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Inicio / Cuenteros Locales / jorgerodriguez / Don Jito de los milagros: Primer milagro 1.1

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Capítulo I:
DE UN VIEJO SANCARLINO


Esta historia comienza como muchas otras. Su magnificencia radica en cuan común son sus personajes y, a pesar de lo insólito de las acciones de estos, se trata de un escrito vulgar corriente y ordinario. Como muchas historias que nunca tuvieron la oportunidad de ser retratadas en papel.

A su vez, resulta necesario para usted, mi buen lector, que al comenzar una historia común, vulgar, corriente, magnífica pero ordinaria, descubra quién será la piedra angular de este relato.


El protagonista respiraba agotado, mientras su espalda se encorvaba como serpiente en fatiga, al llevar el peso de mil cruces en sus hombros –no entraremos en detalles de cómo una serpiente puede tener hombros, pero si conozco muchas víboras de dos patas, para aliviar su curiosidad-.

Así se sentó en el pórtico de su casa en la localidad de San Carlos, Juan Evaristo Atenógenes Moscoso de la Vega. También conocido como Juan Evaristo Atenógenes Tercero y llamado por sus amigos íntimos y familiares: Jevaristo, Jito o Jevo. Estos últimos rótulos acompañados al inicio -las últimas dos décadas-, con un “Don”, como un tributo a sus ochenta y siete inviernos, a las marcas en su piel y al apagado tono grisáceo en sus cabellos y mirada.


Don Jito era famoso en San Carlos, y en la zona centro sur del territorio chileno en general, por su carácter falto de austeridad y sus viñas dulces. Por los domingos de brisca en vez de iglesia, junto a otros tres vejestorios que ya no tenían deudas con Dios, pero que con el diablo nunca se supo ni sabrá.

Según acompañaba la suerte en esas tertulias, Don Jito ponía sobre la mesa una botella de uvas negras. Herencia de reyes. Cepa país, sobreviviente ítalo-hispana de la invasión francesa vinícola, de mediados del siglo XIX. Extendida por toda América de la mano con la masacre española y la sangre de los autóctonos, en épocas donde más valor tenía un puñado de tierra, que las libertades de credo. Aunque hay quienes insisten en que lo único que ha cambiado, desde entonces, es la vestimenta.

Pero no se confundan mis estimados. Nada tiene que ver este cuento, con criollas cofradías de la uva, ni con juegos de carta. Mucho menos de indígenas o reinados añejos.


Otra característica de Don Jevaristo –y he aquí por fin, el verdadero comienzo de nuestra lectura-, es su cojera. Que soporta como buen huaso de campo, testarudo a la medicina tradicional. Sin importar cuánto rogase su esposa a los cielos, Don Jevaristo no confiaría nunca en las batas blancas de veintitantos años.

Texto agregado el 25-01-2011, y leído por 86 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-01-2011 Y para cuando el cuento, mucho repertorio, así no va, amigo. Me extraña. Tan solo mencionaste la cojera de don Evaristo. Entiendo, Trataras de obviar un texto largo. azucenami
 
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