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Decían que había nacido jorobadito por que cuando estaba en le vientre de su madre, su abuelo, don Demetrio Loranca, lo pateo al enterarse que era hijo de un peón de las caballerizas. Le pusieron Eraclio, en honor a Eraclio Damián, un santo hombre que llego al pueblo un día, acompañando al párroco Froilán en una semana santa. Eraclio Damián, Era un hombre alegre, alto, corpulento y vigoroso, pero muy callado. Hablaba solo lo necesario y reía más de lo que se necesitaba para ser un seminarista. La primera noche que llego al pueblo con el padre Froilán, lo hospedaron en casa don Demetrio y el hombre rudo y tosco quedo fascinado con su huésped, pues aunque poco habría la boca, cuando lo hacia lo hacia con tal gracia y sabiduría que los dejaba asombrados. Tiempo después se diría que era un santo, pero no de esos que se veneran en las parroquias, sino un verdadero hombre integro, y devoto de Dios, sin las hipocresías acostumbradas por los curas. Estuvo en casa de don Demetrio, por mas o menos quince días, y el fue quien impido que siguieran golpeando a la madre de Eraclio el jorobadito. Cuando don Demetrio sacaba toda su rabia contra la pobre mujer, que lloraba y se revolcaba en la cocina, que fue donde se encontraban, cuando les confeso que estaba embarazada, Eraclio Damian se puso de rodillas y metió las manos al fuego del bracero y sin decir ni una palabra empezó a susurrar una canción que sonaba como el aleteo de millones de ángeles. Don Demetrio, y todos en la cocina, al verlo, se quedaron pasmados. El santo hombre con la vista al cielo, oyendo que la golpiza había cesado, empezó a reír mientras quitaba las manos del fuego y se ponía en pie. Era un ángel, decían algunos. No, un arcángel, decían otros. Un querubín con piel de hombre, otros mas. La realidad nadie la supo. Nunca mas se tuvieron noticias de él y solo era recordado por el santo que metió las manos al fuego por el jorobadito. Por eso cuando nació el niño, le pusieron Eraclio, y mas aun, al verlo deforme y escogidito. Eraclio Loranca fue su nombre hasta que el veintisiete de febrero murió sentado en la mecedora que daba al jardín. Su vida fue sufrida, lastimera, dolorosa. De niño todos se burlaban de el, de joven nunca fue amado por una mujer, y en su edad adulta fue menospreciado y olvidado por todos, aun por su familia. Por eso cuando murió, no hubo ninguna objeción para que lo abrieran por completo para sacar sus viseras, y experimentar con el, en la escuela de medicina de la capital del estado. Lo curioso fue que cuando lo abrieron, descubrieron que en su pecho, no había uno, sino dos corazones. No falto quien dijo que el segundo corazón era el de aquel santo hombre que impidió que su tumba fuera el vientre de su madre. Así vivió Eraclio Loranca, un Jorobadito olvidado del mundo, un hombre con dos corazones. Así vivió, o al menos, eso se contaba en el pueblo.

Texto agregado el 24-01-2011, y leído por 82 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
02-02-2011 Me gustó mucho, como para escucharlo a la orilla del fuego en las noches frias. loretopaz
28-01-2011 yo nada más conozco a un jorobado y enano que se llama tatu, el de la isla de la fantasía y grita: el labbbión, el labión, cada vez que el negro bembón le quiere dar un beso con esos labios de simio: si el labión, el labión, eh? marxtuein
27-01-2011 Buena historia! Original y bien contada, enhorabuena! :) esnach
 
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