más de un kilómetro de la última trinchera. El profesor, porque así quería que fuese llamado August Finn, lo esperaría junto al camión. Según las ordenes militares, él nunca abandonó aquel sitio, nunca se alejó de su posición y para eso el comandante había llamado a ciertos capitanes que habían dado la orden a los subalternos de que “recordaran” que aquel hombre permaneció allí siempre. El orden castrense se prestaba para ese tipo de irregularidades, había pensado John con algo de gracia.

El camino polvoriento se alzaba ante sus ojos y la incipiente luz del amanecer le mostró a un hombre a caballo con un símbolo en su boina que el conocía muy bien: Era el cartero. Sin cruzar palabras, aquella carta que seria la ultima que le escribiría a Edith desde el campo de batalla, cambio de manos. Luego siguió el sendero y diez minutos después se balanceaba en el camión rumbo al yacimiento arqueológico.

El viaje fue largo y penoso, una y otra vez resonaban las descargas de los morteros que regularmente eran disparados, así como los huecos en el camino y la mirada perdida y devastada de muchos soldados que habían perdido la esperanza de ganar aquella guerra. John trataba de permanecer ajeno, sereno e impasible, pues ese había sido único modo de no perder la cordura después de estar tanto tiempo confinado a aquel sucio Bunker sin no hacer nada mas que transcribir ordenes en código Morse y buscar rastros de mensajes del enemigo. De alguna manera aquella extraña misión lo alejaban un poco de la rutinaria vida que hasta el momento había llevado allí.

El profesor se hallaba a su lado, y a diferencia de él, miraba con atención los rostros de todos aquellos soldados que se cruzaban una y otra vez por el camino, así mismo se estremecía cada vez que un mortero resonaba en la distancia. Aquellos signos le dieron indicios de que aquel hombre nunca había estado en una guerra, y razonó John, tal vez aquel hombre fue a quien se dirigió el comandante Haig en primera instancia, pero debido a su falta de conocimiento había sido llamado él y su titulo de Oxford. No tardaría John en ver confirmada aquella teoría.

Cerca del mediodía el camión finalmente se detuvo. El sol matutino había dado paso a una bochornosa mañana, que repentinamente a aquella hora del mediodía se había desatado en lluvia. El camión había recorrido en dirección Nor—oeste, acercándose cada vez más a la frontera con Bélgica, donde resaltaba un ecosistema completamente diferente, ya que a ambos costados de la carretera se habían alzado sendos árboles de copas muy altas que John no pudo reconocer con exactitud. Por su parte el profesor se había visto cada vez mas relajado, y agradecido de no ver ni oír nada relacionado con la guerra.

—Es el lugar teniente, ¡Abajo!—. Dejó salir el profesor Finn con un aire de suficiencia.

John no reparó mucho en aquella orden pero obedeció, y antes de alejarse del camino y de su transporte agradeció al conductor. Después se internaron entre una zona de zarzas muy molestas que recorrieron durante unos diez minutos hasta que llegaron a un sendero maltrecho que siguieron durante una hora mas. El agua los había mojado enteramente cuando llegaron a la guarnición que no era más que unas zanjas mohosas donde estaban no más de veinte soldados.

—¡Profesor Finn bienvenido!—. Un joven que no pasaba los veinte años fue el primero que salió a recibirlo.

John notó como se inflaba lentamente el ego de aquel “profesor” pero su rostro no denotó ninguna de sus cavilaciones internas.

—Mira Oficial Williams—, Presentó August, —Este es teniente Tolkien, nos viene a ayudar con las excavaciones.

El joven se enderezó repentinamente y saludó según la orden militar, John simplemente le sonrió he hizo caso omiso de su saludo.

—Mi nombre es John. —Le estrechó la mano a un muy desconcertado oficial.

—El mío es Maxwell, pero puede llamarme Max—. El chico sonrió entonces.

Las presentaciones después se repitieron una y otra vez y solo pasados veinte minutos pudo cambiarse la ropa por una muda seca e instalarse en uno de las literas, si es que podían llamarse así aquellas tablas horizontales colgadas de unas paredes de tierra pisadas y un techo de hojas de zinc por el cual se pasaban mas de un chorro de lluvia. Pero curiosamente notó John, el suelo estaba muy seco, y trató de no olvidar aquel hecho para luego preguntárselo a Max.

