-Muy buenos días- una voz ronca sentí cuando se abrieron las puertas de la escuela esa mañana. Yo algo perdida, ni sabía quien hablaba y no respondí al saludo; sólo me tomé bien fuerte de la mano de mi papá.
- Esta es la escuela, hija-dijo él apretándome, también mi mano y con su sonrisa me dio algo de tranquilidad.
Ya en una recepción de grandes ventanales y techos bien altos apareció alguien que mágicamente sabía mi nombre.
- Hola, Inés. Era una señora de delantal blanco, algo vieja para mi, que se acercó a darme la bienvenida. Yo, asustada, me trepé por los pantalones de mi papi y abrazada a él esperé mi consuelo. Las lágrimas rodaban por mis mejillas. Todo era muy desconocido. Tanto maestra como padre trataron de calmarme.
Cruzamos un inmenso patio y llegamos a un aula. Yo seguía alzada.
Mi padre se sentó en una pequeña sillita y yo a upa, seguí en su regazo. Desde allí, pude ver a mi alrededor, una gran sala como si fuera una ciudad en miniatura. Eso me gustó. En un rincón una casita con cocina, cacerolitas, muñecas. Más allá, una biblioteca llena de libritos con estantes a baja altura y también otro, repleto de bloques de madera. Tan atenta estaba a todo eso que, ya me había despegado de mi papá, que con ojos chispeantes me miraba de cerca de la puerta. Eso sí, otros niños también, estaban allí, pero a mí ellos, ni me interesaban. De la casita, tomé una muñeca de trapo, la acomodé en cuna de juguete, la tapé con una mantita y le acariciaba para que se durmiera. De repente con dulce canción la maestra alzó su voz y nos invitaba a los niños a sentarnos en esas sillitas frente a amplias mesas redondas. Por primera vez, sentí que otros andaban a mi lado. La idea seguía sin gustarme, pero observadora, en silencio, contemplé a cada uno de mis compañeros. Uno rubio y charleta; una niña pelirroja y sonriente; otra, de pelo castaño, curiosa y callada me miraba de arriba abajo. Cantando la maestra se presentó. Dijo que se llamaba Juanita y de a poco fue nombrando a cada uno de nosotros con un títere de un oso en la mano. Mi primera sonrisita relució ese día. Luego atenta vi como mi papá se retiraba del lugar. Supuse que volvería enseguida y vi como jugaban mis compañeros con plastilina. Yo sólamente contemplaba como hacían pelotitas, la aplastaban y como mezclaban sus colores. Entre angustia y curiosidad sentí en mis adentros, pero no lloré, sólo permanecí pensativa.
Al ratito, las puertas del aula se abrieron y salimos al inmenso patio. Del lado de Juanita, no me despegué ni un segundo. Eso sí. me entretenía mirando como corrían, trepaban al tobogán y jugaban a rondas los otros niños. No pasó mucho tiempo y pude ver que mi papá se colaba también en ese patio. Mi sonrisa fue inmensa al verlo. No sé que habló con la maestra, pero lo que sí sé es que a ella, le acerqué mi cara, me besó y dijo con voz bien suavecita, acariciándome los cabellos:
-Hasta mañana, Inés. Me gustó que estuvieras a mi lado. Te has portado muy bien. Me abrazó con tanto cariño que es algo que no olvido.
Feliz, de la mano de mi padre fuimos a mi casa, donde conté sin parar al resto de mi familia, todo lo que pasé en mi primer día de Jardín.
Recuerdos que no se borran de mi memoria.
(Anécdota real contada en el Foro de Cuentos Infantiles- ¿Recuerdas tu primer día de Escuela?). |