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Inicio / Cuenteros Locales / mariog / ¿Y LOS LECTORES...?

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No tenés ni la menor idea del drama que la parición de cualquier pieza literaria representa para el que lee. Es decir, esa masa inconjeturable de individuos que suele esconderse bajo denominaciones ordinarias del tipo “el público”, “los receptores”, “el lector”.
A ellos han dedicado infinitas páginas los comentaristas de la literatura, los críticos, los profesores, los analistas, los opinadores de todas las épocas. Proponiendo recetas de toda clase que en definitiva no resultan en otra cosa que en solapados consejos a los autores. Tanto para advertirles sobre sus intocables libertades como para ceñirlos a territorios de acceso fácil.
En realidad resulta bastante evidente que para realizar la magia de la poesía, el lector importa un carajo. Tal como lo escuchás. ¿O por ventura seremos tan hipócritas como para sostener que Homero escribió pensando en quien escucharía sus balbuceos de ciego deambulante? Ninguno de esos autores consagrados como “monstruos sagrados” hicieron más que cagarse -metafóricamente hablando-, en sus lectores. Pensá, si no, en Joyce. O en Kafka, en Faulkner, en García Márquez, en Scorza, en Poe, en Sábato, en Roa Bastos, en Neruda...
Tal vez precisamente por ello se hicieron acreedores de la infundada fama de “intocables” que la medianía general les dedicara. O del mote de “únicos” con que la mayor parte de la crítica “seria” clausuró una cuestión que, de quedar abierta llevaría al naufragio generalizado de tanto sabio trasnochado.
Luego, se les permitió a unos pocos joder a la legión de receptores de tanto delirio, de tanta imagen desquiciada, de tanto alambique conceptista. A los demás, nada. Como si la fama tuviera algo que ver con el talento. Como si los montos facturados por ventas o los cobros de regalías, guardaran vínculo de alguna clase con la pasión de comunicar lo que arde por dentro.
Ya sé que te calentás mal cuando se habla de “grandes escritores” y te dejás seducir por esa posibilidad (que comparto, bien lo sabés) de hurguetear en las imperfecciones, en los rebordes ásperos de palabras desprolijamente yuxtapuestas, en los excesos semánticos en los que todos estos laureados alguna vez cayeron. Sé también cómo molesta esa tendencia tuya por poner a tu amigo Federico a la misma altura de Pizarnik, colocar a Judith peligrosamente cerca de Wolf, y del mismo modo a muchos otros de los que leés con esmero, con abstracción, con reverencia, al lado mismo de tantos otros mascarones de proa...
Y me consta que te asiste toda la razón. Como que soy un Ángel itinerante, cada vez más alejado de ese reino celestial del que partí hace milenios (es decir, hace instantes) para cumplir con esta misión atroz de leer por encima de los hombros de quienes se desagarran verso a verso y frase a frase para compartir una vocación tan terrible como la de ofrecerse a los demás. A la ignorancia de los demás. A la brutalidad de los demás. A los miedos y a los prejuicios de los demás.
Conozco de los desvelos y de las inquietudes. De los sudores escondidos. De las dudas. De las debilidades de estos impredecibles forjadores de imágenes. De lo precario de su existencia privilegiada. De su marginalidad. Del pesar que genera no tener renombre y pese a todo, parir páginas donde la Belleza anida tanto o más que en las de otros, inmortalizados por el prejuicio o por la cortedad de toda una legión de tipitos que se hincan ante el solo hallazgo del texto impreso.
Es entonces cuando llego a dudar de mi esencia angélica. A descreer de mi misión de consolar, de acompañar, de enjugar las invisibles lágrimas de esta verdadera pléyade de creadores conminados a un deambular de sombras entre los intersticios de luces tan artificiales como inútiles. No debería hacerlo pero te juro que me rompe las pelotas ver a tantos pregoneros de la más exquisita creación literaria, echando sus poemas por la borda. Hacia un océano de heces estancadas.
Luego, no queda más que el olvido del lector. Que lea. Que se arriesgue a ser sorprendido. A ser presa del más indescriptible de los asombros. A experimentar en el cuero propio (no en la epidermis prestada de los que opinan desde el prejuicio o desde la miopía), la pasión, la ira, la angustia de la existencia. La alegría salvaje del orgasmo. La brutalidad del idealismo más elemental. El dolor de lo cotidiano. Los abismos. Las incertidumbre. Es decir, la experiencia poética. Que lean los lectores. Como sepan. Como puedan. Como sientan que deben hacerlo. En el lugar que estos monstruos nuevos les dejen. Que este Ángel que finalmente soy, les concedo. En este universo inefable del talento sin grilletes...


Mario G. Linares.-

Texto agregado el 11-07-2004, y leído por 401 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
07-01-2005 mariog, no sé si tienes fama, pero certifico tu prestigio. ergozsoft
10-09-2004 Te iba a expresar un comentario propio pero ya que en esta páginas son tan agradecidos del buen Cortázar te citaré algo al respecto: "... no se trata de escribir para los demás sino para uno mismo... que hasta da desconfianza, preguntarse si no habrá una inconsciente demagogia en esta corroboración entre remitente, mensaje y destinatario. Lucas mira la palma de su mano la palabra destinatario, le acaricia apenas el pelaje y la devuelve a su limbo incierto, le importa un bledo el destinatario puesto que lo tiene ahí de tiro, escribiendo lo que él lee y leyendo lo que él escribe, qué tanto joder". (de "Un Tal Lucas", Lucas, sus comunicaciones) Saludos. alcestes
09-09-2004 Magnífico texto. Además, mire usted por donde acabo de enterarme de que hay por aquí otro iconoclasta de monstruos de la literatura. Creí que yo era la única osada. margarita-zamudio
09-09-2004 Excelente reflexión y mejor escrita. Chapeau. juanrojo
06-09-2004 El texto está muy bien escrito, nace a gotas esbozando un principio, para luego derramarse en el lector y salir sacudido. Estoy de acuerdo en la mayoría de tus planteamientos, eso sí, los grandes, únicos o cualquier epiteto de esa naturaleza, se contruyeron como certeramente lo señalas en tú ensayo. Se de tu pasión por desmitificar a los grandes, y lo entiendo, porque al lector hay que jugarle con "fair play" y no convencerlo mediante argucias de los críticos y con las denominadas super ventas, que como bien dijiste, no llevan de la mano el talento. Siempre se valora una opinión con ideas y cesuda. EVARISTO
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