Después de unos minutos de reconocimiento del lugar, John se encontró nuevamente divagando acerca de que era lo que realmente hacia en aquel sitio. Los oficiales que había allí eran realmente de bajo rango, pero pudo notar un aire de familiaridad que corría entre ellos. Por supuesto convivir con personas estando alejados de la civilización unía los vínculos a niveles impensables, sin embargo no dejaba de ser sospechoso. John siempre sería reconocido por su capacidad de captar detalles donde otros no veían nada.

Fue llamado al cabo de un momento a almorzar y después de ello, no hizo nada en toda la tarde, pues la lluvia caía cada vez con más intensidad lo que lo preocupó por la excavación.

—No se preocupe teniente, aquí siempre llueve cuando llega una persona nueva.

John observó a Max con suma atención.

—Pues cuando llegamos e instalamos el sitio, duró lloviendo toda una semana entera, creímos que íbamos a inundarnos, pero el suelo no se…— Max dio una patada y levantó un poco de polvo.

John recordó al instante lo de su litera

—Siempre esta seco…—. Completó

—¡Si! Es muy extraño, aunque la verdad, todo el bosque lo es, después de todo las leyendas de que hay una bruja cuidando estos lugares y un poco de ideas mas…, bueno…, por eso nos enviaron aquí…

John volvió la vista nuevamente y lo observó atento. Estaba seguro de haber oído lo que había oído. Que los habían enviado allí por unas leyendas.

Max por su parte seguía mirando caer la lluvia hipnotizado. Parecía que fuera uno de sus pasatiempos favoritos.

—Max…

—Si teniente…

—¿Dices que los enviaron aquí porque hay una leyenda de una bruja?

—Nos enviaron, porque usted también esta aquí, ¿O no?

John sintió un palmazo en el rostro, se sentía completamente mareado.

—… y bueno, no solo es por la bruja, es por el tesoro, dicen que ella resguarda uno de los mas grandes tesoros de la humanidad, y cuando el Comandante Haig escuchó la leyenda, nos envió a sus mas confiables. Una sonrisa completamente inocente se asomó en su rostro. En el de John solo había preocupación.

Los siguientes dos días fueron de lluvias permanentes y John se sentía tan aprisionado como en una ratonera. Él quería ir, salir, ver la excavación, pero las condiciones eran realmente pésimas, así que se dedicó a tratar de llevar un diario haciendo anotaciones en cualquier hoja o resma que se encontrara en cualquier rincón de la guarnición. El tiempo que le restaba lo utilizó para aprenderse los nombres de los otros hombres de la excavación, y con una rapidez inusitada él adquirió el titulo de filólogo, lo que lo convirtió en un ser superior incluso para el profesor. Aunque no dejó de ser gracioso el hecho de cómo lo llamaban algunas veces, —¡He aquí filoloso!— O —¡He aquí fisiólogo!— Pero esos chistes causaban un malestar cada vez más grande en August Finn.

Otra parte del tiempo la pasaba hablando con Max, quien le sirvió de informante para saber algunas cosas básicas del lugar.

—Y porque lo alemanes no atacan por este flanco, les quedaría mucho más fácil… ¡No!, ¿Porque nosotros no enviamos tropas para atacar por este flanco que parece completamente descubierto?

—Se enviaron tropas, teniente—. Max, se sacudió el cabello con nerviosismo, — mas de mil soldados, pero no se supo nada de ellos, desaparecieron.

John no objetó nada, solo vio como Max se sacudía una y otra vez su cabello como queriendo quitar de allí un insecto y sintió un fuerte impulso paternal.


******


El día en que finalmente las condiciones fueron adecuadas salieron al despuntar el alba. El teniente iba muy entusiasmado, pero muchos otros iban más bien nerviosos. El camino fue largo y monótono y sobre todo cansado con aquellos pesados fusiles colgando de sus hombros. Nadie decía nada, aunque algunas veces Max le comentaba en susurros ciertos hechos.

— Allí, fue donde iniciamos las excavaciones, señaló una explanada, — no encontramos nada.

