Cuando se cierne el silencio, uno espera lo peor porque la experiencia nos dice que la palabra ya no tiene valor. Y por eso se calla para que el pensamiento la vaya desgranando y no nos pille de inesperada sorpresa que nos podría llevar a la muerte del verso sin que hubiese florecido siquiera.
Pero uno debe afrontarla, mal que le pese y bien que se le destroce el alma, porque a fin de cuentas; ¿Qué tenemos? La total y absoluta nada que llena el espacio infinito de un diminuto y mísero folio que en su blanca virginidad se siente herido al ser manchado con nuestra absurda palabra.
Y puede que en un arranque de locura transitoria, esta de nuevo se nos revele, dejando al silencio en la sombra de un callado olvido para que al recordarla, uno sepa que no todo lo que uno siente, tiene sentido mas que para su breve y efímera insensatez del alma.