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Karina se ubica en la entrada del teatro porno de la calle Santa Catalina. La punta de su cresta roja se posa justo en la A de la frase "All you need is punk" que decora su chaqueta. Porta botas de cuero con punta de metal y un ajustado jean con mas agujeros que un campo de golf.
Sus ojos rojos confunden; o es una chica que llora con facilidad, o el frasquito de Vispring se le ha terminado. Tal vez una cosa no excluya a la otra y el hecho de fumarte una hectarea de cannabis no impide que llores como una magdalena.

A su lado un par de chicos con pantalones apretados y facciones delicadas dirigen sin éxito lascivas miradas a clientes potenciales.

Es un mal día. Hace frío y aunque un teatro porno es un buen lugar para calentarse parece que las almas torcidas se han decidido por liberar sus demonios frente a la pantalla del computador.

Karina piensa en cambiar de sitio. Tal vez cuente con mas suerte en el Parque San Antonio. Aunque allí la clientela nunca es de fiar, no falta quien quiera meterle una buena sacudida.
Arroja el cigarro al piso y lo aplasta con sus botas de cuero. Intenta despedirse de los chicos que la acompañan pero decide detenerse al detectar que el tipo del abrigo disminuye gradualmente su velocidad al acercarse al teatro.

El hombre observa detenidamente el culo de los muchachos. Karina nota la erección en la parte delantera de su pantalón y se maldice por la cantidad de maricas que proliferan en esta ciudad. "Están acabando con el negocio" - se dice con rabia.

Toma su bolso y parte hacia el parque.

- Espera - le dice el extraño
- Aja - reponde Karina con expresión sorprendida
- ¿Cuanto cobras?
- Depende

Los chicos observan con envidia como el hombre le entrega cuatro billetes de los grandes antes de entrar al teatro.

- Pantalla hetero a la derecha y homo a la izquierda - les indica el gordo de la taquilla.

El hombre se adelanta tomando la dirección izquierda. Karina vacila un tanto. Se detiene un segundo y reanuda la marcha.

- Esa es la pantalla gay - le dice indignada
- Yo sé
- ¿Me va a culear viendo a tipos chupándose las mangueras?
- Ajá
- ¿Y por qué no escogió a uno de los dos putos que había afuera?
- No te pago por hacer preguntas.

Entran. La sala está semidesierta. Un viejo de unos setenta años se masturba en la primera fila excitado por la imagen de dos negros haciendo de las suyas en un baño turco.

Se sientan en medio de la sala, junto a la pared izquierda. El hombre se quita el abrigo quedando totalmente desnudo. Karina lo mira esperando instrucciones.

- Chupa - le dice tomándola de la cresta.

Karina cumple con la parte del trato. Diez minutos después, escupe un fluído blanco sobre la Coca-Cola ubicada el portavasos de su silla.

- Misión cumplida - dice Karina a manera de despedida
- Espero verte de nuevo - responde el hombre sin despegar los ojos de la pantalla y la mano de su aparato.

"Espero no verte nunca más, enfermo de mierda" - piensa Karina mientras sale de un teatro con olor a cloro y gemidos de gorilas.

Entra al baño. Hace un par de gárgaras con el barato jabón líquido que hay sobre el lavamanos. Se mira al espejo. Sus ojos están demasiado rojos, su cara tirando a esquelética. Siempre le ha temido a los espejos, a esos artefactos crueles que te gritan la fealdad de frente, sin clemencia.

Se acomoda su cresta y se echa un poco de agua en el rostro.

Sale del baño.

- Estuvo rapidito - bromea el gordo de la pantalla al verla salir
- A mi se me hizo eterno - replica Karina abandonando el lugar

Los chicos de los pantalones apretados siguen en el mismo sitio. La miran con algo de envidia. Critican el estúpido slogan de su chaqueta.

Karina los escucha y da vuelta. Patea con fuerza una lata de Seven Up que se topa en su camino.

- Solidaridad con el gremio - les dice entregándoles uno de los billetes - repártanlo entre los dos.

Continua su camino. Su estómago está vacío. Entra a la pizzeria de la esquina. El sitio está lleno. Los clientes la miran con recelo.
Pide una pepperoni con queso tamaño mediano y una cerveza.

- Necesito un documento de identificación - le dice un italiano en decadencia
- ¿Sabe qué?, cambiémela por una Cocacola - replica la chica

Paga con uno de esos billetes a los que no está habituada. Se sienta con su pedido en la única mesa disponible y devora su pizza. Come rápido, con ganas, casi con furia.

Frente a ella una elegante mujer le ayuda a su pequeña con un enorme helado. Ambas son hermosas. Una es lo que ella nunca fue, lo que nunca tuvo. La otra es lo que nunca será.

Su Cocacola es demasiado grande, debió haber ordenado el tamaño pequeño.
Observa cada mesa, el lugar es un derroche de felicidad, nada que ver con la desazón que reina en los antros que frecuenta.

Le da un último sorbo a su enorme vaso de Cocacola y se levanta de la mesa.
Camina lentamente, como queriendo prolongar su estadía en ese sitio al que no pertenece.

Al llegar a la puerta principal se topa con una figura conocida. Se trata del tipo del abrigo. El hombre le regala una falsa sonrisa. No dice nada y entra a la pizzeria con andar elegante.

Karina observa curiosa desde la vitrina. Observa como aquel tipo que eyaculó en su boca se sienta en la mesa de dos mujeres hermosas. A una la besa en la boca. A la otra la carga entre sus piernas.

Se retira de la vitrina y se regala un paseo nocturno a través de una ciudad torcida.

Texto agregado el 20-01-2011, y leído por 112 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
20-01-2011 Excelente texto. susana-del-rosal
20-01-2011 Directo. Sin adornos. Nada más que un trozo de realidad, una realidad que muchos pretendemos ignorar, pero que se mete por todos los resquicios de nuestras ciudades. Me gustó leerte. ZEPOL
 
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