— Allí, volvió a señalar otro sitio, — Fue donde el profesor encontró unos rasgos de algo, y bueno, se cayó de la emoción, y rodó risco abajo, je. Rió Max.

John le agradecía esos pequeños comentarios porque lo sacaban de su cada vez mayor nerviosismo. Creía que detrás de cada pequeño montículo iba a encontrar la excavación y ahogaba pequeños resuellos de emoción. Y solo pasada una hora de camino logró verla. La excavación se hallaba directamente en el centro de una pequeña planicie. Los árboles crecían alrededor formando un círculo perfecto, como si aquel lugar fuese sagrado y temiesen pisarlo con sus raíces.

El primer impulso de John fue el de no acercarse a la planicie, de quedarse tras de un árbol mirando embelezado la belleza y santidad del lugar, pero un par de fuertes brazos lo asieron y lo obligaron a avanzar.

— Tranquilo teniente filósofo, siempre la primera impresión es la misma, y por eso no estoy tranquilo; siento que estoy violando un lugar sagrado. Le dijo un hombre de fornidos hombros que respondía al nombre de Capitán Jacob Stevenson.

John no dijo nada, simplemente siguió caminando, obligado algunas veces, hasta que llegó a la fosa de excavación. Estaba cubierta por una serie de ramas y hojas de zinc. Había una escalera larga y estrecha y al final una serie de mesas transportables, lo que hizo preguntarse acerca del difícil trabajo de traerlas hasta allí.

Los hombres ya acostumbrados a seguir una rutina se dispersaron en grupos, unos se quedaban dentro de la excavación rescatando objetos, otros estaban sobre las mesas haciendo trascripciones y unos mas entraban en el bosque en grupos consiguiendo leña. El profesor por su parte iba de un lado a otro como poseído, diciéndoles a los oficiales que anotar y que no, así como qué se podía rescatar.

John fue puesto en una de las mesas más apartadas y le trajeron con rapidez una serie de ¿hojas? ¿Tejidos? ¿Cortezas? En realidad John no sabía con exactitud que material era aquel, pero mantenía las inscripciones indelebles en ellas. Otra cosa curiosa que descubrió John, fue que aquellos manuscritos no estuviesen enrollados como los papiros, sino que estaban doblados de forma extraña y el material no parecía sufrir daño por aquel maltrato. Gran parte de la mañana la dedicó a analizar las propiedades de aquel papel, ya que también descubrió cierto tipo de impermeabilidad que nunca había imaginado posible.

Después del almuerzo se dedicó a tratar de desentrañar los secretos de aquel lenguaje, pero lo único que logró durante las próximas semanas, era tener sueños muy extraños en las noches.

El profesor Finn lo forzaba a que le explicara sus descubrimientos, sus análisis, sus cavilaciones, pero John algunas veces no tenia palabras para explicar sus propios adelantos. Era como si aquel lenguaje estuviera absorbiendo parte de su ser, haciendo olvidar quien era.

Max que era el más cercano a John fue quien primero lo notó. Vio como el teniente cada día amanecía más agotado, como si el sueño reparador de la noche solo fuera una carga más. El chico entonces lo interrogaba, le obligaba a decirle que soñaba, pero John no sabía lo que soñaba. Sabia que todas las noche en sus sueños veía algo, o a alguien, una luz brillante, pero no lograba saber quien era ni que quería de él. Tan solo tenía la impresión que estaba enojado con él, muy enojado.

Pasadas un par de semanas más de monótono trabajo, empezó a tener la urgente necesidad de escribirle una carta a Edith, a su esposa, necesitaba decirle que estaba bien, que no se preocupara, pero las ordenes del comandante Haig habían sido claras; desde allí no podían enviar ni recibir correspondencia, solamente recibían provisiones una vez cada dos semanas, y ellos debían ir a recogerlas al camino a través de aquellos brezos espinosos. Entonces John optó por escribir cartas a una imaginaria Edith, allí le comentaba lo que estaba haciendo, de aquella extraña misión, y de su trabajo. Le comentaba la extremada dificultad para establecer ciertos conductos regulares en aquel extraño lenguaje que cada vez parecía comprender menos. Le decía cuanto la extrañaba, cuanto extrañaba su vida anterior, cuanto deseaba estar alejado de aquel mundo de podredumbre, pues sentía que ni sus ojos ni su mente serian los mismos cuando terminara aquella sucia guerra. Luego tomaba todo lo que había escrito y lo echaba a la hoguera. Nunca le podría decir a Edith aquellas palabras, lo único que deseaba era expresar todo lo que sentía y así limpiaba su atribulado cerebro.

