Delita es un guerrero, que en esta historia lucha por rescatar a su hermana


Delita

(...) Miré la línea divisoria que me separaba de la vida y la muerte; me encontraba en un sitio lleno de terror y sufrimiento acosado por una horrible bestia que había sido temida durante tanto tiempo por los hombres: un dragón negro; vestido de coraza negra y opaca se paraba frente a mí, desafiándome, de la misma forma en que una serpiente lo hace con un ratón. Me miraba con esos ojos oscuros que se hundían en lo profundo de su cráneo asemejando que no tenía piel y su cabeza solo era hueso gastado por el paso de su larga vida.

Y fue en el momento en que recuperé el valor que había perdido, cuando la bestia abrió sus alas con fiereza y agachando su cabeza hacia mí expulsó un chillido de tormento, agitando sus extremidades y golpeando fuertemente el piso con una de sus patas... Mis pensamientos desaparecieron, y solo sentía miedo, mi rostro ardía a causa del ácido que había escupido y mi cuerpo chocó quebrándose los huesos por la envestida del dragón... fue suficiente... suficiente para ya no poder moverme y perder la noción de todo, menos del dolor y de porqué entré a este maldito lugar. Sabía que ese olor a carne quemada no era a causa de alguna perversión del mismo infierno; un gusto extraño de algún animal patético arrastrándose por el lugar, estaba consciente de que mi rostro estaba desfigurado y que era origen de ese hedor. Muchos de mis huesos estaban rotos, no sentí mayor dolor en mi vida, pero me impulsaba el motivo... el porqué de haber venido al infierno.

No podía dejarla morir ni dejarla sola… mi niña... mi hermana...
Ese pensamiento movió uno de mis brazos y después mis piernas, torpemente avanzaba hacia una figura incierta la cual pensaba que era ella; estaba vestida de luz y mis huesos se rompían sintiendo como se desgarraba mi piel, cada movimiento que daba me acercaba al final, aunque al mismo tiempo también a ella. No se movía, no venía hacia mí. Me encontraba vencido, inmovilizado por las graves heridas que me mataban. Estando tirado ahí, en ese patético lugar impregnado de muerte y sufrimiento, lleno de gritos, fue cuando por primera vez en mi vida pensé en la rendición, no por mi dolor insoportable o siquiera por las heridas letales que tarde o temprano iban a matarme, solo que una fuerza inexplicable me invitaba a dormir por siempre y a tranquilizarme, y esa propuesta en ese momento era muy tentadora...

la tomé... y me rendí.

Delita