El buen comportamiento es el postre de una gran comilona de camaradería;
en cambio, hacerlo fuera del reglamento, es lanzar eructos cual volcán aborrecible,
una llama atrevida como de dragón sin esposas en el hocico o cadenas en la trompa;
vendría a ser como quemar al mundo con petróleo importado del infierno tan temido.
Pero por fortuna la cárcel es para el inadaptado social la escuelita donde debe comenzar de menos diez.
Aquel que sepa cruzar la avenida sin avergonzarse de lo acontecido, pues ha sido un buen personaje, la muerte siempre le desempatará para bien depositándolo junto al supremo.
Amar al inocente colmándonos de admiración es una travesía que bien vale el denodado esfuerzo.
No obstante es pavoroso, una pena observar como el porcentaje natural positivo se revierte hacia un camino de plaga.
No deseo para nada establecer un parámetro para lo neutro pero temo pasar por infeliz si no lo hago.
Hago llegar mis felicitaciones a todo aquel asesino que sabe descansar en la silla eléctrica sin reproches.
Cabe mencionar, a no mal interpretar, que el éxito muchas veces se encuentra en la palma de la mano.
El deceso es el comienzo de la senda que conduce hacia el cielo o el opuesto,
que como se sabe, ello dependerá de cómo nos hayamos comportado durante el enorme trayecto que encierra el destino.
En una gota de agua acaso podemos encontrar un océano sin escriturar,
pero atención, en la acción de pecar contra la sociedad, solo hay encierro del peor escarmiento,
un glaciar que será el aura donde emanen luces negras provenientes del ser,
un silencio más que aterrador de tener la mente vacía de toda comparación.