Aquí estoy, en la zona de combate, delimitada por una puerta que ya no se cierra correctamente. Rodeada de cuatro paredes, enemigas, protectoras; unos cuantos metros cuadrados como santuario, como salvación. Pero, aunque mío, no puedo olvidar que esto no me pertenece. Tantas penurias y alegrías aquí pegadas, como capas de nicotina en los bares, ¿qué historias podrían contar? Aquí, en el lugar donde más horas paso, la lámpara ha escuchado conversaciones sin receptor y la estantería siempre ha estado más llena de polvo que de libros. Libros que he acariciado y olido en mi cama, siempre miedosa de tener más de una persona sobre ella. El corcho, juvenil, lleno de recuerdos materiales, experiencias que siempre volvería a vivir, unas cuantas fotos de personas que me importan y personas que he olvidado eliminar. Agujeros que sostienen marcos con títulos que no sirven para nada más que recordar años de cansancio.
Éste es el ring, mis sonrisas son los golpes y los malos momentos me fluyen por el cuerpo como sangre derramada, sobre la colchoneta, y me manchan el alma... Una lucha constante: yo contra mis penas, la situación en contra mía. |