(me apareces en los sueños, cantando canciones de antes)
I
A ver:
Si pudieras llenar el vacío con un par de cafés con leches preparados al amanecer, yo no me molestaría en buscarte en todo y en todos.
Si quisieras entregarme tu espalda fría para cubrirla con mis soledades, yo no me molestaría en escribirte por las paredes.
Y ya que no te veo, pero te veo en cada silueta dibujada en la calle, me molesto en amarte, férrea, tristemente, ilógicamente, desde este lado que es el mío.
II
He encendido un cigarrillo a la salud de la sin-salud y aún te espero.
Cuando los escarabajos terminen de enterrar a sus últimos deudos, seguire esperando.
Sin calor y sin salud
III
El infierno, arriba, no me permite pensar.
¿Desde cuando te conozco?
Te conozco desde que algún milagro causal (y casual) te puso en frente mío. Sonreiste. Sonreí.
Luego te olvidé.
Posteriormente, mi memoria (y tus palabras) me jugaron una mala pasada, porque volví a recordarte.
Considerando una reconstrucción del mundo, volvería a olvidarte.
IV
Considerando, además el uso de la adversidad, te olvidaría amándote.
Porque, sin duda, te amo de modo retórico, sin posibilidades de tocarte, de fotografiar tu espalda, de dejar tus anteojos (aquellos de marco fino, que te conocí hace tiempo) en la mesa del comedor.
V
Entonces, seamos amigos.
Y celebremos tal acontecimiento, lanzando pedazos de papel por el balcón y mirándonos fijamente por un largo periodo de tiempo.
O podríamos bailar una canción de Redolés, mientras pensamos en la inconveniencia de estar el uno con el otro. En los pros y contras de besarnos.
O podríamos simplemente besarnos.
VI
Te invento. Te invento el olvido. |