Las investigaciones seguían avanzando. Con regularidad el profesor Finn redactaba informes que enviaba por medio del camión que les traía provisiones; aunque el ambiente entre todos ellos era cada vez de más desasosiego, pues el bosque había empezado a reaccionar de forma distinta. A veces sentían una presencia entre ellos, los ruidos naturales del bosque callaban repentinamente y una brisa misteriosa movía las copas de los árboles. Todos desde luego trataban de no darle la importancia requerida al asunto, era mejor pensar que no pasaba nada, que todo aquello lo imaginaban, y entonces hablaban en voz alta, reían a voz en grito, pero se podía apreciar el miedo en su voz. John que siempre había sido tan devoto, oraba silenciosamente para tener valor frente a aquel extraño suceso y eso lo llenaba de energía y vigor. Sus compañeros reaccionaban de forma distinta, cada cual tenía su propia forma de luchar contra el miedo. Max, siempre agachaba la cabeza, murmuraba un nombre y se limpiaba el pelo compulsivamente; el capitán Stevenson abría y cerraba sus manos hasta poner blancos sus nudillos, hacia esto una y otra vez hasta que recuperaba su calma; Charles, un oficial, tenia la costumbre de morder sus uñas, o lo que quedaban de ellas, y Joss, un sub—teniente, tarareaba una vieja canción del repertorio infantil ingles. El único que aparentemente no sentía ningún temor, era el profesor Finn, quien ignoraba todos los acontecimientos como si aquello no fuera nada. El profesor Finn seria el único del cual nunca se supo nada.

Era un luminoso martes de octubre el último día que John prestó sus servicios a su país. La noche anterior volvía a soñar con aquella luz magnificente que le trasmitía advertencias de peligro y precaución. Era la primera vez que John podía sentir una advertencia, ya que la mayoría de las veces la única sensación que lo embargaba era la de un temor reverencial; también fue la primera y ultima vez que logró vislumbrar el rostro de una anciana de rostro benevolente y ojos de zafiro, que nunca en su vida podría olvidar.

Los caminantes se mostraban agotados aun antes de iniciar la travesía pero no August Finn, el profesor el día anterior había hecho un descubrimiento interesante, había logrado encontrar en el fondo de la excavación una serie de pasadizos, cavernas o algo similar. John había pensado inmediatamente que aquella podía ser la razón por la cual el suelo siempre estaba seco aun después de un poderoso torrencial, pero después al recapitular en su teoría pensó con horror que si esto era verdad todo el bosque subsistía sobre una gran cantidad de cavernas subterráneas lo que lo asustó sobremanera.

Los oficiales viajaban por un nuevo sendero trazado por la costumbre, pues poco a poco habían hallado atajos cada vez mejores y el tiempo del camino se había visto reducido a 45 minutos. John como siempre iba hombro con hombro con Max, mientras el profesor iba adelante totalmente conmocionado por el hallazgo del día anterior. Tal era su emoción que pronto dejó de caminar y empezó a trotar, y luego no bastándole eso, inicio una loca carrera. Los oficiales no hicieron ninguna muestra de seguir al profesor corriendo y entonces éste desapareció de vista. Al llegar al campamento inicio una completa pesadilla. El profesor había desaparecido.

La primera reacción de todos fue la de dirigirse a la gruta de excavación, pero allí no había nada mas que la mochila del profesor, estaba abierta sobre una mesa. Nadie dijo nada por un par de segundos hasta que alguien murmuró “alemanes”. Entonces todas las armas que hasta aquel día habían resultado mas una carga que otra cosa, se removieron de sus hombros, dispuestas a dar la lucha. Los oficiales se señalaban sin hablar haciendo indicaciones y pronto hubo cinco grupos dispuestos, cada grupo cubría al anterior hasta que todos estuvieron alojados entre los árboles, alejándose de la excavación que era un sitio muy abierto para recibir un ataque.

