XI
Ya no queda esperanza de paz,
porque ¿quién pensaría en someterse?¡Guerra pues! ¡Guerra
franca o encubierta es lo que debemos determinar!
Isabel trataba de levantarse del piso mientras el ángel, de una expresión seria y llena de compasión, recuperaba su manto, que seguía echando humo, y estrechaba la mano de Axel, quien lo saludó con respeto y visible admiración.
–Azrael, te debo la vida esta vez. ¿Pero qué, por qué has venido a la Tierra?
¿Cómo, era el ángel de la muerte, el jefe de todos los seres encargados de recoger las almas de los fallecidos y enviarlos al más allá? Isabel se apartó, impresionada. Axel le estaba contando, cuando los interrumpió el demonio Astarot, que esa había sido su tarea hasta que la conoció. Además de los ángeles recolectores de muertos, estaba Malik, el guardián de la puerta al más allá, los dos jueces de las almas, y los diecinueve seres que administraban los castigos bajo órdenes de Charrsk; todos en la jurisdicción del famoso arcángel Uriel. A pesar de todo lo que había visto, estar cerca del ángel que tenía esa ocupación le daba escalofríos.
–¿Eh? Tú fuiste a pedir mi ayuda, Axel ¿y ahora desconfías de mí? ―desde la cocina donde se tomaban un tilo, las mujeres escucharon que levantaba la voz.
Axel se había negado con firmeza a seguir su plan, aunque no dudaba de su sincero deseo de ayudarlo a recuperar su buen nombre.
–No temas por mi reputación. Aparte de que arriba no aprecian el trabajo que hacemos, sabes que es tan importante y necesario que ninguno se atrevería a meterse conmigo, y menos con Uriel, al que nunca convencerían de cometer un acto corrupto o injusto.
–Nuestro superior es intachable, eh –asintió Axel–. ¿Entonces por qué me propones que cometa un desatino como este? Además de que es indigno esconderse entre los malditos, estaremos en mayor peligro aún.
–Ya veo, tu problema con mi idea es que no te gusta asociarte con los demonios ni de lejos.
–¿Por qué tendría que gustarme? –exclamó Axel, molesto porque Azrael sacudía la cabeza ante su terquedad.
¿Cómo podía proponerle que fuera con la humana al infierno, con los que traicionaron a Dios?
–Preguntémosle a la joven, entonces –replicó Azrael, y sintiendo que iba a ganar, se apareció en la puerta, sobresaltó a Camila haciendo que escupiera su té, tomó a Isabel del brazo y le propuso con tono zalamero–. Dime, ¿te animas a seguir mi consejo, aunque tengas que a ir a un sitio peligroso, lleno de demonios, y para hacerlo debas exponerte a mi magia?
Bueno, por lo que conocía de los ángeles no creía que los demonios fueran mucho peor, pero dudaba de su capacidad, al acompañar al ángel al otro mundo casi fallece en serio. Azrael la calmó con un gesto. Eso se debía a que su cuerpo material tenía limitaciones, pero él tenía el poder de hacer salir su alma temporalmente para que pudiera andar en el cielo o el infierno como espíritu. Viendo que ella asentía suavemente, dio una palmada, satisfecho:
–¡Está bien, decidido! A la medianoche he de volver, pues si continúo aquí lo pueden notar, y a esa hora te arrancaré el alma –controló su entusiasmo y agregó–. Debes estar preparada.
Cuando Isa le estaba aplicando un ungüento en la marca de espinas de su frente, Camila sintió sus dedos temblorosos. Trató de aconsejarle, pero no supo qué decir, ya que estaba ahora llena de dudas y preocupación. Tenía que hablar con el padre Julio, confesar que su confianza había vacilado ante las palabras del demonio, y que había tenido mucho miedo, como no debía tener alguien que ha entregado su corazón al Señor. Tal vez se exigía demasiado, y estas eran pruebas que le ponían para domar su orgullo.
