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Aritos, anillos, llaveros, sombreros, maceteros, collares, pulseras, y un sin fin de artesanías colgando a mi alrededor en un día de calor sofocante.
Nunca me han gustado estas cosas… no menosprecio para nada la labor de los artesanos, pero simplemente yo no soy un aficionado a las artesanías y las manualidades.
Solo quise salir de la rutina, y caminé por el pueblito lejano al que vine a parar, con sus calles atestadas de turistas, de todas partes del país, incluso de más allá de las fronteras latinas.
Puesto a puesto las viejecillas invitaban a los citadinos a ver sus ofertas. Las posaderas ofrecían hospedajes en sus hostales, algunos hombres proponían precios baratos en sus tabernas, otros ayudaban a acomodar los autos en aparcamientos bajo la sombra de los árboles. El mundo se movía y a mi me destrozaba la cabeza una jaqueca insoportable que me hacía considerar cada vez más la opción de volver a mi hogar a kilómetros ya de distancia.
Avanzar por la acera era casi imposible, la cantidad de turistas impedía la posibilidad de moverme con fluidez a través de los diferentes puestos de regalos.
Indios tallados en madera fresca y aromática, pipas, cuadros de la última cena, vasijas de greda, sillas de cáñamo, palos de agua, rosarios, chalecos de lana, y otras curiosidades.
Chicas hacen propaganda a los restaurantes de comida típica que han puesto los lugareños en las calles, entregando folletos al millón de personas que se mueve a través de las angostas veredas.
Cuando se agudiza el dolor de cabeza, decido volver a mi ciudad, y en un instante frente a mí, un nombre se destaca en una pulsera de cuero. Aún tras todo el malestar, me sonrío y siento el aceleramiento inmediato de mi corazón. El recuerdo de ella viene rápidamente frente a mí… su imagen se ha plasmado casi holograficamente en mi entorno. Entonces las miles de cosas que tengo junto a mí parecieran que podrían tener una dueña. El poco dinero que poseo en mi billetera ya podría ser invertido en estas cosas de madera, greda, plástico, lana, cobre, piedra, etc.
Un par de aritos… un collar de huesos, una pulsera de cuero, o quizás un gorro de esos para el invierno que algún día espero que llegue, para que me recuerde cuando se quiera cubrir del frío. Podría ser un anillo de coco, o un adorno de cobre para su casa, un cuadro de arte rustico… hay tantas cosas que desearía llevarle… pero no.
El dolor de cabeza vuelve, y recuerdo que no hay nada que pueda llevarle, no me corresponde hacer que me recuerde, ni demostrarle que aún vive en mí.
Así que dejo atrás el pueblito lejano, lleno de artesanías que me recuerdan a ella, lleno de su nombre grabado en todos esos artículos pequeños y bondadosos, tallados, amarrados, bajo las manos trabajadoras de esos artesanos. Y me devuelvo con un calor sofocante, y una jaqueca insoportable a la ciudad a seguir con la vida, dormir un poco, y tratar de no soñar con ella, ni leer o escuchar su nombre otra vez.

Texto agregado el 24-01-2011, y leído por 199 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-01-2011 El final aunque termina optimista es triste , tu texto deja muchos pensamientos y mensajes para su reflexión lo importante no es quedarse estancando sino continuar. Saludos. hakovich
 
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