El grupo de John, Max, Joss y Jacob quedó a cargo del flanco nor—occidental. Allí al igual que en el resto del bosque no se veía mas que grandes árboles de copas altas y madejas de brezos y espinos. Ninguno de ellos hacia el menor ruido. Parecía que ni siquiera estuvieran respirando esperando el ataque del invasor. Pero después de quince minutos de estar allí silenciosos y pasivos decidieron salir a hacer una ronda de reconocimiento. Todos se movían con sigilo y rapidez, pero no encontraban nada nuevo, solo árboles, espinos, y uno que otro pequeño conejo o comadreja que se asustaba ante ellos. El bosque seguía su ritmo natural, como si nada hubiese ocurrido, aunque John sentía ese tipo de escalofríos de la calma antes de la tormenta, aunque no lo comentó a nadie. Al cabo de una hora de búsqueda infructuosa decidieron regresar.

John caminaba vigilante, Max que era el mas joven de todos aun iba muy nervioso, y Joss y Jacob, murmuraban la posibilidad de que los otros grupos pudieran haber encontrado al profesor, pero al cabo de unos minutos se vieron en una gran dificultad, pues habían avanzado mucho a lo profundo del bosque y ahora estaban extraviados.

Si es cierto que en los cursos de supervivencia se hablaba muy bien acerca de cómo orientarse, ellos no lograban distinguir un árbol de otro, y el techo de hojas de un momento a otro se cerró y la luz del sol se vio de tal forma disminuida que parecía que fuese pronto el crepúsculo. Los nervios se apoderaron de todos y al cabo de un momento una melodiosa voz llenó el ambiente. Nadie osó decir nada, aquella voz los llamaba y les reprendía, y al cabo de unos instantes solo John fue el único que quedaba en pie. A sus pies sus compañeros dormían placidamente. Las piernas de John temblaban, sentía que pronto se iba a desmayar, su rifle se deslizó de sus manos y a cada instante la voz se hacia más clara, más cercana y más serena; entonces escuchó:

Soy la protectora del pasado y del mundo antiguo
Nadie tiene mas edad que yo, pues yo presencie la creación del nuevo mundo

Soy la luz del antiguo mundo que fue dejada para iluminar el nuevo y así mismo soy la unión de la eternidad y la paz, y eso soy,
esperanza y fe

Soy la luz serena del final del día, soy la estrella de la tarde, soy Arwen la hija de Elrond, heredera de Lúthien y la ultima
esperanza de este mundo

John lo único que hizo fue cerrar sus ojos, arrodillarse y orar con fervor. Pero la voz era cada vez más clara y más cercana, más aterradora y fuerte. Pensaba que iba a desmayarse y entonces un detalle, un pequeño detalle le despertó la curiosidad, por un pequeño detalle fue que logró entender todo. El detalle era la voz.

No era la voz en si misma, era el lenguaje, era un lenguaje suave y melodioso como el canto de una madre para con un niño pequeño, un canto de amor. Pensó entonces con tanta fuerza que sintió un punzante dolor en el cráneo. Creía saber cual era aquel lenguaje, creía entenderlo ahora todo. Entonces vio a través del oscuro bosque una figura estrecha y marchita, una figura sinuosa pero definida. Una anciana de cabello negro y báculo se acercaba lentamente a él. Sus ojos, sus ojos eran un mar de sabiduría, en sus ojos estaba escrita la historia del mundo y en su piel estaba plasmado el paso del tiempo.

Ella se acercaba lentamente a John, en sus ojos había lágrimas, pero no lagrimas de tristeza, sino lagrimas de felicidad. John estaba congelado, estático, arrodillado, y entonces creyó que eso era un sueño, que nada de eso era real, todo aquello solo era fruto de su imaginación, entonces ella habló:

— Te esperaba. Te he esperado durante mucho tiempo, pues estaba escrito en el libro del destino que tú un día vendrías a mí.

John no podía articular palabra, estaba completamente aterrado.