Mientras tanto, en el Cielo, habían sido tiempos difíciles para Ridhwan, al que los otros acusaban de ponerse a favor de una humana. Baraquiel esparció el cuento de que incluso había pedido ayuda a una Virtud para salvarla junto con el novato Axel. Aunque a sus amigos Ridhwan explicó que era su trabajo cuidar las relaciones públicas con la Tierra, todos empezaron a mirarlo con suspicacia cuando andaba por los jardines celestiales, y su manía de adoptar la moda humana en su aspecto personal, ahora era vista como favoritismo hacia tales criaturas. Cuando lo veían venir se formaban corros para comentar sus acciones:
–Hace siglos que vengo opinando que tanto contacto con los humanos lo ha contaminado –decía el ángel Siriel a un grupo de camaradas, sin notar que a sus espaldas Ridhwan estaba a distancia de poder oírlo–, pero nadie me hace caso. ¿Con qué intenciones vendrá ahora?
–Hola, Siriel –Ridhwan se apoyó en su hombro con toda intención de sorprenderlo, y lo logró, para diversión de los espectadores–. Te puedo contestar, y al mismo tiempo preguntar a Uds. Ando buscando al Supervisor, porque me gustaría conocer los motivos de que haya establecido una ley marcial, que ya no podemos ir y venir a nuestro antojo.
–¿Ley marcial? –intervino un ángel anciano de poco brillo, que se mantenía a un lado–. ¿Qué quieres decir? Hace milenios que vivimos en paz, desde que derrotamos al ejército de Satán.
Podía ser que vivieran en una paz aparente –pensaba Ridhwan mientras seguía tratando de localizar a Raguel en los inmaculados jardines del Segundo Cielo–, porque no había más intentos de invasión, demonios subversivos ni guerras sangrientas como las que lideró Mikhail, pero no vivían en armonía precisamente.
Raguel se hallaba en una glorieta dorada, conversando con sus heraldos. Esperó a que los despachara antes de acercarse. En cuanto lo dejaron solo, anduvo unos pasos vacilantes, y se metió en un sendero que no conducía a su palacio. Intrigado, Ridhwan lo siguió tratando de que no percibiera su presencia. La tarea del supervisor consistía en controlar que todos los arcángeles y guardianes cumplieran con sus deberes y reinara el orden, pero hacía mucho tiempo que todos hacían lo que querían con impunidad, y él dejaba pasar la corrupción y el vicio. ¿Por qué? ¿Tanto odio tenía en contra de los humanos, o acaso había un interés personal? No, la verdad arriesgaba su propia posición, porque un día las jerarquías superiores lo iban a juzgar. Aunque no interfirieran de momento, todo quedaba registrado.
–¿Qué quieres? –lo había descubierto a pesar de que parecía absorto en sus pensamientos, con la vista clavada en las tierras no cultivadas, el lago infinito de nubes, desde el mirador donde se había detenido–. Me estás vigilando, Ridhwan –aunque serena, su voz no tenía la indiferencia de siempre y lo asustó.
–No, lo estaba buscando, señor –el arcángel se recuperó y decidió mantener la apariencia de debido respeto que merecía su cargo. Pero no pudo evitar agregar–. Es que parecía perdido en sus recuerdos y no quería interrumpir.
Fuera que captó el cinismo en sus palabras o la velada curiosidad, Raguel por un momento perdió la compostura, una convulsión cambió sus facciones, sus ojos brillaron. Como si lo hubiera atrapado cometiendo un delito, se le ocurrió a Ridhwan, que en sus muchos años había visto el pecado en todas sus formas, y aquella expresión efímera le recordó a los demonios atribulados por haber caído en desgracia.
Al anochecer, Isabel comenzó a preocuparse por lo que le iban a hacer. No pudo comer nada aunque su anfitriona le insistiera, por su propio bien.
–No debiste aceptar la propuesta de Azrael –comentó Axel con sarcasmo, que a Camila no le pasó desapercibido y le chocó como poco angelical–, sin saber qué te iba a hacer.
El demonio había contaminado su casa, y Camila ya no se sentía a salvo. Volvía a sentirse observada, seguida, incluso en su cuerpo, inmunda, temerosa de estar sola y de la gente extraña.
–¿No confías en él? –replicó Isabel–. ¿No son verdad todas las maravillas que cuentas de Azrael, ángel?
–Creo absolutamente, le confío mi vida y mi alma –contestó Axel con una convicción que no admitía dudas, aunque su expresión fiera no la tranquilizaba. Para cambiar de tema, sintiendo pena de su cara de miedo, él le pidió–. Ven y mira qué es el supuesto sello que pusieron en mi espalda. Quiero tratar de sacarlo.
