And who you thought she was, she was not.
Lucia cocinaba puntual y esbelta, todas las mananas, tardes y noches de su vida. Servia platos, adornaba la mesa, y colocaba a diario frios vasos de agua para toda su familia.
Luego de sus labores, untaba un juego de hilos y dedicaba los atardeceres a un crucigrama de crochet, trazando azul bajo blanco, tantas veces como hizo su abuela durante su propio aprendizaje, experiencia, y esclavitud.
Cuando acostaba a sus hijos, Lucia procuraba no dejar de fingir la sonrisa hasta estar completamente fuera de sus cuartos. De ahí seguía, corría, y respiraba temorosamente hasta alcanzar la puerta del dormitorio donde su esposo la esperaba comodo, confiado, e insatisfecho.
Luego de complacerlo, apagaba la luz y Lucia yacía vacía, ojeabunda, coronada por un insomnio instantáneo, perpetuo, raiz de un frustrado y pautado terror extraño pero conocido; solitario pero cotidiano; suyo pero ajeno.
Su trabada quijada le impedia gritar, pedir ayuda, o mentirse; sentia en cuerpo y alma el peso y la amargura de sus canas. De ahi, pesadillas. Por lo menos hasta el amanecer, cuando Lucia se levantaba nuevamente a cocinarle a sus hijos, quienes se iban al colegio, a veces sin despedirse.
Y asi seguia, Lucia. Vacía. |