— Me fue encomendada esta labor hace eones, antes de la creación del nuevo mundo, fui elegida para traer la luz de la sabiduría al nuevo mundo, y desde entonces he envejecido. Mis ojos ya no distinguen las manchas en la piel de los conejos, y mis manos hacen mucho dejaron de plasmar mensajes en las estrellas.

Sus ojos de zafiro se dirigieron a John con una sonrisa bondadosa y John se sintió libre de aquel peso y como si hubiese estado congelado, recobró la movilidad de su cuerpo y su mente.

— Eres tú… Dijo en un lenguaje que no era el suyo.

— Si, soy yo. Pero no sabias que eras tú, por eso te agredía. Estabas tratando de leer la historia antigua con ojos del presente, estabas siendo sacrílego, hasta que ayer, cuando volvías ví mi brillo en tus ojos y entonces lo comprendí todo. Gruesas lágrimas bajaron rodando por sus mejillas. Ellas deslumbraban como gotas de oro.

— Los manuscritos, sí lo sé. Fueron escritos en los inicios del tiempo, cuando el hombre aun no era hombre, cuando el mundo solo era agua y arena. Lo comprendí hace poco. John bajó su cabeza avergonzado, aun seguía arrodillado ante la anciana.

— No te preocupes, ahora te pertenecerán.

John alzó la vista contrariado.

— Pero no de forma material, hay muchas otras formas de preservar el pasado. Todo lo que has visto desaparecerá, el rastro que hay en este bosque del pasado será eliminado, porque el hombre nunca podrá comprender y creer. Su naturaleza no se lo permite.

La anciana abandonó el báculo y este rodó por entre unas raíces. Luego le sonrió. El bosque se cubrió de ráfaga tras ráfaga de niebla, y de la anciana brotaba una luz crepuscular. Tomó la cabeza de John y él sintió elevarse por sobre la anciana, una luz final se desprendió de sus manos y la cabeza de John se llenó de un remolino de imágenes distantes, imágenes de guerras y paz, de campos abiertos y grandes montañas. La última imagen que vio fue la de la anciana despidiéndose de él.

Cuando John volvió en si, Max estaba completamente asustado, estaba lloviendo y pequeños riachuelos se estaba formando en los senderos del bosque. Joss y Jacob también estaban a su lado y trataban de orientarse mirando el cielo. “Por allí”, dijo uno de ellos e iniciaron una loca carrera a través del empantanado bosque. Después de haber corrido media hora aproximadamente, lograron encontrar el claro del bosque, donde hasta el día anterior habían estado haciendo excavaciones. Pero ahora no se podía apreciar nada. La excavación se había llenado de agua sucia que sumía en grandes cantidades. Todos se observaron y siguieron corriendo ya por el camino habitual. El agua les llegaba a los tobillos y subía cada vez con más rapidez. Max era el que mas se retrasaba, aunque un par de veces John y Joss cayeron de bruces enredados en las raíces de los árboles.

John iba pensando una y otra vez en aquel sueño, en la anciana y entonces notó repentinamente con una dolorosa punzada, que había en su mente recuerdos que no le pertenecían, imágenes que no lograba comprender y temores que no podía apaciguar.

Pronto llegaron a la cabaña, pero esta estaba completamente inundada, no había rastro de ninguno de sus compañeros y tras sacar algunos elementos, mientras el agua les daba a la cintura, siguieron desplazándose en busca del camino. Por primera vez John estaba complacido de ver los espinos que significaba que pronto estarían en la carretera, aunque dudaba si ésta estaba inundada o no.

El miércoles fue un día difícil. La lluvia no había amainado en toda la noche y la poca comida que habían logrado rescatar la consumieron durante la madrugada, ya que no pararon de caminar en toda la noche. La situación era difícil, pues el camino era desolado. John no recordaba haber visto una casa en los últimos kilómetros antes del bosque, pero nadie decía nada, no querían sacar a relucir ideas que podrían ser perjudiciales, como aquella de ¿Donde estaban los demás?, o ¿Que había sido del profesor Finn? Solo caminaron y caminaron hasta que el viejo camión de un herrero se cruzó en su camino el miércoles al anochecer. Él los llevó a la guarnición más próxima donde para su sorpresa encontraron a los demás oficiales del grupo de excavación.