Isabel no veía nada, tenía una piel inmaculada. Era una espalda común de hombre sin un rasguño, pero al pasar dos dedos por la superficie algo siseó y sintió que se quemaba, a la vez que el ángel se revolvió con violencia y lanzó un grito involuntario.
–Oh, Axel, no esperarás quitarte tú mismo el sello –interrumpió Azrael, atrapando con una mano a Isabel, que había sido lanzada por la sacudida. Por un momento, el objeto metido en la carne se hizo visible a través de su piel. Azrael lo calmó con un toque–. Lo siento, se han endurecido las medidas en la frontera y hay espías por todos lados, por eso llego recién. No me atrevo a quitarte el sello en la Tierra, o tendrás un montón de enemigos tras tus pasos. Así que vamos a lo nuestro –terminó y, frotándose las manos, volvió toda su atención hacia la joven.
Acostada en el cuarto de huéspedes que Camila había arreglado para Axel, Isabel respiró profundamente como le había indicado, intentando relajarse, y esperó con los ojos cerrados que le dijeran qué hacer. Axel, el padre Julio y la dueña de casa, miraban desde el pasillo porque el gran poder que Azrael iba a utilizar podía dañarlos. El resplandor que salía de sus hombros asombró a los humanos; parecía una estampita, incontables retazos de luz como gasa ondulaban desde su espalda y brazos, envolviéndolo en cien alas translúcidas color caramelo y una nube de luciérnagas centelleantes.
Isa sintió un cosquilleo debajo de su piel. La relajación no había funcionado, pero ahora flotaba en una sensación agradable como sumergiéndose en el sueño, y apretó los párpados, expectante. Azrael no tardó mucho: sintió una oleada que pasaba por su cuerpo, como si le hubieran quitado la ropa de golpe y ardiera en frío, y esa sensación desconcertante la hizo sentarse, alerta.
–Esto es la falsa muerte –susurró el arcángel, cuando desapareció la luz cegadora y los demás pudieron ver de nuevo lo que ocurría–. ¡Levántate, Isabel!
Camila dejó caer la mandíbula de sorpresa, y el cura levantó una mano pero no llegó a completar la señal, atónito. Una doble de Isabel, casi transparente, se hallaba sentada sobre su cuerpo inconsciente. Ella no entendía qué los alarmaba hasta que se miró, y pegó un salto, aterrándose más aún, al hallarse frente a su propio cuerpo. Azrael le aferró una mano y ella notó que poco a poco adquiría consistencia y opacidad sobre su palma.
–En poco tiempo te acostumbrarás –avisó él con un tono que la apaciguó, y ya no le pareció tan terrible eso de ser un alma y que el ángel de la muerte la sostuviera del brazo. Entonces, Azrael se volvió hacia el cura y ordenó–. Uds. deben cuidar el cuerpo de Isabel. No permitan que los ángeles o demonios lo encuentren.
–¿Está… estoy muerta? –inquirió Isabel, tocando su propia carne a ver si su alma se metía sola o cómo funcionaba eso de la división.
–Sí, o mejor dicho, paralizado. Es una magia prohibida que quiebra varias leyes de la naturaleza. Los brujos han intentado copiar mi falsa muerte, pero sólo lograron zombis y vampiros. De esta forma se detiene el proceso de descomposición natural de la carne, y es cómo si te convirtieras temporalmente en ángel, pura energía. Axel te explicará cómo hacer… ahora debemos salir de este plano antes de que nos descubran.
Tampoco podría volver a su cuerpo si el arcángel no sacaba un sello especial que puso en su corazón. Isabel miró por última vez la cáscara de lo que era, con la certeza de que no volvería, pero no había tiempo de cavilar ni era momento de arrepentirse, después de poner en riesgo a Azrael, a Camila, a todos. El cura había traído un saco para poder llevar el cuerpo hasta un santuario donde Camila lo iba a cuidar, porque tampoco podía quedarse sola. Las dos mujeres se abrazaron, el cura besó a Isabel en la frente, sorprendido de la tibieza de eso que era sólo alma, y los tres espíritus partieron al más allá. |