Verano, vacaciones; y los días para pensar están a pedir de boca.
Algo está cambiando… y no es sólo el clima, no no no, el universo está cambiando, y con él voy cambiando yo. Cambios de switch y reajustes sociales son lo que torna hoy mi vida en un torbellino adolescente pero cada vez más claro. Adolescente, sí; sigo conociéndome… sigo tomándome cariño… sigo tratando de ser lo más autocrítica posible.
Como una represa en medio de un caudaloso río se ha ubicado en mi vida una experiencia dolorosa. Así lo veo ahora… no me dejó fluir en paz, seguir mis formas de ser, me quitó fuerza, me hizo temerosa, me redujo a una poza de agua quieta. Hasta que ¡oh! ¡La represa también era parte de mi! La represa era mi muro de defensa, mi armadura emocional creada por esta propia cabeza... y era como si mi cuerpo me devorase por dentro. Debía seguir, sentía que debía protegerme a toda costa, cubrirme de acero, hacerme “fuerte”.
Entonces, reduje el amor a un juego de poder.
Trisé el corazón de cristal del hombre que quiero, así, de puro egoísmo, de puro miedo a dar.
No podía seguir así.
Desperté para confirmar lo que sentí en la noche. Prefiero la felicidad al poder, y prefiero arriesgarme al dolor que no haber querido a ese hombre como se merece.
En casa todos decían que había perdido unos kilos… así de grande debió ser el peso que dejé ir de mí.
Se sentía como vivir un nuevo capítulo, con nueva página, nueva caligrafía, nueva narrativa… en un arranque de coherencia quise marcar el paso y me corté el pelo. Ese mismo día mandé a la cresta al ex (si así puede llamarse) que me tuvo pendiente de su bienestar todos estos años.
De ahora en adelante… el que me haga daño se ganará sus pasajes de ida fuera de mi hermosa vida. Mis energías están para los que quiero y me quieren.
Y así uno se hace Fuerte.
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