— Bueno verán, fue raro, Inicio el oficial Smith, — estábamos buscando al profesor, ¿cierto? El grupo detrás de él asintió, — Y de pronto salio una bruma, o niebla, o algo así, pero era tan espesa que no lográbamos vernos entre si. Luego, no se, seguimos caminando, y de repente caímos en un río.

Max iba a decir algo, pero Smith lo silenció.

— Si, no se que río era, no sabíamos como habíamos llegado allí, pero todos estábamos en el agua, bueno casi todos, Smith miró a Jacob, Joss, John y Max con el ceño fruncido, — Menos ustedes claro. Luego nos arrastró la corriente por espacio de media hora hasta que llegamos a unos bajíos. Desde allí caminamos hasta encontrar una carretera y bueno, el resto es historia, extraño ¿no?

John si que sabia que era extraño, pero que podía decir.

— ¿Y que pasó con ustedes?

Joss, John, Jacob y Max cruzaron miradas.

— Bueno, hasta la neblina fue igual que ustedes, luego…, Max observó con recelo a John, — El teniente se desmayó. Fue raro, convulsionaba, y hablaba raro, no se, no distinguí el idioma. Joss y Jacob negaron también. — Luego empezó a llover y a inundarse el bosque, John se despertó y corrimos. Corrimos todo lo que pudimos y bueno, el herrero nos encontró.

Todos se miraron con extrañeza, y miraban a John.

— Si, cierto, lo olvidábamos, la excavación se llenó de agua. Dijo Max para desviar la atención.

******

Al viernes siguiente John mantuvo una entrevista con el Comandante Haig, le explicó todo lo que técnicamente había sucedido, y pidió remisión por cansancio mental. El comandante no le dijo nada y firmó la orden de remisión del teniente segundo John Ronal Reuen Tolkien, pero bajo la enfermedad de fiebre de trinchera.

El comandante estuvo preocupado en rescatar lo que se pudiera de la excavación, aunque días después le informó un grupo de oficiales que aquel sitio no era más bosque, tras un par de días lloviendo aquel bosque se había convertido en un pantano, lo que decepcionó mucho al comandante, quien solamente se quedó con informes realizados por el profesor August Finn y muchas dudas sobre aquella investigación.

Tras la guerra el comandante Haig recibió el título nobiliario de barón por los servicios prestados al imperio, con un estipendio de 100.000 libras anuales con las cuales vivió hasta 1928; pero nunca dejó de pensar con obsesión acerca del destino de su amigo August y la suerte de aquella excavación.

******

En medio de una brisa fría a las afueras de las trincheras occidentales, John un par de días antes de partir, logró tener unas palabras con Max a quien le había tomado el aprecio de un hermano.

— Sabes Max, que la palabra Somme es de raíces celtas y significa Tranquilidad. Observó un momento en derredor con los ojos muy abiertos, — ¿Irónico cierto?

El Joven asintió levemente. Su capucha ondeaba ante las ráfagas de viento.

— Lo mas irónico es saber que la tranquilidad debemos buscarla primero dentro de nosotros mismos y luego en los demás.

Maxwell volvió sus ojos desorbitados a John. Aquella frase, palabra por palabra pertenecía a su padre, quien fue uno de los mil soldados que desaparecieron en aquel maldito bosque.

— No te preocupes, tu padre está bien, Dijo John, — Te espera, pero aun no, dices que tendrás una vida muy tranquila después de la guerra.

Una vez mas el joven agachó la cabeza, revolvió su cabello y pronuncio un nombre, “Matthew”, pudo escuchar John, antes de regalarle un abrazo de despedida.

John llegó a Inglaterra el 8 de noviembre de 1916 y durante su convalecencia en Great Haywood empezó a desmadejar todos aquellos recuerdos y a escribirlos en forma de libros. A pesar de haber escrito tantos a lo largo de su vida nunca logró contar todo lo que una tarde una anciana de ojos de zafiro y de nombre Arwen le dio como regalo para la humanidad.

FIN

Capandres

28 de Enero de 2007

Texto agregado el 26-01-2011, y leído por 165 visitantes. (0 votos)


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